viernes, julio 14, 2017

Liu Xiaobo y la libertad en China

Ayer falleció en China Liu Xiaobo, de una manera tan tenebrosa y oculta como ha sido su existencia durante los últimos años. Liu, opositor al régimen comunista, o más bien, defensor de la libertad, ha pasado un largo tramo final de su corta vida en la cárcel, sometido a un régimen de aislamiento estricto, tan hermético como sólo el gobierno de Beijing es capaz de producir. Cuando le fue concedido el Nobel de la Paz nada se vio de él, ni un testimonio de su existencia, palabras que acreditaran su aceptación y, desde luego, ni imágenes ni otro tipo de prueba de vida. Hace pocas semanas el gobierno cambió su estancia en prisión por un hospital, e hizo público que sufría un cáncer de hígado, que ha acabado con él a los 61 años.

Liu es, era, el principal exponente del movimiento en defensa de la libertad en China, país que nos deslumbra con su apabullante crecimiento económico y con su poderío demográfico y social, pero que sigue siendo regido por una dictadura de partido único, llamado comunista en este caso, que controla todas las estructuras del poder. A medida que la economía china ha ido creciendo, y como sucedió en otros países, como es el caso de España en los sesenta, las demandas de apertura y libertas en la sociedad china han ido creciendo. Pero el régimen, alumno aventajado en lo que hace a la represión, ha ido perfeccionando sus tácticas de control y dominio de la población, no quedándose atrás, ni mucho menos, en el uso de las nuevas tecnologías y capacidades económicas empleadas en labores de espionaje, adoctrinamiento y sometimiento. China es un espejo muy feo en el que podemos contemplar una realidad que, a muchos, nos parece repelente. Tras la represión de las protestas de Tian An Meng, cuyo balance de víctimas quizás no llegue a saberse, el régimen dejó claro que el uso y abuso de la fuerza estaba por completo en su mano, y ofreció a la sociedad china una especie de acuerdo, o pacto. Crecimiento a cambio de sometimiento, progreso económico sin libertad, prosperidad y riqueza sin elección. Y muchos de los ciudadanos chinos parecen haber optado por aceptar estas condiciones, o al menos es lo que se percibe desde la distancia geográfica y mental que tengo respecto a una sociedad tan diferente a la nuestra. Por eso, el régimen trata siempre de que la economía china crezca sin parar, a tasas altísimas, para que un descontento provocado por una crisis económica no se traduzca en una revuelta política. En este contexto, las voces disidentes son muy escasas, y hablan en chino, lo que las hace incomprensibles. Y no, no es una tontería. Xiaobo empezó a destacar entre los pocos opositores por su discurso, claro, contundente pero, a la vez, pacífico, y nunca deseando un enfrentamiento con otros sectores de la sociedad china. Era un intelectual, quizás sea mejor utilizar el sustantivo pensador, no un agitador político. Su figura estaba muy lejos de la del dirigente, el agitador de las masas, era mucho más profesor que cualquier otra cosa. Nunca opuso resistencia violenta ante ninguna medida del gobierno, y abominó de esas vías. Sólo la palabra, nunca una más alta que otra, fue su estrategia, su arma eran papeles, cartas, manifiestos en los que su firma estampada daba un aura de integridad. Libertad era un término que abundaba mucho en sus escritos, por la misma causa por la que el sediento no deja de pensar en agua. El régimen le enfiló pronto, e hizo su vida imposible. Ostracismo en la vida universitaria, detenciones, arrestos domiciliarios y, finalmente, una condena de cárcel a muchos años tras un juicio en el que fue declarado culpable pero que, a ojos vista, demostró que él era el único inocente de los que estaban en la sala. Desde entonces, encerrado en prisión en unas condiciones de aislamiento durísimas, su vida ha sido oculta, apagada y silenciosa. Y ayer, para regocijo del régimen y pena de los que amamos la libertad, murió.


Hay un libro publicado en España por RBA titulado “No tengo enemigos, no conozco el odio” que a buen seguro su editor trató de modificar, pero afortunadamente no lo consiguió. Es un volumen de no demasiadas páginas, pero de lectura necesaria. En él Xiaobo expone su ideario, que consiste sobre todo en defender la posibilidad de que todos los demás puedan exponer el que deseen. Su prosa es relajada, sin aristas, y en ningún momento ataca, aunque duele mucho leer su experiencia y lucha. Ahora que no está, su imagen es un referente aún mayor para los que en China, que los hay, siguen ansiando un futuro en libertad. Su testimonio y ejemplo de vida quedarán, y eso el gobierno de Beijing, por mucho que lo intente, no podrá ocultarlo nunca.

No hay comentarios: