Tras los siete días de tregua que lograron alcanzar Hamas e Israel, han vuelto los combates a Gaza. En esos días de parón se produjo un intercambio de rehenes en una proporción aproximada de cuatro palestinos por cada secuestrado que liberaba Hamas. Israel entregó principalmente a jóvenes capturados recientemente, en ningún caso implicados en delitos de sangre, y Hamas liberó a mujeres, ancianos y niños, de diferentes nacionalidades. Los reencuentros entre los capturados y las familias que les esperaban fueron muy emotivos y, a la vez, desgarradores para los que aún siguen esperando la llegada de los suyos, que ven cada vez más lejana.
Tras el final del descanso, la violencia ha vuelto con fuerza. Las IDF, considerando que el norte de la franja se encuentra ya suficientemente castigado, empiezan a dirigir sus ataques al centro y sur del territorio, donde la desgracia ha hecho que se concentre la inmensa mayoría de la población civil, la ya residente con anterioridad más la que se desplazó del norte cuando comenzaron los bombardeos. Más de un millón y medio largo de civiles pueden encontrase apretujados en la mitad del espacio que quedaba al sur del corte que Israel realizó en el terreno de Gaza, seccionándola en dos partes. Las opciones de supervivencia de esa población civil se reducen a medida que se hacinan y disponen de recursos cada vez más escasos. El mero hecho de que los bombardeos tengan a tanto civil cerca provoca un número de bajas crecientes y el balance de fallecidos se empieza a acercar al millar desde el reinicio de las hostilidades, superándose los 15.000 desde que Israel comenzó su ofensiva tras los ataques del 7 de octubre. Las escenas que nos llegan a través de los medios de comunicación vuelven a ser de una dureza extrema, con un paisaje urbano arrasado, con escombreras donde antes había viviendas y calles, ausencia total de vegetación y personas, muchas de ellas jóvenes y niños, que lloran junto a lo que antaño fueron restos de viviendas, convertidas ahora en montañas de cascotes. Resulta imposible precisar cuántas vidas se pueden esconder bajo esas cumbres de piedras y forjados reventados. El movimiento en la zona se realiza con carros tirados por burros, dada la ausencia de combustible y el cada vez peor estado de unas vías por las que pocos coches serían capaces de transitar, y la sensación general es que la vida en la franja se derrumba a medida que lo hacen las infraestructuras que la permiten. Miles y miles de viviendas perdidas ya no podrán alojar a quienes las habitaron, y las opciones de vuelta a casa para muchos de esos palestinos se reducen a nada, porque ya no hay casa a la que volver. En su ofensiva Israel cuantifica en cientos los accesos a túneles descubiertos y se está esforzando en volar toda esa infraestructura subterránea que ha servido de refugio y depósito de armas a Hamas. Al hacerlo, la estructura urbana que se sitúa sobre ella sufre la voladura de esa especie de red de metro sita bajo sus pies, y no pocas de las construcciones ya dañadas por los bombardeos se desploman al temblar, cuando no hundirse, el suelo bajo el que se asientan. El estado ruinoso en el que se encuentra Gaza impide cualquier opción futura de reconstrucción en un plazo de tiempo previsible, y eso una vez que la guerra concluya, cosa que no está claro cuándo va a ser. Si el proceso de avance de las IDF se mantiene como hasta el momento, es probable que en un par de meses o tres no quede una ciudad gazadí en pie y los refugiados de las mismas, los dos millones de población que la habitaban antes del inicio de las hostilidades, se encuentren apiñados junto al paso de Rafah, en la frontera con Egipto, en un estado de desesperación absoluto, y con una tierra baldía a sus espaldas, con muchas dudas sobre lo que significa volver a un territorio que ha dejado de existir en la práctica.
La sucesión de imágenes crueles que deja cualquier guerra está siendo especialmente severa en este caso, con los medios de comunicación de todo el mundo sirviendo sin cesar escenas en las que los civiles palestinos sufren sin límite en medio de los combates. Algunos soldados israelíes y miembros de Hamas fallecen, pero son los palestinos comunes, ajenos al terrorismo, la población de la calle, la que pone la inmensa mayoría de los muertos y hace frente a la destrucción de su entorno. Usados como escudos humanos por Hamas, asediados y destruidos por Israel, los palestinos cargan con el dolor y destrozo de una guerra en la que tienen todo que perder.
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