Ya son más de cien los condenados por violencia machista que se han beneficiado por las rebajas de penas de la nefasta ley del “sólo sí es sí”, llegándose en algún caso a la excarcelación del delincuente porque entre lo cumplido y lo rebajado se cubría lo necesario para acceder a esa ventaja. Es un saldo desastroso y ya no se puede corregir, porque aunque la ley se reformara, los beneficiados que lo han sido no dejarán de disfrutar de esa ganancia, al ser posible la retroactividad a favor del condenado pero no en contra. El único culpable de este desastre es el inepto gobierno que tenemos, repartido el dogmatismo inútil de la ministra de igualdad y la renuncia necia del presidente, su jefe.
En paralelo, diciembre ha sido un mes de crueldad extrema en lo que hace al recuento de víctimas. En torno a diez mujeres han sido asesinadas en ese mes, siendo, con diferencia, el más mortífero del año pasado. Los casos se sucedían a partir de un momento dado y se enlazaban uno con otro en una secuencia macabra en la que cambiaba el escenario local, el aspecto del edificio que se situaba tras el reportero que narraba la noticia, pero que mantenía en todo momento la crueldad extrema de un asesinato. Es normal, entiéndase la expresión, que este tipo de crímenes crezcan en los momentos en los que la convivencia se intensifica, y la Navidad es una de esas épocas en las que más estamos con la familia y en la que, también, más discusiones se propician, pero las cifras del mes pasado son horrendas. En este caso la culpabilidad de lo sucedido también es única y sencilla. El asesino lo es. Pero es verdad que en no pocos casos los protocolos establecidos para tratar de mejorar la protección de las mujeres no han funcionado bien. En cerca de la mitad de los casos no existían denuncias, por lo que las autoridades y todos los posibles capacitados en actuar para detener el crimen estaban ciegos. En los casos con denuncia había órdenes de alejamiento y no, y la casuística era variada, pero en general la sensación es que algo ha fallado, o se pudo hacer más. Se han organizado varias reuniones en las que el Ministerio de Interior ha actuado como eje de coordinación, para ver cómo mejorar las cosas, pero lo cierto es que no es sencillo. El crimen machista no se acaba con concienciación, porque no estamos ante una banda organizada que capta adeptos para sus crueles fines, sino ante algo mucho más complicado e íntimo. Es necesario desburocratizar los procesos de denuncia, ponérselo más fácil a las mujeres para que, al acudir a un centro de seguridad sepan que no van a entrar en un caos de procedimientos, formularios y demás. Los medios telemáticos de control de acosadores han mostrado su eficacia y quizás haya que explorar su extensión hasta donde la ley lo permita, pero algunas medidas sugeridas, como el informar a las mujeres de los antecedentes de sus parejas chocan con principios legislativos profundos y, seguramente, serían derrumbadas por cualquier tribunal de alta instancia. En este tipo de crímenes, crueldad añadida, es la víctima la que tiene que dar la voz de alarma lo antes posible para que la maquinaria de seguridad se ponga en marcha. Muchas veces el asesino lo intenta, o va aumentando la graduación de su acoso. Hay que detenerlo nada más empezar, impedir que ese proceso ocurra, y la denuncia debe ser interpuesta por la víctima al primer maltrato, al primer abuso, para minimizar la probabilidad de que esa conducta se reitere y agrave. El entorno personal de la víctima, sus familiares y amigos, pueden jugar aquí un papel determinante, porque pueden ver lo que la víctima ve pero acudir a pedir una ayuda que, en demasiadas ocasiones, la víctima no solicita, por miedo, por temor, por creencia en que las cosas no irán a más, por dependencia económica, por mil causas posibles.
Pero, ay, debemos ser conscientes de que, por muy bien que lo hagamos todos, será casi imposible evitar algunos casos, porque esta horrible violencia, aunque tenga sesgos de renta y de otro tipo, se da en todos los estratos sociales, en la ciudad y en los pueblos, en los pisos acomodados o en las barriadas humildes. Estudiar los casos de asesinatos machistas es deprimente, porque no aparecen patrones claros, sólo una violencia ciega y cruel amparada en un maldito amor que no existe, por mucho que se proclame. Hagamos todo lo posible para que los asesinatos machistas se acaben, aunque sepamos que sea imposible lograr la exterminación de este crimen. Y sí, también, reformulemos la maldita ley esa para que no haya más indeseables condenados que se beneficien. Que se pudran en la cárcel el máximo tiempo posible.
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