El pasado sábado tuvo lugar en la
sede del Parlamento europeo de Estrasburgo una ceremonia sentida, conmovedora y
que, sin exageraciones, merecerá pasar a los libros de historia. En un
hemiciclo lleno, ausente de parlamentarios y a rebosar de dignatarios y figuras
de talla internacional, la eurocámara y, en su nombre, muchas naciones, no sólo
europeas, rindieron
un homenaje póstumo a la figura de Helmut Kohl, canciller federal de
Alemania desde 1982 hasta 1998, y uno de los principales artífices del impulso
que transformó la antigua CEE en la UE, la RFA en Alemania y Europa en una
realidad tal y como la conocemos.
Kohl fue un gigante, y no sólo
porque físicamente lo era. Canciller con amplia mayoría en una RFA que era ya
la locomotora económica de Europa, su obsesión tenía forma de nación
reunificada y de continente unido. A su llegada al poder la guerra fría está
caliente, el muro se alza impertérrito en Berlín y el telón de acero es una
realidad que ahora mismo seguimos sin ser capaces de imaginar. Empieza a surgir
movimientos de disidencia en Polonia, pero son aplastados por la dictadura que
rige el país. Cada día surgen noticias que elevan la tensión entre EEUU y al
URSS, que tienen en el teatro europeo el más peligroso de sus escenarios,
mientras se disputan guerras a través de peones en otras partes del mundo como
Centroamérica, Afganistán y zonas de África. Kohl no se limita con soñar la
reunificación, sino que empieza a trabajar para hacerla realidad. Cuenta con el
apoyo de un Ronald Reagan en EEUU y Juan Pablo II en el Vaticano que luchan
para desgastar el imperio soviético. Así mismo, en el plano europeo, Kohl se da
cuenta rápidamente que el continente sólo puede ser uno si crece, acoge en su
seno a las naciones que desde siempre lo han conformado y se convierte tanto en
un espacio de prosperidad económica como, sobre todo, un lugar de defensa de la
libertad y la democracia. Ve, como lo hizo en su tiempo Ortega con España, a
Europa como la solución al problema alemán, a la destructiva tendencia de su
país de querer conquistar el continente, siempre saldada con crueles y asesinas
guerras, y se conjura para hacer todo lo posible para que eso no vuelva a
suceder. Se fija rápidamente en el joven presidente del gobierno de España, un
socialista llamado Felipe González, con el que ideológicamente le unen pocas
cosas, pero con el que comparte el sueño europeo. Las negociaciones para la
incorporación de España y Portugal avanzan a medida que la fragilidad del
bloque comunista crece. Si en 1986 nuestros países entran en la entonces
llamada CEE, en 1989 se derrumba un muro que, como cicatriz, dolía en toda
Europa, y en 1990 se produce el milagro de la reunificación alemana, que vuelve
a ser un solo país de un único nombre. Muchos ven con temor el poder que puede
acaparar un gigante económico y demográfico como el que se empieza a crear, con
una Berlín demacrada nuevamente como capital, pero Kohl lo tiene muy claro. No
será una Europa alemana lo que verán los años posteriores, sino una Alemania
europea, mensaje que no deja de repetir insistentemente no porque fuera un lema
de campaña, no, sino porque era su auténtica creencia. Y en ella siguió hasta
que dejó el poder en 1998, y en ella han seguido sus sucesores, primero el
socialdemócrata Schroeder y luego una pupila de Kohl, su niña, una tal Angela
Merkel, que quizás su mentor ni nadie nunca imaginaros que podría acaparar
tanta influencia y poder.
Merkel, el sábado, conmovida
hasta las lágrimas, expresó su gratitud hacia Kohl como europea, como alemana,
como política y como persona, porque gracias a él estaba ella allí. Y dijo alto
y claro que somos nosotros, los actuales dirigentes y ciudadanos europeos, los
encargados de mantener vivo el espíritu y ejemplo que Kohl nos dio, de no
descansar para seguir construyendo todo lo que él inicio. Este sábado se rindió
en Europa un homenaje a una de sus figuras más destacadas de la segunda mitad
del siglo XX. Uno de aquellos que creyeron que el destino del continente no es
la guerra, sino la unión y la libertad, y que por ella trabajó sin descanso.
Como dijo Merkel, en nuestra mano está continuar su obra.
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