Películas y series de televisión
suelen jugar en muchas ocasiones con giros imprevistos de guion que
desconciertan al espectador, y que pueden llegar a engancharlo del todo a la
trama, porque algo que sorprende interesa, mientras que lo previsible puede
aburrir. Normalmente se juega con un personaje importante que fallece, o una
subtrama que colapsa o deriva hacia algo muy distinto a lo que era de esperar.
Juego de Tronos ha explotado este recurso hasta el límite y uno de los morbos
de ver esa serie es tratar de adivinar cuánto sobrevivirá cada uno de los
personajes, a sabiendas de la elevada “mortalidad” que se registra en Poniente.
La
muerte de Miguel Blesa, sucedida ayer a primera hora de la mañana, es uno
de esos giros que conmociona a un relato, el de la corrupción, y una sociedad,
la nuestra, que va camino a acostumbrarse a todo lo imaginable, dada la
actualidad que observamos cada día. Hoy se sabrá el resultado de la autopsia de
lo que parece, casi con toda probabilidad, un suicidio. Blesa murió en una
finca de caza de Córdoba a la que acudía con frecuencia, a causa de un disparo
de una de sus propias armas, de las que era una experto usuario, lo que
descarta casi con totalidad el accidente. Su historia es, en parte, la del
pelotazo, la burbuja y el desmadre financiero de la década que precedió a la
crisis de 2008. Funcionario de carrera, llega a la presidencia de la entonces
Caja Madrid aupado por sus contactos con el gobierno, en ese caso del PP, y su
amistad con el presidente, en ese caso Aznar. Su trayectoria es, en este
sentido, paralela a la de tantos directivos de Cajas de Ahorro que, a todos los
lados del espectro político, consiguen su cargo por la amistad que les une al
poder político. Nuevo ejemplo de élite extractiva, como el ya mencionado ayer
caso de Villar en la Federación de Fútbol. Desde su despacho, junto a la plaza
de las Salesas, en pleno centro histórico de Madrid, Blesa sueña a lo grande y
observa que tiene la máquina necesaria para conseguir sus sueños, la Caja, y
los contactos que le permitirán llevar a cabo todos sus planes. Su gestión a lo
largo de los años de presidencia es la de la huida hacia adelante, el disparo
de volumen de la entidad, subida a la ola de la burbuja, la exposición absoluta
al riesgo inmobiliario sin control ni mesura. El oso, logotipo de la entidad,
no inverna nunca y engorda a base de créditos dudosos y operaciones
internacionales bastante opacas, que elevan el prestigio de gestor de un Blesa
ya convertido en un señor al que nadie tose. Con el tiempo se sabrá la fórmula,
formato black, con la que mantenía en silencio y unanimidad a un consejo de
administración en el que se sentaban todos los partidos políticos, y que ni
aconsejaba ni administraba. Llega la crisis y Caja Madrid la sufre en primera línea,
sus valoraciones se hunden y las noticias cada vez son más preocupantes. Instalado
ya en lo alto de una de las torres Kio, abandonado su despacho histórico, Blesa
ve como sus contactos empiezan a no poder defenderle ante la marea de deuda,
morosidad y derrumbe financiero que ha dejado el madroño de la entidad
apolillado hasta las raíces. Caja Madrid se empieza a convertir en un problema
de estado, y Rodrigo Rato, hombre más poderoso y con más contactos que Blesa,
es aupado al poder a la vez que Miguel cae del pódium. Se crea Bankia,
rutilante juguete, Frankenstein financiero formado por entidades quebradas que
no pueden seguir vivas salvo en la ficción política, y de mientras ese monstruo
sale a andar, dando tumbos y arruinando a todos los que se cruzan en su camino,
Blesa empieza a disfrutar a lo grande de los réditos de su gestión. Bankia
quiebra, provoca el rescate financiero de España y Rato se cae del pódium, y
llega Goorigolzarri, un banquero de verdad. Y Blesa sigue viviendo como si
Dios, a su lado, fuera un simple mortal.
Su muerte no le hace ni mejor ni
peor persona de lo que era, ni le libra de las culpas morales, ya no
judiciales, derivadas de su nefasta gestión. Quizás pase a la historia por las “black”
aunque debiera hacerlo por ser el precursor, junto a su sucesor Rato, de la
quiebra de la caja madrileña. Su expediente judicial, abierto en canal tras la
primera condena, y a la espera de nuevos juicios en los que probablemente iba a
ser nuevamente calificado de culpable, se cerró ayer de golpe. Sus años de oro
han quedado en nada, y ahora una tumba en Linares, Jaén, llevará su nada anónimo
nombre. Su familia llora su pérdida, y su marcha deja no pocas preguntas sin
responder, culpas sin cubrir y dinero, mucho dinero, por recuperar. Venga,
Netflix, supera todo esto.
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