Una de las siniestras derivadas de la guerra entre Israel y Hamas (¿alguna hay que no lo sea?) es que la atención informativa global ha virado, abandonando Ucrania y centrándose en Gaza. Parece que la orden ha sido unánime a todos los corresponsales de los medios, dejar el este de Europa y salir corriendo a Israel, por lo que la cobertura que se hace de lo que pasa en Ucrania casi se ha evaporado de los medios. Apenas alguno cuenta un breve perdido, entre toneladas de noticias sociales de nulo interés, sobre lo que pasa en los nevados campos de batalla del este del país, como si fuera otro de los muchos sucesos que no dejan de pasar cada día.
La guerra allí sigue y, por cierto, no va bien para los ucranianos. Rusia ha aprovechado el apagón informativo para no cortarse mucho en sus acciones, pero, sobre todo, está sacando partido de la disensión creciente entre los aliados de Kiev, especialmente en EEUU. Con los paquetes de ayuda a Ucrania congelados en la Cámara de Representantes sabe Moscú que los suministros con los que cuentan las tropas de Kiev son cortos, y que no tiene mucho con lo que responder a sus envites, por lo que aprovecha para lanzar nuevas andanadas de misiles y drones sobre Kiev y otras ciudades del país. El resultado de la contraofensiva ucraniana del verano, a las puertas del final de 2023, se puede calificar como fracaso. El terreno recuperado se mide en escasos kilómetros cuadrados, y los embates de las tropas ucranianas no han conseguido romper realmente el muro defensivo creado por Rusia, una pesadilla de trincheras, casamatas, puestos de control, vallas, concertinas…. Ahora mismo, en el fragor de un invierno que allí ya es riguroso, la situación del frente es de estancamiento, como era de prever, pero con la sensación de que el momentun de la ofensiva está ahora en manos rusas. En Febrero se cumplirán dos años de guerra y el agotamiento empieza a hacer mella en la sociedad ucraniana, que pone muertos a miles y destrozos sin cesar en su país, mientras que a Putin y sus secuaces no les cuesta seguir mandando jóvenes rusos al matadero y la oposición al régimen es testimonial, amedrentada por la represión que las fuerzas de seguridad rusas emplean contra todo aquel que se manifieste. Es de esperar que no haya movimientos en las trincheras hasta, por lo menos, marzo, pero no se duda que Moscú seguirá golpeando Ucrania por vía aérea día sí y día también, tratando de romper cadenas de suministro, infraestructuras energéticas y todo aquello que pueda resultar de valor para la sufrida población de una nación que aguanta con fortaleza inusitada lo que le está pasando pero que no tiene fuerzas infinitas. La resistencia de Kiev se basa, fundamentalmente, en las transferencias financieras que le realiza la UE y la aportación militar que suministra EEUU. A medida que los republicanos norteamericanos empiezan a poner más y más trabas a nuevas raciones de munición y suministros con destino a Kiev una de las dos patas empieza a cojear, y sin ellas el gobierno de Ucrania y su ejército tienen poco que hacer. Rusia, por su parte, sigue obteniendo suministro militar de sucios aliados como Corea del Norte o Irán, ha reestructurado su economía hacia la guerra, creciendo el porcentaje del PIB que supone el sector armamentístico hasta niveles disparatados a cambio de reducir los servicios que presta a una población que no puede protestar. Los ingresos que el país obtiene de la venta de petróleo y gas no se han resentido demasiado por las sanciones internacionales dado que naciones no occidentales, especialmente China y, sobre todo India, compran el crudo ruso en el mercado secundario, y en muchos casos de manera clandestina. Más barato que el precio de cotización, sí, pero Rusia sigue colocando sus hidrocarburos y obteniendo ingresos por ellos. El rublo de vez en cuando se desploma, pero logra remontar y no manda señales de inminente colapso de la economía local.
Con una Rusia que está logrando eludir parte de las sanciones y una Ucrania dependiente de ayudas exteriores cada vez más complicadas, el panorama de la guerra se ensombrece para Kiev, donde las tensiones entre Zelensky y algunos de sus generales crecen, tras el magro resultado de la contraofensiva veraniega. Muchos empiezan a lanzar el mensaje de que Ucrania debe renunciar a los territorios que ha perdido y pactar un alto el fuego, que a buen seguro sólo serviría para que Rusia recupere fuelle y reanude sus ataques en un futuro posterior. Si esas presiones crecen y los suministros menguan, las opciones ucranianas para el año que viene se verán críticamente disminuidas. Pinta mal.
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