Desde aquella noche de noviembre
en la que ganó Donald Trumo ya nada es igual en EEUU. Un halo de incertidumbre,
de profunda anormalidad, se ha instalado en la nación más poderosa de la
tierra, aquella capaz de otorgar estabilidad si así lo desea o de ser la fuente
de malos augurios más formidable que imaginarse uno pueda. Eso es lo que te
otorga un gran poder, capacidad de influencia. A lo largo de esta semana dos de
los muchos frentes internos que se desataron en EEUU durante la campaña y tras
las elecciones han dado mucho que hablar y enrarecido, aún más si era posible,
el ambiente político en el país. Y la sensación global de que nada de esto es
normal.
Por un lado, el tema de “los
rusos” o esa influencia del Kremlim en la campaña electoral y la connivencia
del equipo de Trump con personalidades de Moscú y de su órbita de influencia.
El hasta ahora todopoderoso FBI, cuyo prestigio anda bastante por los suelos, ha
anunciado que mantiene abierta una línea de investigación sobre este asunto,
y que, pese a que muchas de las informaciones que se rumorean sobre el tema son
bulos, algo puede haber de cierto. Sólo la idea de que una agencia federal de
seguridad del gobierno de EEUU hable en público de que está investigando si el
presidente y sui equipo tuvieron colaboración con Rusia es asombroso, inaudito,
e ilógico desde todo punto de vista. Piensen en la época dura de la guerra
fría, o en los cercanos años ochenta, cuando quedaba poco para el inesperado
derrumbe de la URSS y, por tanto, del final de esa era. Acusaciones mucho más
livianas que las que ahora circulan por Washington no sólo acarreaban el final
de carreras profesionales, no, sino que eran suficientes para acabar en la
cárcel o la silla eléctrica. Trump, desde su visceralidad desatada, niega una y
otra vez todas las acusaciones, acusándolas de falsedades promovidas por los
medios basura que no le son afines (cuando realmente sólo los basura le siguen)
pero su credibilidad es nula, y su palabra, tantas veces usada para mentir de
manera descarada, se le vuelve en contra cuando reclama credibilidad a sus
afirmaciones. En cierto modo me recuerda un poco a la fábula de Pedro y el
Lobo, que de tanto mentir nadie cree a Pedro, ni siquiera el único día en el
que dice la verdad. ¿Cuándo no miente Trump? Esa es una pregunta que no se si
alguien está en condiciones de contestar. Quizás una voz autorizada del kremlin
pudiera hacerlo. El otro tema, más de política interna, pero que revela muchas
cosas sobre el estado del país, es
la bronca que existe dentro de las propias filas republicanas sobre la reforma
sanitaria que quiere aprobar Trump en el Congreso, reforma que,
básicamente, supone derogar el Obamacare, que es como se conoce al programa de
seguro médico implantado por Obama para aquellos norteamericanos que carecen de
él, decenas de millones, y que no pueden acogerse a los dos programas federales
en vigor, el que cubre a los muy pobres y a los jubilados (Medicare y Medicaid,
no me acuerdo si en ese orden o al revés). El plan de Obama otorgó cobertura médica
a más de veinte millones de ciudadanos, y su eliminación era una de las promesas
de todos los candidatos republicanos, también de Trump. La reforma de Trump
demuele gran parte de la estructura creada por Obama, pero no su integridad,
deja sin cobertura a la mayoría de los hasta ahora beneficiados, pero no a
todos, y reduce en bastante el coste del programa, pero no lo elimina del todo.
Lo deja medio en ruinas, pero no lo derrumba. Esto ha exaltado al ala de
congresistas republicanos más cercana a lo que se llamó el Tea Party, que ven
en el plan de Trump algo así como una bajada de pantalones ante el populismo,
que no olvidemos es lo que le dio la victoria al magnate. Ese grupo de
congresistas amenaza con votar en contra del proyecto, lo que unido a la obvia oposición
demócrata supondría la derrota de la propuesta presidencial, todo un varapalo a
la figura de Trump y algo más que un golpe de atención. Más bien un golpe bajo
propinado por parte de “su” partido, siendo ese “su” muy difícil de definir.
Para evitar la derrota segura ayer Trump retiró
la propuesta de reforma del Congreso, pero amenaza con llevarla hoy, en medio
de un discurso incendiario de sus colaboradores más estrechos contra lo que
denominan el “establishment” republicano, lo que vuelve a demostrar que Trump
es Trump y su camarilla, y muy poco más. ¿Qué consecuencias tendría un voto en
contra del Congreso a la reforma? Lo que es seguro es que un voto favorable
demostraría que Trump ha conseguido doblegar al partido para que le sirva como él
quiere, pero la alternativa de rechazo abriría un nuevo frente de
incertidumbre, uno más, sobre un Washington que, como antes de ser desecado,
vive sobre una montaña de fango que amenaza con devorarlo. A ver qué pasa.
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