Este año que se acaba ha sido, en lo económico, una sorpresa positiva. Si recuerdan entramos en el otoño de 2022 con una sensación de crisis inminente de grandes proporciones, pero la realidad del primer trimestre de 2023 ya desmentía esos augurios. Las bolsas comenzaron el año con fuertes subidas que moderaron a partir de marzos, pero los PIBs y agregados macro no mostraban, por ningún lado, señales de desplome. A lo largo del ejercicio la sombra de la ralentización económica ha ido aumentando, pero la recesión, una de las más anunciadas de la historia, no llega. Eso es bueno.
No todo han sido alegrías, claro está, y depende en qué situación y país se encuentre uno la película es bastante distinta. Para los endeudados, especialmente los hipotecados, ha sido un año cruel. Las subidas de tipos coordinadas de la FED y BCE han llevado al euríbor a cotas del 4% mensual y a renovaciones hipotecarias que se han ido encareciendo mes a mes. El desplome en la compra venta de pisos registrado en España y otras naciones tiene ahí, en el encarecimiento del crédito, una de sus grandes causas. Para los que van al supermercado y compran cosas la inflación ha sido la pesadilla del año, moderándose en ciertos componentes como los energéticos, pero sin control alguno en productos básicos de la cesta de la compra como aceite o alimentos frescos, que han hecho que las botellas de aceite se equiparen a los perfumes franceses en los estantes de lujo. El alivio energético ha sido una de las sorpresas positivas del año. Pese a los intentos de la OPEP y otros productores de mantener altos los precios de gas y petróleo, y pese a algunos repuntes fruto de la coyuntura internacional, endiablada, el barril no ha logrado sostenerse por encima de los 80 dólares y eso ha supuesto un alivio para los bolsillos de los consumidores, que no han frenado su consumo ni demanda de ocio. Naciones como la nuestra, dependientes sobremanera de sectores como el turismo, han vivido un gran año con récord de visitantes, y eso ha sostenido el PI y el empleo, que sigue creciendo a tasas cada vez más lentas, pero positivas. Sin embargo, otras naciones como Reino Unido, Francia o, sobre todo, Alemania, con sectores productivos expuestos a la competencia tecnológica de naciones como China o al efecto de los subsidios a la inversión de EEUU se han visto fuertemente golpeadas. El contraste entre la evolución del PIB alemán, estancado o recesivo, y el nuestro, es llamativo. Respecto a los dos gigantes globales, cara y cruz. Cara para una economía norteamericana que, dopada por la emisión masiva de deuda de su Tesoro y con un dinamismo que sorprende, mantiene elevadas tasas de crecimiento y una creación de empleo robusta que no deja de batir las previsiones de los analistas. El efecto de subida de los tipos de la FED allí ha logrado contener la inflación sin que el empleo se resienta, y todo el mundo sueña con el aterrizaje suave que suponga que el paro no vaya a crecer. El consumidor norteamericano se está quedando sin ahorros y los tipos a los que paga los créditos al consumo y el descubierto de sus tarjetas está en máximos, por lo que su demanda deberá frenarse en algún momento, pero, como pasa aquí, mientras el empleo se mantenga fuerte, el consumo podrá tirar. La cruz es China. Su intento de rebote tras la reapertura brusca después del draconiano cierre Covid se ha convertido en un camino tortuoso lleno de baches, con una demanda interna que no arranca, y un proceso de derrumbe inmobiliario que suena demasiado a lo que vivimos aquí a partir de 2008. Las tasas de paro, especialmente las juveniles, crecen con fuerza, y sus datos han dejado de publicarse. La perspectiva de crecimiento imparable del gigante asiático se ha torcido y la sensación es que Xi, en su poder omnímodo, no es capaz de conjugar una dictadura férrea con la innovación necesaria para mantener una economía moderna. Hay muchas dudas sobre China.
Si recuerdan, tuvimos una minicrisis bancaria en febrero marzo, que empezó en el Silicon Valley Bank y se extendió a otras entidades norteamericanas y europeas a cuenta de la pérdida de valor de la cartera de bonos de renta fija que estaba en el balance de las entidades, fruto de la subida de tipos de la FED. La crisis pudo contenerse, pero fue un susto intenso. Esto nos tienen que hacer permanecer en guardia. Las perspectivas para 2024, con unas bolsas desatadas en el tramo final del año, son de una macro global que se frene e incertidumbre sobre los efectos de la geopolítica global en los costes, demanda y cadenas de suministro. En todo caso, el balance de 2023 es bueno y, si tiene acciones de Nvidia u otra tecnológica, próximo a la orgía.
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