Todos los años sucede lo mismo, es una pesadez. Llega el verano y “los de siempre” se ponen en huelga. Controladores aéreos, pilotos, maquinistas de RENFE, conductores de autobuses, etc, y crean un caos en el inicio de las vacaciones, en su intermedio o en el final, que da lo mismo. Sin embargo la huelga de controladores que estamos viviendo estos días es un poco distinta. En ella se libra como nunca una dura batalla entre un grupo selecto y privilegiado y la administración que, en teoría, los controla. Quien gane este pulso, probablemente, vencerá en esta particular guerra.
Y sí, digo huelga, porque el que un tercio de la plantilla de los controladores se declare en baja médica lo único que demuestra es que alguno de ellos tiene un pariente que es médico. Es una forma de enmascarar el paro, lo que se llama una huelga encubierta o no declarada. Y los controladores la hacen porque pueden, no nos engañemos. Y los que los miramos mal, despotricamos contra su persona cuando nos cuentan su salario y condiciones quizás hiciéramos exactamente lo mismo que ellos de estar en su pellejo, condiciones y posibilidades de presión. Yo por ejemplo llevo una semana y media de mucho trabajo, quedándome largas tardes en la oficina y haciendo cosas complicadas y quién sabe si importantes, pero se que si mi trabajo se cerrara por una semana no pasaría gran cosa. Acumularíamos retrasos y quejas, sí, pero poco más. Si un controlador falla una hora, un cirujano no opera una tarde o u conductor de metro no aparece en su puesto por la mañana se organiza un desastre, porque en nuestro devenir diario hay trabajos más necesarios que otros. Todos son importantes, pero unos más que otros, que diría Orwell. Y claro, el que es consciente de la posición estratégica que desempeña tiene tentaciones de usarla, y normalmente acaba haciéndolo. Decía Robert Kagan en su ensayo “Poder y debilidad” anterior a la invasión de Irak por Estado Unidos, y sobre la acusación de militarista que se hacía al gobierno norteamericano, que cuando uno tiene un martillo en la mano tiene tendencia a ver todos los problemas con forma de clavos. Los instrumentos que poseemos determinan nuestras estrategias y actuaciones. Y los controladores saben que están en un puesto vital, tanto por la responsabilidad que poseen sobre la seguridad de las vidas de los que viajan como ser una pieza calve de cara a que el espacio aéreo funcione y la misma movilidad se pueda garantizar. Desde siempre han hecho movilizaciones más o menso ocultas que les han reportado enormes ingresos salariales y condiciones ventajosas que, pese a la dura realidad del trabajo que desempeñan, agobiante y duro como pocos, les han dado muy mala imagen en el resto de la población, casi peor que la de los propios pilotos, que también tienen lo suyo. Desde hace meses el Ministerio de Fomento tiene a los controladores en el punto de mira y el mismo José Blanco ha realizado duras declaraciones en contra de su actitud. Y no sólo eso. A principios de año emitió un nuevo real Decreto Ley que, por primera vez, endurece las condiciones laborales de este grupo de profesionales. De aquella batalla los controladores salieron magullados, pero, por lo que se ve, no derrotados, y con los calores y los veraneantes han vuelto a la carga. Nuevamente el cruce de acusaciones entre ellos y el Ministerio vuelve a subir de tono y, como siempre, los ciudadanos pagan las consecuencias y miran como espectadores.
En los años ochenta Ronald Reagan solucionó una huelga de los controladores norteamericanos militarizando el espacio aéreo y poniendo personal del ejército en las torres de los aeropuertos. No le veo a Pepiño Blanco tomando al asalto la torre de Barajas y haciéndose con ella, pero sí que esta vez los controladores tienen en frente a un gobierno dispuesto a plantar cara. Por detrás, no olvidemos, están los planes encubiertos de privatizar parte de AENA, el gestor aeroportuario, para sacar ingresos para tapar el déficit. Lo malo es como estén así todo Agosto, haciendo un daño enorme al turismo, nuestra principal industria.
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