Se abusa tanto del término que da pereza usarlo, pero es realmente histórico que, tras sesenta años, la población china haya experimentado un descenso. En 2022 su crecimiento vegetativo (nacimientos menos defunciones) fue negativo, en el entorno de los 850.000. Dado que el país seguía cerrado por completo por la política de Covid cero no había flujos migratorios, por lo que el saldo demográfico general es sólo el vegetativo. La población estimada del país es de 1.411 millones de personas, un disparate. Se espera que, de manera oficial, India le supere este año y se convierta en el país más poblado del mundo, por lo que entre los dos sumarán, en la práctica, un tercio del total de la población mundial.
El gran problema de la demografía china ha sido su crecimiento desatado, lo que ha llevado al régimen de Beijing a imponer medidas que sólo las dictaduras son capaces de aplicar, como la política de hijo único, que estuvo en vigor varias décadas. Eso frenó el crecimiento de la población, sí, pero al coste de crear generaciones enteras de vástagos solitarios, y casi todos ellos varones. El infanticidio femenino que se produjo en esas décadas fue tan salvaje como inmenso, y ahora tenemos cohortes enteras de chinos que carecen de un equilibro sexual dado que en ellas la presencia femenina es muy escasa. A todo esto debemos añadirle un factor más importante aún, que es el explosivo crecimiento económico que se ha dado en el país en estas últimas décadas, habiendo pasado en poco más de tres de ser una nación pobre a la segunda economía del planeta. Está muy demostrado que el incremento en los niveles de renta conlleva una caída de la natalidad, por factores diversos. Las mejoras sanitarias hacen que la probabilidad de supervivencia de los hijos que nacen sea prácticamente del 100%. El coste de la crianza de los niños se dispara porque sus necesidades lo hacen y la educación, cada vez más prolongada, los convierte en un objeto absorbente de caras inversiones. Y uno de los factores fundamentales, la incorporación de la mujer al mercado de trabajo y a la sociedad como miembro de pleno derecho hace que se replantee la maternidad y que, en general, tenga muchos menos hijos. En España hemos vivido ese proceso de manera más acelerada que en los países de nuestro entorno, y hemos pasado de las familias numerosas y abundantes de los sesenta setenta a liderar, junto con Corea del Sur e Italia, las tasas de natalidad más bajas del mundo, en el entorno del 1,1 1,3 hijos por mujer. La tasa de 2,1 es la que garantiza el reemplazo de la población, siempre en términos vegetativos (nacimientos menos muertes). China ha visto como su tasa de natalidad lleva ya varios años por debajo de ese 2,1 y era cuestión de tiempo de que surgiera un dato demográfico como el conocido ayer. Es cierto que el Covid ha “ayudado” a alcanzarlo, al aumentar las cifras de fallecidos, y es probable que este 2023 sea la fuerza principal que haga que el saldo negativo crezca aún más, pero lo cierto es que la demografía china se ha “oocidentalizado” a toda velocidad y ya se encuentra sumida en el proceso de envejecimiento que vivimos aquí desde hace tiempo. En nuestras sociedades la población crece porque llegan inmigrantes, y cubren el saldo de bajas, pero España, por ejemplo, tiene crecimiento vegetativo negativo desde antes del Covid, fruto del derrumbe de nacimientos. Las cohortes fértiles son cada vez más pequeñas, como consecuencia de la reducción de nacimientos que se produjo hace ya algunas décadas, por lo que el proceso de reducción de la población se realimenta, aquí y allí, y dado que la esperanza de vida crece, la población envejece poco a poco, no muy deprisa, pero sin parar. Eso tensiona sistemas como el de las pensiones y, en general, todo el sector productivo, donde la mano de obra empieza a escasear en ciertos sectores, porque no hay profesionales preparados en muchos de ellos o porque, directamente, no hay gente.
Para China, que carece de sistemas de Seguridad Social y jubilación como los nuestros, el envejecimiento es algo nuevo que deberá afrontar sin experiencia previa. Su vecino Japón lleva en esta dinámica desde hace tiempo, perdiendo en torno al millón de habitantes cada año desde hace unos cuantos, y Corea del Sur parece que les va a superar a todos en decrecimiento dada su natalidad, la más baja del mundo. El régimen chino se enfrenta a un problema que, dada la inercia que tienen las tendencias demográficas, ha venido para quedarse y que será determinante para el país en los próximos años, tanto para sus objetivos económicos como, también, a perspectivas que la sociedad, envejeciendo, tenga de sí misma. Leí ayer por ahí que China puede hacerse vieja antes que rica. Quizás.
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