Cada vez que salen los resultados de los test educativos PISA en España asistimos a la misma ceremonia, convertida ya en tradición. Aunque hay disparidades notables entre CCAA, los resultados globales son malos, lamentables, no dejan de empeorar, y ante eso los responsables de la gestión educativa, nacional y regional, echan mano de todo tipo de excusas baratas para salir al paso, justificar sus altos sueldos y exculparse del fracaso de unos indicadores que, sí, son mejorables, pero son los que son, y que retratan nuestro sistema educativo como uno de los peores de occidente. Sin paliativo alguno.
Lo de esta semana ya ha sido de traca, ante la publicación de una nueva oleada de este estudio internacional. Los datos obtenidos han estado condicionados, en todas partes, por el efecto de la pandemia de Covid y los confinamientos, el abuso sin medida de los dispositivos telemáticos como herramienta sustitutiva de una presencialidad inviable y todo el marasmo que recordamos bien respecto a cómo gestionar en las aulas una enfermedad nueva. Era de esperar que los resultados globales cayesen, y es lo que ha sucedido. En España hemos marcado un nuevo mínimo histórico en nuestra puntuación del test, por lo que, usando notas de esas que sirven y ahora no se suelen utilizar, hemos pasado del suspenso al muy deficiente. Pero hete aquí que la necedad que nos rige ha encontrado una vía de consuelo, y es que los datos del resto de naciones desarrolladas de occidente han empeorado más que los nuestros, por lo que la ventaja que nos sacaban se ha reducido. Nosotros hemos pasado de graves a muy graves y ellos de bien a graves, saltándose el escalón de “mal” por usar una analogía, por lo que la distancia mutua se reduce. Que nuestra capacidad de empeoramiento permanezca desde los tristes niveles en los que nos situamos es, la verdad, meritorio, pero que los encargados de diseñar las políticas educativas sigan cobrando fracaso tras fracaso, lo es más. Literalmente han aplicado el refrán ese que reza “mal de muchos, consuelo de tontos” para reconocer que sí, nos hemos hundido aún más en el pozo de la mediocridad, pero ya no estamos tan solos, porque otros se nos han acercado. Genial. Los alumnos, las principales víctimas de este fracaso colectivo que es nuestro sistema educativo, empeoran sin cesar, el profesorado cada vez se encuentra más abandonado y sin capacidad para imponer su criterio y autoridad en los centros, pero los que dictaminan cómo se ejecutan las políticas educativas, los responsables de dejar al alumnado en la incultura y sin herramientas para poder desenvolverse en la sociedad competitiva del futuro, encantados porque otros no lo han hecho bien. Es para cesarles a todos y que devuelvan los millones de euros que han cobrado de nóminas públicas en estos años de indolente gestión. Si exploramos los datos de PISA, vemos que hay bastante disparidad por regiones y naciones. En general, los países asiáticos vapulean a los occidentales, tendencia que se lleva registrando desde hace años, muestra de que esas naciones se han tomado en serio lo de la educación, poseen un sentido de la disciplina y el esfuerzo que aquí se ha perdido y tienen la convicción de que el futuro puede ser suyo, y para ello estudian con fuerza frente a un occidente ensimismado en problemas menores que le mantienen distraído. Dentro de España, por CCAA, también hay grandes diferencias, con un norte que presenta datos comparables a las naciones avanzadas y un sur que está muy a la zaga. De entre las regiones que destacan, Castilla y León lo hace con fuerza, lleva ya varias ediciones de PISA siendo la mejor en aspectos como comprensión lectora y matemáticas, y sus números son perfectamente comparables con los de Finlandia y otras naciones que suelen liderar el ranking. Algo se está haciendo bien en esa región. Por el otro lado, Andalucía y Extremadura vuelven a marcar valores muy bajos, y destaca sobremanera el desplome del País Vasco y, sobre todo, Cataluña, que obtiene, de largo, sus peores registros en este estudio. Su rendimiento es sinónimo de derrumbe.
Aquí, en Cataluña, se ha llegado al rizar el rizo de la excusa. Los portavoces de la consejería de educación de la Generalitat achacaron los malos resultados del estudio a la presencia excesiva de inmigrantes en las muestras de estudiantes analizadas, lo que, con razón, ha sido considerado un argumento completamente xenófobo por parte de otras formaciones políticas, no de la ERC que rige el departamento. Supongo que al supremacismo que marca la pauta educativa allí, y en otras regiones, le encantaría que todos los alumnos fueran catalanes de purísima cepa y que recitaran al unísono las consignas que emanan del gobierno. Con sujetos como estos al mando no es que la educación esté condenada al fracaso que muestran los datos, es que sólo sirve para adoctrinar. Seguro que eso es lo único que buscan. Pobres alumnos, pobres profesores.
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