Llega un momento en el que el poder empieza a agrietarse, al menos en la gestión democrática del mismo. Se cometen errores, fruto de la inconsciencia, la soberbia, la creencia de estar en posesión de la verdad y otras causas tan bien conocidas por reiteradas. Y se empieza a perder el poder. La rueda de prensa que dio Cospedal, en la presidencia de Rajoy, con el espectáculo del despido en diferido fue el principio del fin de aquel gobierno, la vía de agua que era imparable. Después de aquel ridículo algo era fácil de quebrar, y Sánchez, que era tan taimado como ahora pero pocos le conocían, fu espabilado y lo aprovechó. El PP perdió el poder por sus propios errores y no lo quiso ver. Es lo habitual.
¿Será desastre del sólo sí es sí el iceberg que hunda el Titanic sanchista? Cada vez lo parece más, aunque se lo confirmaré cuando el naufragio sea constatable. Meses y meses de advertencias sobre un texto lleno de fallos y construido desde el sectarismo por parte de juristas de todo tipo fueron olvidados tras la aprobación legislativa de una norma que la máquina de propaganda monclovita elevó a los altares del progresismo. Todo falso, claro. Con las primeras sentencias revisionistas de pena empezaron a surgir no una voz, sino miles, que denunciaban que serían una marabunta los delincuentes beneficiados, y que ya lo habían advertido, pero que la necedad de Irene Montero y la soberbia de Sánchez no escuchaban a nadie. Montero, que no sabe razonar, que sólo es capaz de gritar consignas baratas, no se ha bajado de su pedestal de fracaso en todo este tiempo, y es Sánchez el que ha ido virando, sin que le importen en lo más mínimo ni las rebajas de penas ni el inmenso daño causado a las víctimas de abusos sexuales, sino el efecto electoral que ese goteo de infamias tiene en sus expectativas electorales. Sánchez no es bobo, sabe que Tezanos miente, para eso le paga, y que a cada condena revisada pierde miles de votos. Así que, la semana pasada, tras cuatro meses de insultos a los jueces, a los expertos y, desde luego, a las víctimas, volantazo desde Moncloa para tratar de tapar una grieta en el casco por la que no deja de entrar agua. Y en ese volantazo el bigobierno se muestra como lo que es, una mera coalición de intereses para mantenerse mutuamente en el poder pero nada relacionado con la gestión, el proyecto o nada que se le parezca a gobernar. Decisiones colegiadas que el Consejo de Ministros aprueba en pleno son descalificadas por una parte u otra en función de lo que interese, ministras como Montero o Belarra se muestran desatadas y no dejan de insultar a todo aquel que ose llevarles la contraria, como buenas sectarias que son, pero tampoco dudan en insultar a sus compañeros de gabinete ni en despreciar al que los preside a todos, cuya autoridad pública se deshace a cada comentario sectario de una banda que sirve para poco más que hacer tuits macarras. Desde hace un par de días, la ministra de Justicia, a la que Podemos no dejó ni que abriera la boca en todo el trámite legislativo de la ley, empieza a tener cara de cordero degollado en el altar de las responsabilidades políticas, al que quizás eleve su jefe Sánchez como chivo expiatorio de un desastre tan monumental como infame. Ella, que ha tenido la parte de culpa colegiada que le toca, como a todo el Consejo de Ministros, en todo lo que está pasando, al menos ha tenido el valor de salir a decir que la ley es un desastre y que sus efectos son crueles y dolorosos. ¿Consecuencias de sus palabras? Lapidación por parte de Podemos y sus terminales, que quizás deseen, como sueña el macho alfa de esa manada, en azotarla hasta que sangre. Por parte de la bancada socialista, sumida en el marasmo, apenas algunas palabras de apoyo a su compañera ministra, que ahora sabe bien cómo son los más cobardes de entre los suyos, que cobran a final de mes pase lo que pase, porque sólo cobrar les importa. Y por parte de Yolanda, la que quiere sumar, lo de siempre. La nada, la vacuidad, las palabras huecas propias de cualquier baratija de autoayuda que ahora arrasan en ventas.
El componente sectario de Podemos se ha ido ahondando a medida que el partido ha ido evolucionando, curiosamente en dos de los planos semánticos de la palabra; el de la intolerancia política y el del comportamiento como una pura secta de fanáticos, en la que el líder supremo sigue manipulando en la sombra. El desastre que vemos era fácil de prever, pero no tanto las causas del mismo. Todo lo que ha tocado Podemos se ha visto destrozado en forma y fondo, y las causas a las que se ha acercado se han pervertido profundamente. El daño que esa formación ha hecho al país es grande. Y a sus socios de coalición también. No es tanto el ridículo como la vergüenza lo que vemos en estos días. Y de fondo, las víctimas. Humilladas. Olvidadas.
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