El proceso de degeneración política en el que llevamos embarcados varios años en España se ha agudizado notablemente en este 2023, alcanzando cotas de degradación difícilmente imaginables. Curiosamente, a medida que el peso electoral de las formaciones sediciosas y populistas va cayendo, la aritmética les convierte en más imprescindibles para lograr mayorías de poder, y su capacidad de chantaje no se ha visto, ni mucho menos, reducida. A esta imparable degradación se suma, con saña, gran parte de eso que en su día se llamó profesión periodística, que hoy está llena de propagandistas a sueldo del que toque, contando loas y falsedades y tuiteando a lo loco sin sentido y fundamento.
Las dos grandes citas electorales de este año eran las municipales y autonómicas de mayo y las generales en torno a diciembre. Eran fijas las primeras elecciones, que arrojaron un resultado claro, con una amplia victoria del PP a nivel nacional y a la hora de hacerse con el poder local y regional. El PSOE sólo conservó Asturias y Castilla la Mancha entre las regiones que votaban, y el Ayuntamiento de Barcelona tras una serie de pactos, sufriendo una sangría de votos y poder muy notable. Tras estos resultados Sánchez jugó a órdago y decidió adelantar las elecciones generales al 23 de julio. Un PP confiado por el éxito electoral de mayo realizó una campaña plana a lo largo de la que fue explicitando sus pactos autonómicos con Vox en las regiones donde no poseía mayoría absoluta. Llegado el día de las elecciones, las encuestas pronosticaban la victoria del PP y una mayoría suficiente a la suma de PP y Vox. Acertaron en lo primero, pero no en lo segundo. Visto a posteriori todo el mundo encontró fallos clamorosos en la campaña popular que nadie fue capaz de ver hasta la tarde noche de ese mismo día 23, lo que demuestra lo difícil que es hacer las cosas por uno mismo y lo fácil que es criticar tras ver lo que otro ha hecho. El resultado era uno de los peores imaginables, con una suma de derecha y extrema derecha que no daba y una suma de izquierda, extrema izquierda y sediciosos que sí daba a cambio de que Sánchez traicionase a su partido y al conjunto del país. Tras algunos segundos de duda, sospecho que pocos, Sánchez decidió traicionar a todos y seguir en el poder a cambio de ofrecer la amnistía a los sediciosos y todo lo que quisieran a los que le apoyasen. Desde julio hasta hoy la política española ha sido un descenso al infierno de la mentira más absoluta, la negación de la realidad y la deslealtad por parte de quien ha sido elegido como presidente del gobierno en una votación legítima en las Cortes hace poco más de un mes. Con un PSOE acobardado, o cómplice, o resignado, os implemente disfrutando de las prebendas que puedan caer de la gestión del poder, y un conjunto de socios que se odian entre ellos, la estabilidad de la mayoría que sustenta al gobierno es muy endeble, y más tras la ruptura entre el Sumar de Yolanda Díaz y lo que queda de Pablemos, convertido en un minúsculo grupo secta al servicio del líder mesiánico y su hipoteca. Se han producido numerosas y multitudinarias manifestaciones en contra de la amnistía que ya está tramitando el Congreso, la inmensa mayoría pacíficas, pero no pocas, de muy reducida asistencia, jaleadas por los descerebrados de Vox, esa formación que no dice ser de extrema derecha, que ideológicamente lo es, y que resulta el mejor aliado de un sanchismo carente de ideas a la hora de buscar estrategias para mantenerse en el poder. La bronca permanente formada ante la sede socialista madrileña de Ferraz por parte de un grupo de imbéciles alentados por Abascal y el resto de sus necios compinches y la sonrisa de un Puigdemont que se sabe garante de la estabilidad del gobierno y que en su mano está obtener la amnistía que le libre de las culpas de los delitos que cometió resumen bastante bien lo que es hoy en día la política española. Dos grandes partidos con bases moderadas que se dan la espalda, poseedores de una inmensa mayoría para hacer lo que la sociedad desea, en manos de una banda de descerebrados populistas que agitan la calle y la bronca, porque es lo único que saben hacer.
Más de mil violadores y abusadores se han beneficiado de la aplicación de la nefasta ley del sólo sí es sí, propugnada por Pablemos y defendida por Irene Montero como uno de los mayores avances posibles. Pocos ejemplos hay mejores del peligro que supone dejar responsabilidades y capacidades de poder a populistas necios e incultos. En un año de degradación, los pisos se siguen encareciendo, las listas de espera en la sanidad crecen, el rendimiento educativo de la educación toca fondo en PISA, el sistema de citas previas de la administración impide a millones de ciudadanos acceder a servicios y trámites que les son necesarios, pero el poder de las administraciones, onanista, sólo se preocupa de en qué manos se encuentra. Así nos va.
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