Se ha celebrado los pasados días,
en la ciudad de Hamburgo, al cumbre del G20, que ha sido noticia sobre todo por
la presencia de Trump y la de miles de manifestantes que han convertido a la
rica y tranquila ciudad portuaria en escenario de batallas campales de muy alta
intensidad. El G20 languidecía como foro hasta que la crisis de 2008 lo llevó
al estrellato, como una suerte de gobierno global para tratar de coordinar
políticas económicas que impidieran el desastre. Una vez pasada aquella
emergencia, que no solucionado el problema, y con los vientos unilaterales que
soplan desde varias geografías, puede que el G20 entre en otra etapa de
decadencia, lo quieran admitir sus componentes o no.
Vamos con Trump. Ha sido su
segunda visita a Europa y ha tenido dos momentos estelares. La muy esperada
reunión con Putin, que se planificó para media hora y se alargó hasta las dos
horas y media, quizás como enamorados que no querían separarse tras tanto
tiempo de cariños mutuos y mensajitos sin verse la cara. La sintonía entre los
dos dirigentes es obvia, y preocupante para todos los demás. Ambos desprecian
las formas, la ley y la democracia, se consideran y admiran el liderazgo
fuerte, aquel que está por encima de estorbos como parlamentos, constituciones
y demás tonterías, y desprecian profundamente a los ciudadanos a los que rigen,
y mucho más a aquellos, la inmensa mayoría, que no poseen tanto dinero como el
que se atesora en sus cuentas. Pocos resultados prácticos de esa reunión, salvo
un alto el fuego en Siria que veremos lo que dura, y sensación generalizada de
que ambos personajes van a hacer muchos negocios juntos. El otro protagonismo
de Trump han sido sus ausencias. A algunas reuniones no ha podido acudir, lo
cual es normal, dado que ubicuo no es nadie. Pero
lo noticioso es que ha sido su hija Ivanka la que ha acudido en su nombre a los
foros en los que el presidente, y padre, no podía estar presente. Ivanka es
“hija de”, nada más. Su carrera profesional se ha centrado en el mundo de la
moda y el diseño, ha hecho un gran negocio con ello, y persisten las dudas de
si eso hubiera sido así de no apellidarse Trump. Se dice que es la más
inteligente del clan, y como no conozco a ninguno no tengo opinión al respecto,
pero lo único seguro es que es “hija de” y está donde está por ser “hija de”.
Esto es lo que se ha llamado toda la vida nepotismo, enchufar a los familiares
en puestos y cargos, que no tiene nada de raro en un negocio privado, en el que
las reglas las impone el dueño de la empresa, pero que es insoportable y
obsceno en el campo de lo público. EEUU tiene un enorme, y abandonado por esta
administración, Departamento de Estado, dirigido por Rex Tyllerson, con cientos
de funcionarios de altísimo nivel que podían acudir a estas reuniones y
representar a su país, empezando por el propio Tyllerson, que si bien carece de
formación diplomática sí ostenta el cargo y el poder. También el departamento
de Defensa puede hacer esa labor, y hay donde escoger para ocupar sillas y
portavocías. Pero no, Trump ha seleccionado a su hija para que la represente,
para que ocupe el papel de Presidente de los EEUU en un encuentro internacional
de alto nivel. Inaudito. Piensen por un momento la cara del resto de los dirigentes
en esos encuentros al ver cómo alguien de la familia Trump les hablaba por boca
del Presidente. Es un caso de corrupción tan flagrante como asombroso, y una
violación de las normas de gestión pública de tal tamaño que avergonzaría a la
sociedad de cualquier país occidental. ¿Qué diablos está pasando en EEUU?
Si se acuerda, en los ochenta se
organizó un lío de padre y señor mío con el despacho de juan Guerra, uno de los
hermanos de Alfonso, entonces todopoderoso vicepresidente del gobierno, que
negociaba mordidas y contratos amparado en la poderosa figura de su hermano. Los
hijos de los Pujol han medrado también gracias al apellido y al poder que su
padre (y madre superiora) tenían en la sociedad catalana. Por todo ello nos
indignamos, y con razón. Ivanka, y el resto de los Trump, suponen el paroxismo
de esta forma de corrupción, envuelto en formas elegantes y vestimentas de
primera, todo muy chic, pero igual de nauseabundo e inmoral. Cada paso que da Trump
destruye el espíritu fundacional de los EEUU, el contenido de su constitución y
la imagen de ese país en el mundo. Putin puede estar más que satisfecho.
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