Hay veces en la historia en la que se juntan la capacidad y la oportunidad, y eso permite llegar a conseguir que las ambiciones se conviertan en realidades, que se pueda moldear la realidad en función de los deseos. En el estudio de la historia una de las grandes disputas es hasta qué punto los hechos están condicionados por la presencia de grandes hombres que cambian el destino frente al caos y la aleatoriedad propia de los hechos. Cada vez se le da más peso a lo segundo y menos a lo primero, pero es verdad que personas especiales pueden llegar a marcar los hechos y crear, a su manera, la historia.
Henry Kissinger es una de esas personas. Ayer, a los cien años de edad, falleció en plenas facultades mentales, con un aspecto físico propio de su edad y reconocido por todo el mundo como una de las personalidades fundamentales para entender lo que ha sido la historia desde el final de la IIGM. Publicó su último libro este año, en el que analizaba la trayectoria de varios líderes políticos de finales del siglo XX, y seguía siendo perspicaz sobre lo que sucedía en la actualidad. Secretario de Estado con Nixon y asesor de seguridad nacional en ese mismo gobierno, ya antes ejerció influencia sobre presidencias y después fue tenido en cuenta por todos los que han ocupado el despacho oval, siendo una presencia permanente en el entorno del gran poder que rige en Washington. Kissinger diseñó un mundo de guerra fría en el que los bloques, inevitables, trabajasen para mantener el poder de unos EEUU que iban siendo cada vez más relevantes en el mundo. Práctico, con pocos escrúpulos y con visión de futuro, no reparaba en costes, fueran económicos o vitales, para lograr ese objetivo de preminencia de lo norteamericano, de contención de lo soviético y de extensión del poder imperial de la nación que le había acogido tras una infancia europea que le dejó muy claro lo que el fanatismo es capaz de hacer. Amado por unos y odiado por otros, Kissinger aplicó las doctrinas maquiavélicas desde el punto en el que más efecto podían llegar a hacer, y nunca renunció a la capacidad de mover los hilos tal y como le pareciera para lograr los objetivos. Frutos suyos son el viraje norteamericano frente a China, que permitió al régimen de Beijing desconectarse del régimen soviético y emprender un camino, dictatorial en lo político, capitalista en lo económico, que le ha llevado a convertirse en la superpotencia que es. También es resultado de sus ideas el aliento a los golpistas del cono sur norteamericano, con Videla en Argentina y Pinochet en Chile como principales exponentes de la extensión de la doctrina Monroe en el final del siglo XX. Si Henry consideraba peligrosa la democracia en naciones sudamericanas y creía que un régimen salido de las urnas podía ser una vía de inserción del comunismo soviético en el patio trasero de EEUU nada dudaba en apoyar asonadas que acabasen con las democracias de esas naciones, fuera cual fuese el coste que ello supusiera, en lo económico, en las vidas sacrificadas, en el marasmo en el que se sumergieran esas sociedades, etc. En la mente de Kissinger los países no principales (EEUU y Rusia) eran peones, piezas de un ajedrez global en el que él indicaba a los que jugaban cómo mover las piezas, qué hacer con las estrategias y, llegado el caso, si convenía sacrificar o no. Latinoamérica y el sudeste asiático fueron las áreas en las que la influencia de Kissinger más se tradujo en acciones violentas, con víctimas de todo tipo. El premio Nobel de la paz que recibió en su momento resultó ser de los más controvertidos de la historia de un galardón lleno de destinatarios anómalos.
Kissinger buscaba la paz, pero una paz basada en el predominio norteamericano, consciente de que sólo en un mundo donde existe un liderazgo fuerte se puede garantizar la estabilidad. Si ese predominio requería acciones violentas o ilegales, se llevaban a cabo, y punto, porque el objetivo final era superior. El fin justificaba los medios. El marasmo que se produce en el mundo a partir de los errores norteamericanos y la emergencia china en las últimas décadas le tenía preocupado, porque veía como la arquitectura de estabilidad que él había contribuido a crear empezaba a fracturarse. En gran parte el último y largo medio siglo ha estado confirmado por sus ideas. Su vida ha sido asombrosa y determinante.
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