El pasado viernes fui a ver la quinta entrega de la serie de películas de Harry Potter, la dedicada a la Orden del Fénix. La peli está bien, entretenida y divierte, y te deja satisfecho si no le pides más. Como es obvio se salta bastantes trozos del libro, y tampoco eso es muy malo, porque de los seis que he leído por ahora este quinto me parece que e el que más contenido vacuo posee, el que más páginas rellena sin decir demasiado. Y como siempre me ocurre cada vez que veo estas películas el final me pareció muy forzado, e indescifrable si no se ha leído el libro.
El éxito de Harry Potter, en su versión libro, película, videojuego o juguetes de Lego es arrollador. Como me he leído los seis libros publicados hasta ahora y he visto las cinco películas algo podría decir al respecto, pero tampoco demasiado. Me entretiene, sí, y es divertido, pero no me parece una obra maestra. Además, en sus historias y decorados destila Inglaterra por todos lados, esos “Collegues” de internados, donde Hogwarts representa una especie de Eton perdido en el campo, con esas residencias de adosados de extrarradio tan británicas, y que tanto y tan mal estamos copiando por aquí, etc. Es curioso, pero un imaginario tan British y triunfa en todo el mundo. Milagros del marketing. Pero no voy a adoptar aquí la postura de intelectual sabiondo, desdeñando las historias de Potter como libros de baja categoría. La verdad es que me entretiene bastante, quizás porque a todos en nuestra infancia adolescente (Harry ya es todo un chaval y sus compañeras de clase ya están apetecibles, se entiende...) nos hubiese gustado vivir aventuras similares, con ogros, seres malignos y magos que hacen cosas milagrosas. Y para auténtico milagro son las colas de críos, niños de todo el mundo que se lanzan a por los nuevos volúmenes de la serie, mamotretos de muchos cientos de páginas, y que los devoran con avidez, dejando apartadas las consolas, la televisión y demás trastos. Gracias a Harry Potter hay generaciones de niños que han redescubierto el placer de la lectura, que se han acercado a esos objetos de mayores, “pesados, sosos y aburridos” y han descubierto que la auténtica magia se convoca en el cerebro, pasando páginas llenas de aventuras, humor e ingenio. Sólo por esos la señora Rowling merece varios premios, porque ella ha conseguido algo que ningún Ministerio del mundo ha logrado, ni siquiera el de la Magia.
De todas maneras, tan interesante como la película del Viernes fue parte del público que asistió a ella. Delante de mí tenía una acaramelada pareja de gays, que saltaban de emoción en cada escena, y que coincidieron en afirmar, en el previo, que la nueva serie de Telecinco, Jericho, poseía un guión de una simpleza insoportable (idea que comparto, bien!!!) También estuvieron en la sala un grupo de chicas pseuodgóticas, muy guapas todas ellas y vestidas con la corbata rojigualda de Hogwarts, que les quedaba muy bien, y que daban ganas de invitarles a tomar algo en el “caldero chorreante” del callejón Diagon, En fin, la magia que nos rodea...
1 comentario:
Hola David,
No soy muy fanático de Harry Potter, no me he leido sus libros y de las pelis sólo he visto las que han echado por la tele. Pero te escribo a cuenta del comentario sobre "Jericho". Si te digo la verdad, a mí la infancia me la marcó mucho más la tensión nuclar entre Reagan y Andropov-Chernenko que los ogros y los magos esos. Más o menos con 10 u 11 años pude ver "El Día Después", con Jason Robards y tuve pesadillas durante meses. Así que cuando el otro día ví los primeros episodios de "Jericho" me acordé de todo aquello, y de cierta película británica de animación cuyo nombre no recuerdo, de un matrimonio de ancianos que intentan sobrevivir y que por culpa de su inocencia acaban enfermando. Estuve llorando durante días. Sólo por recordar los riesgos que todavía vivimos merece la pena que existan series como "Jericho".
Un abrazo,
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