Uno de los personajes de la semana, y que en virtud del resultado de cierto partido de fútbol celebrado ayer ha ascendido a la categoría de mito, es el pulpo Paul. Este animalejo, por el método de escoger la urna con la bandera señalada y atrapar el mejillón correspondiente, ha acertado el resultado de todos los partidos que ha jugado Alemania en este mundial que, por fin, ya se acaba. Todos, incluido el de ayer. A parte del hecho de dedicar horas de telediario a la actuación de un pulpo en una piscina, nos podemos preguntar si Paul es un gurú encubierto, y si bajo sus tentáculos se esconde un cerebro capaz de elucubrar el futuro.
La respuesta obvia es no. Paul ha tenido mucha suerte, pero ha demostrado que la predicción de los sucesos aleatorios es, en sí misma, aleatoria. Cientos de analistas y estudiosos del fútbol se han devanado los sesos por saber si ganaría España o Alemania, y seguro que el resultado estaría sesgado en función del país de residencia de los analistas. Paul ha tirado una moneda y, con un 50% de probabilidad, ha acertado. Esto mismo se puede extender a otros muchos ámbitos, aparentemente más serios pero igualmente caóticos e inciertos. ¿Por qué ayer la bolsa subió más de un 3%? Tendrán hoy en las webs muchas respuestas a esta pregunta que no existían ayer por la mañana, porque no eran visibles ni mensurables. Hay una leyenda, que si no es cierta merecería serlo, que dice que una banco de inversión norteamericano creo hace años dos equipos de inversores de bolsa. Uno de ellos realizaba análisis concienzudos del valor de las empresas, su situación y el estado general de la economía, y en función de eso elaboraban su cartera y compraba y vendía acciones. El otro se juntaba en una sala, y en una corchera de la pared ponía papeles en los que estaban impresos los nombres de las empresas cotizadas, y desde el otro extremo de la habitación se turnaban a lanzar dardos. Las empresas “acertadas” en los lanzamientos eran las que se escogían para comprar ese día. La historia dice que con el paso de los días llegó un momento en el que era casi imposible distinguir, para un observador externo, cual de las dos carteras de activos era la seria y cual la cachonda, por así llamarlas Por cierto, para el Word cachonda no existe, será pecaminosa….). Si eso sucedía en un mercado bursátil normal, en la situación de descontrol absoluto en la que vivimos seguro que el método del dardo cobraría ventaja frente al sesudo pensador. ¿Sería por tanto el dardo un gurú? ¿O el fabricante de la punta el visionario que pensaba en el rendimiento financiero cuando esmerilaba el acero?. No, es todo mucho más simple y desconcertante. Puro azar, ante el que nos encontramos desnudos. Tenemos complejos modelos matemáticos que, basados en supuestos reales o no, determinan las probabilidades de que cierto suceso ocurra, y que demuestran ser útiles en el largo plazo para fenómenos generalizados, como es el caso de los seguros de vida, pólizas de riesgo y demás, pero que son completamente inútiles para determinar el resultado de una observación a priori. Cada vez que lanzo una moneda al aire siempre tengo un 50% de probabilidad de acertar, pero nunca estaré seguro del resultado que voy a obtener, y si hago cientos de tiradas y en cada una de ellas apuesto dinero al final probablemente gane tanto como pierda, pero en cada tirada ocurrirá una sola cosa.
¿Cómo admitimos esto? El hecho de encontrarnos inermes ante el azar, el no poder hacer frente a su capricho, es deprimente. Sin embargo, pensemos que también el azar es la fuente de sorpresas que genera una vida rica y variada. Piense usted en que su mera existencia, el hecho de que ahora lea estas líneas o tenga una resaca enorme tras al celebración del partido es el fruto de miles, millones de casualidades que han provocado finalmente la existencia de cada uno de nosotros en este momento del tiempo y del espacio. Debemos nuestra vida a ese azar infinito, y no sólo nosotros. Paul también.
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