martes, julio 11, 2017

Venezuela, la lenta agonía del régimen chavista

Las cosas no avanzan en Venezuela, país que sigue envuelto en una ola de conflictividad social que deja un reguero de muertos, daños materiales y una paralización que hunde aun más su maltrecha economía, que presenta algunos de los peores registros macroeconómicos de todo el planeta. Al frente de la misma, y de todo lo demás, sigue instalado el régimen chavista, madurista podría denominarse ahora, sumido en la falacia de una revolución que hace mucho tiempo dejó de ser tal para convertirse en una dictadura más o menos dura, que alienta ataques contra políticos, parlamentarios y todo aquel que disienta de lo que Miraflores, el palacio presidencial, dictamina como verdadero. Visto desde fuera, el panorama cada vez es peor.

Este fin de semana el gobierno de Maduro ha levantado un poco la mano y aliviado el castigo que impuso a Leopoldo López, uno de los líderes opositores, tornando su prisión por arresto domiciliario. Condenado a una grave pena de cárcel en un juicio sin garantías, por una acusación oscura, López empezaba a ser un problema en la cárcel para el régimen, dada la notoriedad de sus protestas, y las crecientes condenas internacionales, tanto de países como de organizaciones defensoras de los derechos humanos, que no cesaban de advertir cómo entre rejas su vida empezaba a correr peligro. Para algunos ha sido un gesto de magnanimidad del chavismo, para otros, de debilidad, y yo me inclino a pensar más por la segunda opción. Pese a estar confinado en casa, López puede movilizar con mayor fuerza a sus seguidores y mantener el pulso a las huestes violentas que hacen el trabajo sucio a un chavismo que, oficialmente, se desentiende de ellas pero que, en la práctica, consiente su actuación y busca la manera de apoyarlas. Estas imágenes de enfrentamientos continuos por las calles son tristes y reflejan la profunda, quizás ya irreversible, división que se vive en el país, división que hace cada vez más difícil la salida del problema político. El régimen enrocado enarbola su fantasmal asamblea constituyente para reformar la constitución y perpetuarse en el poder con una estrategia que está siendo imitada por otros iluminados como los soberanistas catalanes. Frente a ellos, la oposición, que posee una gran fuerza en la calle pero muy poco peso en los estamentos de poder del país, y que sabe que, de llevar a cabo sus planes de reforma, las elecciones en las que puede mostrar su fuerza dejarían de existir como tales, y la asamblea legislativa sería borrada del mapa, no de una manera tan burda como pretendían los violentos que la asaltaron la semana pasada, pero sí de una manera mucho más efectiva. Y en medio de todo está el ejército, el gran poder del país, acostumbrado a poner y quitar dirigentes. No olvidemos que Chávez era, sobre todo, un militar golpista. ¿Qué opina el ejército de lo que pasa ahora en el país? ¿Está dividido? ¿Va a consentir que el estado de revuelta social se perpetúe? ¿Acabará dejando sólo a Maduro, que se ha mostrado como un fracaso en todos los aspectos? ¿Se dividirá como la propia sociedad? No tengo respuesta para ninguna de estas preguntas, pero lo único que veo probable es que, de seguir la situación actual, tendrá que acabar tomando postura por uno u otro bando, o por una tercera alternativa, que sería la del golpe clásico y la instauración de un estado de orden bajo una tercera figura. En todo caso su papel actual de observador de la situación cada vez es más incómodo y difícil de sostener. La propia deriva de la crisis venezolana, que no deja de ir a más, le impedirá seguir estando sin pronunciarse. Y no perdamos de vista el precio del petróleo, el recurso básico para la economía nacional, que sigue bajo mínimos y drena toda posibilidad de aumentar los ingresos para el país y sus habitantes.


Los ejercicios de mediación internacional, en los que ha participado activamente, entre otros, el expresidente ZP, se han saldado con escasos resultados, dado el avispero en el que se ha convertido el país. Los pudientes de Caracas están optando por dejar su ciudad, y no pocos vienen a Madrid, en una entrada de capitales que ya nota, y con fuerza, el mercado inmobiliario de barrios como el del Salamanca, pero la inmensa mayoría de los venezolanos siguen allí, angustiados por su futuro y muy preocupados por su convulso presente. Es muy difícil saber lo que acabará pasando, pero lo ya sucedido es bastante triste, en una nación de riquezas naturales tan inmensas como desigual y nefastamente gestionadas. Pobre Venezuela, pobres sus ciudadanos. Ojalá el régimen de paso a una apertura de verdad, la situación se calme y el país logre reconstruirse. Lo merece y necesita.

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