Ayer comenzó en el Congreso de los Diputados el trámite legislativo de la vergonzosa ley de amnistía, el precio infinito ofrecido por Sánchez al sedicioso independentismo para mantenerse en el poder. Como hay un grupo de pequeños partidos y un otrora socialista que suman mayoría la norma acabará siendo aprobada, y, pese a los vetos que se introduzcan en el Senado, podrá ser llevada a buen puerto en un plazo de algunos meses. La ley, la igualdad ante la misma, será mancillada por aquellos que la incumplieron y logran, a través del chantaje político, colocarse por encima del resto de ciudadanos, a los que las normas nos obligan sin escapatoria. Nuestro país es, desde ayer, mucho más injusto.
En Polonia, sin embargo, ayer fue un día ilusionante. Tras el largo periodo de gobierno del PIS, populismo conservador encarnado en los antaño hermanos gemelos Kazynscky, luego sólo por uno de ellos tras la muerte del otro en un accidente aéreo, el expresidente de la Comisión Europea Donald Tusk logró ser investido primer ministro en el parlamento de Varsovia tras aglutinar una coalición dispar, deslavazada pero, de momento, unida, cuyo principal fin era desalojar al PIS del gobierno, y hacer que Polonia vuelva a la senda de la legalidad europea. Durante los años de gobierno del PIS el ejecutivo polaco ha ido llevando una política a rebufo de lo que marcaba el ultra Orban, dueño y señor de Hungría. La toma progresiva del control de todas las instituciones, la desligitmación del gobierno de los jueces y su independencia, y el intento constante de controlar tribunales en su propio beneficio han sido la clave de bóveda de una política nacionalista, exaltada en los valores propios, obstaculista con respecto a las iniciativas europeas y llena de amenazas de todo tipo a los que no estuvieran de acuerdo con el régimen impuesto. Sí, es algo parecido a lo que hace Sánchez aquí, pero mucho más a lo bestia. De hecho es casi lo mismo que le gustaría hacer a Junts o a Vox si pudiera gobernar. Además, ahí el sesgo ideológico es muy parecido, porque el PIS, Junts y Vox son de la misma familia ideológica, el nacionalismo xenófobo de derechas, basado en la creencia de la superioridad de unos, los míos, frente a los demás. Sancionada por la UE de manera creciente, con paralizaciones constantes en la entrega de fondos estructurales y de recuperación tras el Covid, Polonia se había convertido en un problema de fondo para una Unión que observaba, con alarma, como la expansión al este, que se recibió con ilusión, se había transformado en una de las principales amenazas al propio futuro del proyecto europeo. Que Hungría bloquee decisiones y sea reticente a todo es un fastidio, pero dado el tamaño del país no deja de ser un mal controlado. Polonia es otra cosa, es la “España” de esa ampliación, con una población de más de cuarenta millones de personas, una gran extensión, frontera con Alemania y gran valor estratégico. La historia del siglo XX polaco puede que sea la más desgraciada de todas las posibles y, por eso, la entrada en la UE suponía para esa nación una oportunidad de desarrollo económico y social como no se ha conocido desde hace mucho mucho tiempo. Por eso era aún más incomprensible, más hiriente si quieren, la respuesta retrógrada de su gobierno ante cualquier propuesta europea y todo lo relacionado con su intento de “iliberalizar” el régimen político. Sólo en el caso de la guerra con Ucrania, por ser nación vecina y por lo que supone el recuerdo del yugo ruso en todo el este de Europa, las autoridades polacas han colaborado con las demás naciones de la UE. En todo lo demás (inmigración, presupuestos, justicia, alianzas exteriores, derechos sociales, etc) Varsovia ha sido el gran quebradero de cabeza durante estos años. Eso empezará a corregirse a partir de hoy, y es algo de lo que debemos felicitarnos.
Hay una imagen de la sesión de ayer del parlamento de Varsovia que nos suena mucho, y que contemplo con envidia desde el desastre que vivimos aquí. En las tribunas de la cámara, se puede ver a Lech Walesa, uno de los héroes de la libertad polaca y europea, con una camiseta que suele portar habitualmente, en la que se le Konstytuc Ja, Constitución sí, aplaudiendo la investidura de Tusk. Él sabe lo que es vivir en una dictadura, y veía hasta qué punto el actual régimen del PIS estaba degradando la democracia polaca para aproximarla, desde una ideología presuntamente opuesta, a algo que le recordaba a lo que él tuvo en frente durante los años de la represión. Constitución Sí, en Polonia y en España. Sólo ella nos separa de la dictadura.
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