La celebración y fiesta que se vivió ayer en Madrid con motivo de la llegada de los jugadores de la selección de fútbol fue apoteósica. Lo vi por la tele, así que no estuve presente entre la multitud ni puedo contar nada de abrazos, empujones ni gritos a mis espaldas, pero las imágenes mostraban justo lo contrario de lo que fotografié el Domingo, la emoción desbordada frente a la ilusión contenida, la pasión frente al recogimiento, las calles repletas y ruidosas frente a las avenidas vacías y muertas, y todo en sólo veinticuatro horas de diferencia.
Lo que se pudo ver ayer por la tele era una sociedad alegre, enaltecida y fervorosa ante sus ídolos del deporte, ataviada de banderas nacionales liberadas de complejos y siendo feliz. Esta frase en sí misma tiene petróleo a la hora de analizarla y extraer conclusiones. Los periódicos, a parte de fotos grandiosas y artículos deportivos y de crónica social, recogerán hoy muchas reflexiones sobre lo que indica esta movilización, y hay montones de derivadas. Entre ellas yo me quiero fijar en dos. Una es la del seguimiento de la sociedad, el cómo ha encumbrado a este grupo de personas como sus líderes y referentes, y eso en parte puede ser debido a que el campo de juego del liderazgo está vacío en España. Mes a mes el CIS nos muestran como la percepción de los políticos es cada vez pero a ojos del ciudadano. Se han consolidado como el tercer problema de España, lo que es un dato alarmante, y nadie hace nada para solucionarlo. En todo el espectro político vemos mediocridad, falta de coraje, bajeza moral y una tendencia a echar las culpas a otros y no asumir responsabilidades propias de un infantilismo inmaduro. Muchos otros estamentos clásicos, como los sindicatos, patronal y otras entidades profesionales, ofrecen igualmente una imagen caduca, poco profesional y nada responsable, y la iglesia, referente estable en el tiempo, no pasa por su mejor momento que digamos. A la sociedad, como a la naturaleza, le horrorizan los vacíos, algo debe llenarlos, y esta selección de fútbol (recuerdo que, en mi opinión, el fútbol no es más que una tontería que no me gusta nada) ha llenado ese hueco, ha movilizado al país y ha sabido canalizar el ansia de liderazgo que demandaba en estos momentos. Probablemente sea un hecho pasajero, y cuando mañana empiece el debate sobre el estado de la nación y veamos el habitual cruce de reproche sen la tribuna entre ZP y Rajoy y notemos otra vez la huelga de metro en Madrid nos demos de bruces contra la realidad, pero está claro que los políticos de este país, ensimismados en sus ombligos personales e incapaces de ver más allá de las fronteras de su aldea, han sido barridos del mapa durante un par de días. La imagen de ayer en la Moncloa de cientos de personas alabando a Iniesta mientras que ZP no sabía que hacer era un buen síntoma de quién mandaba y quién no. La imagen de Iniesta y de Vicente del Bosque, el seleccionador, me permite hacer otra reflexión, que no tiene que ver con el deporte, sino con la profesionalidad. Iniesta es un tipo bajo, blanquito, casi calvo, feo de solemnidad y tímido hasta decir basta. Del Bosque es rechoncho, tiene un bigote desmelenado, aspecto similar al padre de Zipi y Zape y pose algo cutre.
Ninguno de ellos podría anunciar colonias, perfumes, calzoncillos o algo similar, y jamás serían portadas de revistas glamourosas ni de carne de pasarela. Son un deshecho para el mundo del marketing y de la imagen que nos domina. Pero son profesionales. De hecho son los mejores del mundo en su oficio. Alejados de la imagen de chulo y prepotente que está de moda, poseyendo modales correctos y educados, y siendo humildes y responsables, estas dos personas son la antítesis del modelo de comportamiento que se nos vende a todas horas en televisión y el resto de medios. Son gente normal, y triunfan, porque son buenos y normales. Esto parece obvio, y debiera serlo, pero es revolucionario. Y está bien.
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