Puede que la asociación entre EEUU e Israel sea una de las más firmes y sólidas de las que existen en el panorama internacional en los tiempos modernos. Sea por el peso del lobby israelita en la política norteamericana o por el complejo de culpa de unos EEUU que no hicieron lo debido para evitar el holocausto cuando aún era posible, o por la causa que fuere, Israel sabe que en Washington tiene a su más fiel aliado, que le va a defender de lo que pase sea cual sea su actitud, y que le proporcionará apoyo financiero, militar, de inteligencia o de lo que sea ante las circunstancias que surjan. Así mismo, Israel será el brazo que actúe en nombre de EEUU en su zona de influencia.
Teniendo esto en mente, resulta de sumo interés comprobar como la evolución de la guerra de Gaza está abriendo una fractura hasta ahora no vista entre las relaciones de ambos países. De cara a la galería el discurso oficial de EEUU se mantiene firme: Israel tiene el derecho a la autodefensa tras los salvajes atentados del 7 de octubre y como aliado ahí estaremos para apoyarle. Por debajo, la preocupación crece entre los mandos militares y civiles del gobierno norteamericano a medida que las operaciones de las IDF en Gaza se extienden sobre la franja, disparan las víctimas civiles y dejan un saldo de destrucción que no permite imaginar cómo puede ser el día después de la guerra. Destruir Hamas, el propósito enunciado por el gobierno de Netanyahu, es compartido por EEUU y el resto de naciones occidentales, pero desde la capital del imperio se empieza a cuestionar que la manera de lograrlo sea reducir Gaza a escombros y convertir a su población civil en una masa de refugiados sin destino. Eso desde el lado práctico, si así me lo permiten definirlo, pero es que desde el lado de los intereses políticos de la administración Biden también empiezan a surgir dudas y temores. La ración diaria de sufrimiento palestino que retransmiten todas las televisiones ha hecho que la respuesta social en las calles de EEUU sea mayoritariamente a favor de esos palestinos, y el apoyo a Israel sea simbólico, cunado no directamente inexistente. En el partido demócrata la situación es de fractura total, con un grupo dominante, por poco, compuesto por las figuras de toda la vida, que son claramente pro Israel, en las que abundan vínculos económicos, políticos y sentimentales con la nación hebrea, y una fracción creciente, compuesta en su mayor parte por jóvenes, que se muestran claramente a favor de los palestinos y cada vez critican con más fuerza la acción de Israel. A esta división se le debe sumar el hecho de que poco, pero el voto musulmán que existe en EEUU se ha decantado tradicionalmente por los demócratas, que se han especializado en recolectar el voto de minorías, diluyendo en parte su discurso programático, en la idea de que agrupar a esas minorías les dará para alcanzar la mayoría suficiente. Los representantes de la comunidad musulmana en EEUU están tan horrorizados como indignados por lo que pasa en Gaza, y en sus protestas dejan claro que, frente a lo que sucedió en la campaña de 2020, no van a pedir el voto para un partido demócrata que ven coaligado con Netanyahu y su política belicista. El voto de este colectivo es pequeño en número, pero recordemos que hay ciertos estados, los llamados “swing states” en los que el balance entre demócratas y republicanos está muy ajustado y suelen oscilar entre uno y otro por escasos miles de votos. Si Biden pierde los sufragios del colectivo musulmán eso le puede costar alguno de esos estados, y con ello la reelección presidencial dentro de once meses, que en el fondo es lo que más le importa. No lo único, pero sí por encima de todo lo demás.
El deseo de la administración Biden sería que la guerra de Gaza concluyese mañana, mejor aún, esta tarde, y que todo lo que está pasando se fuera disolviendo en el tiempo, amortiguándose de cara a las presidenciales de 2024, pero la falta de una estrategia de futuro sobre el desarrollo de los combates y lo que va a pasar en la franja después por parte del gobierno de Israel hacen que la inquietud siga subiendo en un partido, el demócrata, que se la juega el año que viene de una manera casi decisiva. Cada día de guerra son votos que Biden se arriesga a perder, y sabe que no le sobra ninguno, y menos con unas encuestas que siguen poniendo a Trump en cabeza.
Esta es una semana extraña, pero no me cojo puente, así que el jueves aquí nos leeremos.
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