jueves, febrero 02, 2023

Ceder ante el sátrapa a cambio de qué

Nos podemos poner tan dignos como queramos, pero todos caemos en la hipocresía en nuestra vida diaria. Decimos que sí cuando queremos decir no, actuamos por interese y no por convicciones… es humano. El imperativo categórico kantiano funciona muy bien sobre el papel, pero se estrella sin cesar contra un mundo real que nos exige vivir con otras personas y deseos. No se fustigue por ello, vivir y convivir son juegos en los que lo que deseamos no es lo que se va a producir, y exigen tomar decisiones que no nos gustan para ir tirando. Todo tiene sus límites y cuando la hipocresía toma totalmente el control es mejor evitar a quienes así viven, pero santos y puros, no, no existen.

En política la hipocresía es el ABC de la actuación diaria, y en las relaciones internacionales, más. Ahí, como han dicho muchos, sólo hay intereses, no amistades. Nuestro caso con Marruecos es uno de esos problemas que están ahí para quedarse, nos guste o no, y que tenemos que lidiar con él de la mejor manera posible, que en ocasiones es algo que está muy lejos de nuestros deseos. Todos los gobiernos españoles, este y los anteriores, han tenido el problema marroquí en la mesa y, a sabiendas de que ambas naciones juegan con distintas barajas a la hora de lograr sus objetivos, han tratado de mantener relaciones y de sobrellevar los enormes problemas de fondo. En el caso de Sánchez se ha producido un cambio profundo desde las tradicionales posiciones españolas en el caso del Sahara, uno de los grandes temas de la relación diplomática entre ambas naciones (no el más grave, pero sí importante) con el cambio de postura que realizó, sin avisar a nadie, hace algo menos de un año. El realineamiento de España en el tema saharaui, dando la razón a Marruecos en un conflicto que lleva décadas enquistado, nos enfrentó con Argelia, aliado del frente Polisario y tenso vecino de Marruecos en su frontera este, y nos colocó en los brazos de la política de Mohamed VI, que previamente había sido bendecida por la administración Trump. Nunca nadie ha explicado las causas de nuestro cambio de postura, expresado en aquella carta tan mal redactada que Sánchez envió a Mohamed VI, que se hizo pública por parte del gobierno marroquí, en un gesto que nos descolocó a todos, supongo que los primeros a los estrategas de Moncloa que querían mantenerla en secreto. Del cese de González Laya tras el episodio de acogida del dirigente Polisario Brahim Gali en un hospital en Logroño en los momentos pandémicos hasta el asalto a Ceuta alentado por las autoridades marroquíes, han pasado demasiadas cosas en las relaciones entre ambas naciones estos años como para que no haya nadie que no esté sorprendido, mosqueado o ambas cosas. Sobre ese cambio de postura de nuestro gobierno ha habido hipótesis de todo tipo, desde las conspiranoicas hasta las basadas en el puro miedo a las amenazas militares alauíes, pasando por el cambio de postura de una parte del PSOE en un tema como el del Sáhara que no da mucho de sí a presiones por parte de EEUU y otros aliados. No hay nada cierto que se sepa, y esto alimenta los rumores, las especulaciones y los chismes. Si a eso le sumamos que en el actual desgobierno la parte podemita se muestra plenamente pro saharaui tendremos el divertido espectáculo de un presidente que canta las bondades de Rabat y hace que sus diputados en Bruselas no se sumen a un voto condenatorio a las persecuciones de los derechos humanos en el país vecino mientras que una vicepresidenta de extraño prestigio (homenaje a Rosa Belmonte) arremete contra el gobierno marroquí y lo que hace un instante había defendido su jefe, el presidente de nuestro gobierno. Como verán, un circo de muchas pistas, algunas folclóricas, otras serias, llenas de fieras amenazantes.

Bien, todo esto viene a cuento de la visita oficial que Sánchez comenzó ayer a Rabat para estrechar lazos y dar por inaugurada esta nueva etapa en las relaciones de ambos vecinos. Vendida por el departamento de propaganda de Moncloa como el nuevo amanecer, el desprecio mostrado por Mohamed VI hacia el encuentro ha resultado ser tan absoluto como llamativo. Ni se ha presentado por allí, estando como está de vacaciones navideñas (sí, sí) en Gabón. Apenas una llamada de cortesía entre su realeza y Sánchez, en un gesto que ha sido interpretado por todos como una descortesía absoluta. El enorme coste del arrodillamiento de Sánchez ante Mohamed VI no ha servido ni para que le reciba. Negociar con sátrapas puede ser necesario, pero es peligroso.

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