Este año Mario Vargas Llosa ha publicado una novela de temática peruana, titulada “Les dedico mi silencio” que leeré cuando salga en bolsillo, y su agente editorial hizo saber que será el último trabajo de ficción del autor. Embarcado como está ahora mismo en un ensayo sobre la figura de Sartre, se ha informado también que este será el último texto que componga para ser publicado como libro, dando por concluida una gran trayectoria literaria en prácticamente todos los géneros posibles. A sus 87 años, el Nobel llega la final de su trayectoria y da por terminada la labro realizada a lo largo de toda una vida.
Este fin de semana, tras lo anunciado por su familia el sábado, publicaba El País la que, también, va a ser su última columna en la prensa, una colaboración que el escritor mantenía con la cabecera madrileña desde hace varias décadas, años noventa, y que se publicaba en la edición del domingo con periodicidad quincenal. Afirma en ella que la memoria ya no le funciona como antaño y que empieza a no tener fuerzas para realizar artículos y reportajes, que el tiempo de la escritura se le acaba. Dedica esta última columna a dar algunos consejos a los periodistas, especialmente a los de opinión, necesarios en estos tiempos de doctrina militante en los que la figura del periodista se confunde con la del acólito al servicio de la causa. Demanda Llosa que el columnista sea fiel a la verdad, y a su opinión al respecto, y que, si esta discrepa de la línea editorial que mantiene el medio, que no se achante y mantenga sus convicciones. El articulista debe tener una posición dada sobre el tema del que escribe (lo que no le obliga, por supuestos, a tenerla sobre todos los temas del mundo mundial) y con argumentos y razón debe justificarla. Si eso no es lo que el medio en el que trabaja propugna desde su enfoque editorial, da lo mismo. El propio Vargas Llosa ha sido un articulista molesto para El País en no pocas ocasiones, manteniendo una postura liberal que casaba ligeramente con las bases fundacionales del periódico, pero que cada vez se ha ido alejando más, no por la deriva del escritor, sino por el propio cambio de espectro del diario, que se sigue escorando cada vez más hacia una nada sanchista. Vargas Llosa ha evolucionado ideológicamente a lo largo de estos años y, de una juventud de militancia comunista y “sesenta y ochera” por así llamarlo ha acabado siendo un defensor del liberalismo en extenso, no sólo del económico, que también, sino del social, lo que también le ha enemistado con algunos que se hacen llamar liberales pero que asocian ese concepto sólo a la cartera pero no al sentimiento o la vida personal. Dotado de una cultura aplastante y una saber escribir propio de un genio, disputar una posición escrita por Vargas Llosa era un reto para todos aquellos que disintieran de su opinión, y los hay en abundancia. En muchos de los casos el Nobel no entraba al trapo, no es amigo de polémicas desde las que tuvo en su juventud con autores de su quinta y rehúye el enfrentamiento por encima de todo, sabedor de que en el ruido ni va a ser capaz de argumentar ni va a encontrarse verdad alguna. Muchos son los que admiran las novelas de Llosa pero discrepan notablemente de sus posiciones ideológicas, pero la inmensa mayoría le reconoce una coherencia profunda en las mismas. Uno de sus ensayos “La llamada de la tribu” que es muy recomendable, supone una defensa del liberalismo pero, sobre todo, de la libertad frente a la masa, de la capacidad crítica del individuo en la sociedad frente al poder establecido que siempre busca amordazar a la opinión discrepante. Natural de una nación y continente en el que la libertad siempre está en peligro por las asonadas militares y el populismo, Vargas Llosa llegó a la democracia europea y le fascinó desde un principio la maravilla de equilibro democrático que hemos alcanzado en nuestras sociedades y, pasmado se quedó, la admiración que los intelectuales europeos tenían de regímenes de pesadilla que él conocía muy bien. De ahí su desencanto ideológico y su conversión a la fe de la libertad por encima de todo.
Vargas Llosa es un excelente escritor, autor de algunas de las mejores novelas de las últimas décadas, y como periodista ha sido autor de grandes columnas. Para los que en ello trabajan, y los que, por afición, tratamos cutremente de imitarlos, ha sido todo un referente y ejemplo. Su decisión voluntaria de retirarse es dolorosa para los lectores, pero es el autor el que decide cuándo se ve en condiciones de seguir y cuándo no, y el lector, además de respetar esa voluntad, poco más puede hacer que agradecer el trabajo de estos años y el inmenso placer e ilustración que ha sido pasar horas envuelto en sus páginas. Un maestro sale de la escena y se retira.
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