Aunque el Word en el que escribo me la marque en rojo, no hay errata en el título, y no quiero escribir Soledad, sino el topónimo Soledar, correspondiente al nombre de una localidad ucraniana que, casi seguro, ninguno conocíamos hasta la semana pasada. Yo al menos no era consciente de su existencia. En ella se encuentra una gran mina de sal y cientos de galerías subterráneas. Se encuentra a pocos kilómetros de Bakhmut y es clave para lograr el control de esta última ciudad, que abriría la puerta a todo el territorio occidental de la provincia de Donetsk. Hay confusión, pero es probable que el anuncio ruso de que Soledar ha sido conquistado sea cierto.
En estas semanas las iniciativas rusas sobre el terreno de batalla han hecho retroceder a las tropas ucranianas, y el frente, aunque sigue bastante estabilizado, lleva un tiempo sin ver avances de las tropas de Kiev. El uso intensivo de la artillería está devastando las posiciones de defensa ucraniana y parece que la línea a la que ha llegado hasta ahora el ejército ruso se puede considerar como un punto de no retorno. En la guerra hay muchas idas y venidas, sensaciones de ganancia y derrota, y del “momentum” que se vivió cuando Ucrania reconquistó Jersón se ha pasado a esta situación de espera en la que las tropas de Kiev aguantan el frente sur pero no logran avances en el norte. Por su parte, los rusos, con una de las estrategias más caóticas, derrochonas e ineptas que se hayan visto en décadas, logran mantener sus posiciones en el frente norte y Soledar puede ser el preludio de nuevos avances, con la citada Bahkmut a tiro. Si esa ciudad cae Rusia sí puede tener opciones de ampliar seriamente la zona conquistada y hacerse con toda la provincia de Donetsk, o más bien con sus ruinas. En los combates, que están siendo de una dureza inimaginable, las bajas de ambos bandos se pueden contar por cientos cada pocos días, y el reguero de destrucción alcanzado logra que la población conquistada sea más bien un cruce de carreteras rodeado de lo que antaño fueron edificios, hoy ruinas. Los civiles de esas zonas o han huido o se han escondido muy bajo tierra o, directamente, están muertos. Las imágenes que llegan de esos frentes son de una dureza y crueldad absoluta. Zonas nevadas, en las que el frío se ha hecho con todo, donde parte de la maquinaria de guerra empieza a no funcionar bajo esas temperaturas, y soldados que se guarecen como pueden en trincheras de hace un siglo, con la única diferencia de sus móviles en la mano. Es desolador. En la conquista de Soledar ha jugado un papel importante el grupo paramilitar Wagner, un ejército privado dirigido por un oligarca amigo de Putin, que fue su jefe de catering, y que se ha convertido en uno de los principales brazos armados de los intereses rusos no sólo en Ucrania, sino allá donde el capullo de Vladimiro lo considere necesario. Amplia es la presencia de Wagner y su soldadesca en África, donde se está haciendo con áreas de influencia en las que antaño Francia tuvo un peso relevante. Wagner se compone de milicias profesionalizadas, mercenarios a sueldo que matan y no preguntan de manera uniformada, y también de miles de incautos, prisioneros de cárceles rusas a los que se les ha obligado a ir al frente prometiéndoles la amnistía si cumplen con su labor militar. Las crónicas hablan de cómo los milicianos expertos usan a estos prisioneros forzados como carne de cañón para las primeras avanzadillas, siendo su exterminio una valiosa información para determinar dónde se encuentran las posiciones ucranianas y su alcance. El desprecio a la vida de los propios es algo que siempre ha estado presente en la “cultura” militar rusa, y ahora se ha convertido en una herramienta más de ataque. Alfombrada de cadáveres, el área de Soledar ya debe pertenecer a esa milicia siniestra, que usa la manida calavera como emblema.
Y de mientras en los frentes no hay descanso, la balística rusa sigue golpeando infraestructuras energéticas y edificios residenciales, donde los civiles las pasan canutas, como ni usted ni yo podríamos imaginar, hasta que un regalo del cielo de Vladimiro destruye su edificio y los mata por docenas. El sábado fue en Dnipro, cada día en otra ciudad que nos puede sonar o no, los bombardeos son incesantes, en medio del frío, y la resistencia inaudita que muestra la población ucraniana es puesta a prueba sin cesar por el despiadado asesino que rige en el Kremlin y su camarilla de secuaces, que día tras día planean nuevos ataques. Si a los que decidieron esta guerra no les importa la vida de sus propios soldados, menos las de los ucranianos. Si pudieran los matarían a todos. En ello están.
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