Este viernes 24 se cumplirá el primer aniversario del inicio de la guerra de Ucrania, una devastación organizada por Putin y su ejército que pilló a muchos por sorpresa. Otros llevábamos tiempo siguiendo las señales, cada vez más amenazantes, pero nos agarrábamos a la esperanza de que finalmente no se produjese algo así. Era una ilusión basada en cálculos racionales, pero la guerra es una de esas cosas que destruye la razón y provoca que la irracionalidad lo domine todo. Un año después, todos los pronósticos están rotos, el ejército ruso es un desastre, Ucrania sobrevive desangrándose y nadie sabe lo que va a pasar.
Ayer Biden y Putin hicieron dos discursos potentes, significativos, de los que merecerán ser recordados en el futuro, independientemente de lo que suceda en el devenir de la guerra. El día anterior en Kiev, ayer en Varsovia, Biden mostró el arrojo que es capaz de mostrar un señor de ochenta años cuando tiene la motivación de su vida delante. Estos días han sido para el presidente Biden el equivalente al “Ich bin berliner” de Kennedy ante el muro durante su visita al Berlín occidental. El mandatario norteamericano ha seguido prometiendo apoyo y medios a una ucrania que resiste como puede las embestidas rusas y que ve como cada día sus suministros de munición son más precarios y las bajas en sus filas no dejan de crecer. Fue un discurso motivados, al estilo de las películas de Hollywood, con escenografía abierta, público entusiasta y arengas colectivas. Desde Moscú, Putin dio el discurso sobre el estado de la unión que aplazó el año pasado con motivo del inicio de las hostilidades. La escenografía no podía ser más distinta que la empleada por Biden. Salón solemne, a cubierto, público rígido. Uniformado o trajeado, estático, la audiencia miraba con fervor, devoción y, seguro, miedo, al único hombre que ocupaba un estrado gigantesco flanqueado por banderas rusas enormes y con el gran escudo del águila bicéfala de fondo. Serio, rígido, Putin leía desde su atril con la rigidez que es acostumbrada a los que hablan en eslavo, o que al menos así nos suena a los que lo escuchamos, y mostraba una tez fría, seria, displicente. De dar miedo. Era la escena típica de un dictador absoluto que se dirige a los suyos para decirles lo que deben hacer y recordar, en todo momento, quien manda, por si hubiera alguna duda. La calidez del acto en Varsovia y la frialdad del de Moscú no podían ser más opuestas, y dejan bien a las claras el abismo que separa a ambos mundos. Nosotros estamos en uno de ellos, el de las imperfectas, ruidosas, agotadoras y a veces ineficientes democracias liberales, en las que la libertad individual y el derecho rigen en el día a día de nuestros deberes, ilusiones y frustraciones. En frente, las autocracias, o las dictaduras, en las que el individuo está al designio de lo que diga un líder que ni es electo ni puede ser contradicho, y donde las mismos deberes, ilusiones y frustraciones de los ciudadanos que en ellas viven están sometidos a los caprichos de un poder que actúa sin justificar sus decisiones. Un mundo de ciudadanos frente a un mundo de siervos, un lugar para la discusión y el acuerdo frente a un espacio de imposición y acatamiento. Alguno me acusará de simplificar las cosas, y como es obvio en este mundo complejo en el que vivimos, y en el pequeño espacio de un artículo de estos, algo de eso ahí, pero seguro que usted, sea cual sea su ideología, tiene bastante claro en cuál de esos dos mundos desea vivir, y que vivan los suyos. En pocas ocasiones queda tan claro, en tan coincidente espacio de tiempo, y con una estética tan clara, las diferencias entre una de las concepciones de la sociedad y la otra. Sí, ayer fue un día para la historia. De los que merecerán la pena ser recordados.
Ucrania es, ahora mismo, el lugar en el que se enfrentan esas dos concepciones de la sociedad, del poder, de la idea de lo que es una persona y de su valor intrínseco. En las trincheras del frente del Donbas también se juega nuestra libertad, y son los ucranianos los que mueren por ella, a diario, a cientos. En frente, son los rusos los que mueren, a diario, a cientos, por orden de su líder, para preservar el poder y orgullo que Putin reclama para sí. A lo largo de las próximas semanas, meses, es de esperar que la guerra se recrudezca y nadie tiene claro qué resultado saldrá de las ofensivas que se anuncian con la primavera. Lo único seguro es que son otros, los ucranianos, los que mueren por usted, por mi. Esa es una de las mayores crueldades de esta guerra desatada por Putin
Cojo cuatro días de ocio y subo a Elorrio, parece que con un tiempo que empeora. El siguiente artículo debiera ser el miércoles 1 de marzo. Pásenlo bien
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