Finalmente ayer se desató una
enorme tormenta en Madrid, por la tarde, tras un día de lluvias intermitentes
pero intensas. Todo el espectáculo que uno pueda imaginar en el cielo servido
en porciones tamaño restaurante vasco. En el refugio de la oficina todo era
contemplar, admirar y agradecer el estar bajo techo y a resguardo. Imaginaba
uno lo que podía ser estar en la calle, andando o moviéndose en cualquier
vehículo y daban escalofríos de pensarlo. Las alertas amarillas que ayer por la
mañana lucían los mapas estuvieron plenamente justificadas, y pese a que los
bomberos hicieron múltiples salidas y se registraron inundaciones parciales, no
hubo nada salvo incidentes menores, sin consecuencias serias.
No pasó lo mismo en Cáceres, en
la zona del jerte, en la que numerosos ríos son utilizados para realizar
barranquismo y otro tipo de deportes acuáticos. La
tragedia se cebó en una familia, un matrimonio y dos de sus hijos, fallecidos,
tragados por el río, y un tercer hijo, aún en el hospital, pero que no se
si querrá salir de ahí cuando se entere de lo que ha sucedido. El monitor que
les acompañaba durante el descenso salió vivo y podrá contar con más detalle
qué es lo que pasó para que este desastre fuera posible. La zona estaba también
en alerta amarilla por fuertes tormentas, lo que quiere decir que los caudales
de los ríos pueden experimentar subida explosivas cuando el cielo se derrumba
sobre ellos. Son cauces abruptos, escarpados y estrechos, en los que los
niveles de las aguas no responden de manera progresiva ante una tormenta, sino
que se comportan de forma brusca y descontrolada. Una apacible cascada de
sonido relajante se puede convertir en minutos en una catarata bajo cuyo
impulso no haya nadie capaz de salir. Con un pronóstico como ese era una
imprudencia realizar actividades acuáticas en ese lugar, hubiera sido mucho
mejor suspenderlas y quedarse en casa, renunciar a un día de descanso en el que
se buscaban “experiencias intensas” y sustituirlo por otro más relajado,
familiar, a resguardo, aburrido dirían algunos, pero seguro. Y es que cada vez
son más los que buscan y practican actividades que entrañan riesgos tratando de
encontrar en ellas emociones que den no se si sentido, pero sí más valor a sus
vidas. Envalentonados tras leer alguno de esos horrendos (y falsos) libros de
autoayuda en los que se repite como un mantra que uno es único, de valía
infinita y con capacidad para superar todos los retos si se lo propone, el
personal se lanza a aventuras para las que no está preparado y muchas veces
todo acaba en un rosario de anécdotas más o menos dolorosas, y no pocas veces
en desgracias como la sucedida ayer en el Jerte. Las montañas se llenan los
fines de semana de sujetos que nunca han paseado por ellas y que, con unas
deportivas, se lanzan a subir riscos de dos mil metros de altura porque ellos
pueden, de no hacer nada se compra el sujeto de turno unas zapatillas, caras a
ser posible, y se pone a correr diez kilómetros, porque el correr y llegar a la
meta está siempre a tu alcance, y su corazón y articulaciones empiezan a crujir
como locas, casi al mismo tiempo que se dispara la futura facturación de
fisioterapeutas y otras especialidades médicas, que tienen en estos “valientes”
a uno de sus principales nichos de clientes. Entiéndaseme bien, el deporte es
sano y la práctica de excursiones y actividades al aire libre son beneficiosas,
pero todo tiene que ir de una manera progresiva y segura. No es muy normal que,
como pasó en mayo, casi cuarenta mil personas disputasen la maratón de Madrid,
prueba de una exigencia salvaje que, aun estando en condiciones, pasa factura al
cuerpo y lo desgasta muchísimo. Hace apenas una década eran muy pocos miles los
que se apuntaban a esta prueba, muestra nuevamente del furor por lanzarse a
conquistar “metas que están a tu alcance” y la particular burbuja de las
carreras, que colapsa los centros urbanos de cualquier ciudad los fines de
semana.
Si quiere hacer deporte, muy
bien, adelante, pero como cabeza. Vaya poco a poco, escoja disciplinas que le
sean más propicias y hágase chequeos médicos para saber cuál es su estado físico
y los límites que posee para no forzar en exceso. Sea progresivo y casi seguro
que notará mejorías en su rendimiento. No haga el loco y siga las
recomendaciones de seguridad de expertos, monitores y autoridades cuando se prevén
condiciones adversas, no arriesgue su vida por una tarde en la que una tormenta
se la puede jugar. Y sobre todo, deshágase de todos esos libros de autoayuda,
que son una basura, llenos de patrañas y mentiras, que buscan sacarle los
cuartos y, si los ha leído, lo han conseguido. Nada hay en ellos que pueda ser útil.
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