Ayer
hace ocho años se cumplía el cuarenta aniversario de la llegada del hombre a la
Luna. El 20 de julio de 2009 fue lunes, y por la tarde, calurosa si no
recuerdo mal, me fui al conocido popularmente como el parque de las tetas, por
la forma de las colinas que lo conforman, para ver anochecer en Madrid y
contemplar las estrellas y la Luna. En aquella época estaba perdidamente
enamorado de una chica, tan colgado por ella como lo está la propia Luna en el
cielo oscuro. Le dije que viniera a ver la luz lunar y, por supuesto, no quiso.
Años después dejé de estar en el supuesto cielo ilusionado de su presencia,
constatando, una vez más, que resulta más sencillo poner los pies en otro mundo
que alcanzar el corazón de las personas.
Desde 1972, año de la misión
Apolo XVII, comandada por Eugene Cenan, no hemos vuelto a la Luna, y si no
recuerdo mal ningún astronauta se ha alejado los 400 – 500 kilómetros de la
órbita baja de la Tierra, en la que viven la actual Estación Espacial
Internacional, ISS, y las que le precedieron (MIR, SkyLab, etc). Los Saturno V,
los cohetes más grandes jamás construidos, dejaron de bramar una vez que EEUU
ganó la carrera de la Luna a la extinta URSS, y desde hace muchos años no son
sino piezas de museo, gigantescas, que emulan a dinosaurios, tumbados en
hangares repartidos por el país norteamericano. Mucha de la tecnología de la época
es, a ojos vista, antediluviana, pero varios de los valiosos conocimientos que
se forjaron en aquellos años de competición desmedida se han perdido.
Controlamos la vida en órbita baja de una manera nunca rutinaria, pero sí
habitual, ¿pero seríamos capaces de hacer maniobras de encuentro tipo “rendez-vous”
como antaño sin error alguno? ¿Y alunizar? Los soportes vitales de la ISS están
testados cada día y permiten la supervivencia continuada de personas en su interior
pero, por decirlo de una manera, están quietos, protegidos por la propia
Tierra. Apenas a un segundo luz de nosotros, en la Luna, nada hay que nos
permita el más mínimo fallo. Contemplar el módulo lunar en el que Armstrong y
Aldrin se posaron sobre el polvo del satélite produce orgullo pero, también,
por qué no negarlo, pánico, al ser consciente ante su presencia de la endeblez que
transmite. No dejaban de ser aquellas unas misiones con un elevado componente
suicida, en las que se habían probado trayectorias de escape y circunvalado el
satélite en los últimos vuelos del Apollo antes del XI, pero el grado de
improvisación necesario y el miedo a que cualquier cosa pudiera salir mal
estaba en la mente de todos. Visto en perspectiva, el logro es de una audacia
absoluta, total, asombrosa. El esfuerzo que tuvieron que hacer los EEUU para
ganar esa carrera, y mostrar al mundo su superioridad frente al enemigo
comunista requirió de lo mejor del país, de todos sus recursos y mentes. Y es más
que seguro que el enorme esfuerzo inversor en tecnología que arrastró aquel
programa volvió a otorgar a la nación americana una decisiva ventaja que se
tradujo en mayor competitividad y crecimiento del PIB. Cuando alguno recuerda
el pasado glorioso de aquel país añora momentos como ese, que lograron unir a
todos, y de paso tapar cosas que no iban nada bien por aquel entonces. Hoy el
mundo es muy distinto, imposible de imaginar desde aquellos finales de los
sesenta, y resulta tan extraño como decepcionante comprobar que no hemos vuelto
a la Luna, ni siquiera para reafirmar nuestra presencia allí, para
reconquistarla. Cada vez que un proyecto lunar aparece en los medios a su lado
lo hace un contable que demuestra la carestía de la aventura y lo imposible de
su rentabilidad. No vamos por dinero. Y eso, quizás, sea lo más cutre de todo.
Dentro de dos años se cumplirá el
medio siglo de aquel viaje. El 20 de julio de 2019 será sábado, un día que
promete ser ideal para contemplar atardeceres y estrellas en una radiante noche
de verano, a buen seguro nuevamente con el corazón solitario. ¿A qué sería una
idea maravillosa volver a la luna cincuenta años después? Lograr posar
nuevamente astronautas, que puedan ser llamados como tales, no meros
orbitadores de la Tierra, como dice a veces Pedro Duque. Proyectos privados
como el del SpaceX de Elon Musk o iniciativas públicas como el programa chino ambicionan
volver a la Luna, y esta vez con una estrategia comercial de fondo, basada en
la publicidad y en la posible explotación de recursos mineros. Creamos en
nosotros mismos, tenemos tecnología para ello, sólo nos falta ambición.
¡¡Volvamos a la Luna!!
Subo a Elorrio para pasar una
semana de vacaciones. Descansen mucho. Si no pasa nada raro, el siguiente artículo
será el lunes 31 de julio.
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