Jon Rahm es golfista, uno de los mejores del mundo. Tiene un enorme número de seguidores y dotes para la comunicación, lo que le ha convertido en una persona popular y querida en gran parte del mundo. En muchas ocasiones declaró que no abandonaría los circuitos oficiales del golf por muy buena que fuese la oferta que recibiera de ligas alternativas, como las patrocinadas por los países del golfo. Un contrato de cuatro años por quinientos millones de euros le han llevado a desdecirse y a vestir con frases estilo “la ilusión de un nuevo reto” un cambio de opinión que ha descolocado a muchos y abierto un cisma en el mundo del golf.
Hay muchos aspectos interesantes en esta historia de Rahm, y el más obvio es que tenemos aquí un nuevo caso de alguien que traiciona sus presuntas convicciones por dinero, una cantidad fabulosa de dinero. Acostumbramos a criticar a los políticos, esa tropa de mentirosos parlantes, que venden sus promesas por poder, pero el dinero es la otra gran vía por la que la gente pierde la cabeza y se altera completamente (hay una tercera, que es el sexo, pero eso es otra historia). Tras el anuncio de Rahm no tardaron ni un segundo miles de seguidores suyos, y no, para criticarle con saña, acusándole de todo, empezando por vendido, y de ahí hacia arriba. Ya saben ustedes, el inútil e infantil desfogo de la mala educación en las redes sociales. Como las cifras de lo que ha firmado Rahm son difíciles de comprender, pongamos algo a escala. La milésima parte de su contrato, reitero, la milésima, es más de lo que puede ingresar uno si tiene un décimo premiado en el sorteo del gordo de este próximo viernes. La milésima parte es más, y por un décimo de lotería, antes del sorteo, sin que valga nada, la gente muestra algunos de los comportamientos más rastreros que imaginarse uno pueda. Por los trescientos y algo mil euros que a uno le pueden tocar este viernes de tener el décimo ¿Cuántos de ustedes serían capaces de hacer maldades? Por ese importe cambiarían su vida, pero, lo que interesa aquí, ¿la venderían? ¿Mantendrían silencio ante sus jefes? Una cifra de cientos de miles de euros ya marea las cabezas y debilita todo tipo de convicciones, e inestabiliza a más de uno, que puede dar rienda suelta a comportamientos que pueden ser sorprendentes, o no, y en ocasiones muy perjudiciales. Imagino que la inmensa mayoría de los que criticaron a Rahm desde las redes harían cualquier cosa por tener un décimo premiado en la mano y, con ese dinero ingresado, pasar de lo que digan los demás sobre ellos, e incluso aprovechar para insultar con más fuerza a otros sabiendo que ahora están sobre un colchón mucho más mullido. Las convicciones y las promesas se testan cuando las circunstancias cambian, igual que la fidelidad a la pareja se pone a prueba no en una reunión de trabajo con Powerpoints llenos de flujogramas, sino ante la presencia del o la amante. El caso de Rahm es una exageración desde el punto de vista material y de la relevancia del personaje, pero en cada uno de nosotros anida un diablillo que, espoleado por cifras de dinero que nos supongan ensueño, puede acabar haciéndose con nuestro control, nos guste o no. En el fondo, y aunque no se quiera admitir, la inmensa mayoría de las críticas a Rahm lo que escondían era envidia, una profunda envidia por el inmenso pastonazo que se lleva el golfista y por la nada de dinero que ve el que, cabreado, tuitea, deseando ser él, él, ÉL, el que se lleve los euros a paladas. Sentimiento humano como pocos, la envidia es corrosiva y muestra un lado amargo de las personas. Aunque en dosis muy moderadas puede ser útil, para nada es buena consejera. Y claro, con el contrato de Raham aparecen envidiosos a millones, a cientos de millones.
La verdad es que a mi lo que más me asombra de la historia de este contrato, y otros similares, es que son rentables. Si Rahm cobra quinientos millones es porque va a generar mucho más, gracias a la adoración global que hay al deporte y a los que, desde la élite, lo representan. No lo entiendo, es lo que más ajeno me parece de esta historia. Para mi Rahm, o uno que pega patadas al balón, o un baloncestista de élite, no hacen nada memorable. Se pasan horas y horas entrenado para ser los mejores en lo suyo y lo consiguen, pero eso que hacen no me aporta nada, no me genera valor personal. No pagaría nada por verlos, de hecho no lo hago. Como yo soy el raro en esto (y en otras muchas cosas) esos deportistas cobran lo que cobran y generan esas envidias.
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