Una de las novedades que vive con nosotros desde hace algo más de un año es la inflación, el impuesto encubierto que supone la subida de precios. Ya antes de la guerra de Ucrania los precios subían con ganas, con algo más del 6% como registro al comienzo de 2022. La remontada comenzó ya en verano del 2021, y no ha dejado de agudizarse desde entonces, con causas que se han ido relevando unas a otras, y que han dejado a los expertos y a los que seguimos todo esto con cara de muy tontos. Con los datos del INE de ayer, enero de 2023 cerró al 5,9% en tasa general y 7,5% en subyacente.
Sí,
ha habido un fracaso general a la hora de tratar el problema de la inflación,
no se si fruto de que realmente sabemos menos de lo que creemos (algo de esto
siempre hay en todo) o que, directamente, no se ha querido ver. Con las
primeras subidas las explicaciones lo achacaban a la tensión en las cadenas de
suministro por la reapertura tras la pandemia y al gasto en ocio tras los meses
de restricciones, y se decía que era un golpe puntual. Ya por las navidades de
2021 se veía que de golpe tenía mucho, pero de puntual poco, y el argumento
general tiró del adjetivo “transitorio” para tratar de quitar hierro al
problema. Las noticias de que la FED, el BCE de EEUU para entendernos, estaba
pensando en subir los tipos se consideraban como rumores sin mucha consistencia.
En febrero el maldito Putin declaró el inicio de su guerra de conquista y
exterminio, y los precios de todo se volvieron locos. El factor Ucrania se
convirtió en el catalizador de un alza generalizada de todo lo habido y por
haber, en muchos de los casos con causa justificada, en otros por mero
aprovechamiento de la coyuntura, y el término “transitorio” empezó a perder
fuelle, siendo sustituido en algunos casos por “permanente” con no pocas críticas.
Lo cierto es que durante el pasado año la inflación no sólo ha sido permanente,
como habrán podido comprobar, sino directamente sangrante. Las subidas de tipos
de los bancos centrales, que se veían hace dos años como disparatadas, hoy son
generalizadas y bruscas. Estas instituciones buscan frenar los precios
encareciendo el dinero, restringiendo así la demanda de crédito y, con ello, la
presión compradora. No son medidas que puedan actuar frente a alzas de precios
derivadas de una escasez de, pongamos, gasóleo o aceite de girasol, no. Son medidas
generalistas que tratan de apaciguar la capacidad de compra y consumo de los
agentes, sea cual sea su renta y situación, y su efectividad, complicada de
medir, es diferida en el tiempo, por lo que no es de esperar que una subida de
tipos hoy se traduzca en contención de precios en tres meses, ni mucho menos. Pero
es lo que está en las manos de estas instituciones para tratar de controlar los
precios. La inflación es un monstruo que, en dosis bajas, actúa como lubricante
de la economía, pero en dosis altas es un disolvente de la economía y del
propio orden social. La apuesta de hasta cuándo van a subir los tipos, dónde se
van a quedar y en qué momento se darán la vuelta es uno de los grandes temas de
debate en los mercados financieros globales, que han llamado “pivote” a este
momento en el que se alcance el máximo de la curva de tipos. En EEUU, que los
tiene ya más altos que aquí, se lleva tiempo diciendo que la FED no podrá ir
mucho más allá del 5%, pero los mensajes del organismo regulador recalcan que
subirá lo que haga falta para contener unos precios que allí también está
desatado. Durante gran parte de 2022 las bolsas subían y Powell, el jefe de la FED,
reiteraba su discurso duro, subía tipos y las bolsas se pegaban un porrazo. Al
poco empezaban otra vez a subir, creyendo que los ascensos de los tipos se
acercaban ya al final y, nuevamente, palabras y actos de Powell las sacaban de
su error. Así transcurrió gran parte del año pasado, dejando como fruto pérdidas
considerables en los mercados. Desde hace unos meses, como les comentaba ayer,
las bolsas suben y ya les da un poco igual lo que diga Powell, parecen estar
seguras de que el “pivote” ya está aquí, lo desee la FED o no. ¿Será así?
Los datos de empleo en EEUU y en Europa muestran economías que se comportan de una manera anómala, con dinamismo, pese a la inflación. De momento tenemos crecimiento con subidas de precios, que es mejor que la temida estanflación, caídas de PIB y subidas de precios, pero no hay garantías de que en los próximos meses las cosas sigan por el camino del PIB al alza. Hay revisiones al alza de la mayor parte de organismos para este 2023, pero detecto un cierto grado de complacencia con la coyuntura en la que estamos, anómala, que me mosquea. Moderar la inflación debe ser una obsesión de técnicos y gobernantes, pero por ahora las tasas siguen siendo altas. Este problema puede que nos acompañe, persistentemente, a lo largo de todo el año.
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