Como era de esperar la sesión de ayer del debate sobre el estado de la nación no ofreció novedades, y sí el duelo dialéctico habitual, que no es útil al país y que muestra las enormes carencias de nuestros líderes, así que voy a hablar de algo muy distinto, y no muy bonito, por cierto. Una sentencia pionera, conocida esta semana, condena a la empresa Uralita a indemnizar a varios vecinos de las localidades catalanas en las que estaban sitas sus plantas por haber contraído enfermedades tras respirar el polvo de amianto que, sin control, salía de sus instalaciones. Que sepa yo, es el primer caso de este tipo en España.
Todos tendremos experiencias de fábricas que, en nuestras localidades, echan humo y porquerías sin control. En el caso de Elorrio, mi pueblo natal, no es una, sino un montón las empresas que, desde que tengo uso de razón, y bastante antes, no dejan de emitir humo, ceniza, polvo, ruido y suciedad sin control ni recato alguno. En una comarca y un pueblo dominado por la industria, lleno de fundiciones y estampaciones para automoción, esas chimeneas sucias eran y siguen siendo en parte sinónimo de riqueza y trabajo. Si la contaminación en el pueblo ha descendido en estos últimos años no ha sido por la concienciación ecológica, sino porque las crisis, esta y las anteriores, han ido cerrando empresas y arruinando sus chimeneas. Los niveles de cáncer que se registran en Elorrio son inmensos, y es triste, pero es difícil que alguno de sus residentes no tenga un familiar o conocido que no haya desarrollado la enfermedad. Al nivel “normal” de extensión de esta enfermedad se añade en los pueblos pequeños los problemas de cosanguineidad, que hacen que ciertas familias tengan sus cánceres propios heredados de padres a hijos de manera continua, pero aún así, hay demasiado cáncer en Elorrio. ¿Por qué? Se que hace años el Gobierno Vasco hizo análisis del agua que se consume, y dieron negativo, porque no es maravillosa pero sí es buena. No, el problema no está en el agua, sino en el aire, cargado de partículas y basura que día a día se respiran sin control. Metales pesados, óxidos, cenizas y a saber qué más que no dejan de salir de esos edificios medio ruinosos llenos de polvo y suciedad que están por todas partes. Eso lo sabe todo el mundo, pero lo que ocurre, no nos engañemos, es que si actuamos para evitarlo los costes económicos pueden ser tales que muchas empresas se verían abocadas al cierre, y en estos tiempos de crisis el de la contaminación es el menor de los problemas. Sin embargo, si hacemos un balance financiero de costes y beneficios, socialmente es rentable controlar todo eso. ¿Cuánto cuesta instalar un sistema de filtros para depurar lo que exhalan las chimeneas? ¿Cuánto cuesta un tratamiento contra el cáncer de garganta? ¿Contra la leucemia? ¿Cuánto supone para el estado las invalidades permanentes que muchas personas tienen, algunas desde la treintena?. Y eso sin contar los costes humanos y sentimentales que suponen estas enfermedades y su calvario de sufrimiento asociado, para el que las padece y los que les rodean. ¿En serio no es rentable hacer algo? Conocí un nuevo caso hace dos fines de semana, de una amiga mía un año menor que yo, cuya vida está arruinada, aunque afortunadamente parece que va a salir adelante, y el consejo que les dieron los médicos del hospital en el que le trataron fue que saliera del pueblo, que se fuera de allí, porque necesitaba respirar otro aire, y es lo que ella y su familia van a hacer.
Cuando llega septiembre y las temporadas de viento sur, muchos de los humos de las fábricas sitas junto a la casa de mis padres corren como locos y en su camino atraviesan el parvulario y el colegio público. Desde mi balcón llevo años viendo como, sin parar, esa ceniza apestosa se deposita en el asfalto, las ventanas y plantas de mi casa y, esto es lo peor, en los pulmones míos y en los de los críos, que juegan rodeados por ese enemigo silencioso y oscuro. A algunos no, pero a otros les marcará su futuro y, sí, les matará. ¿Veremos alguna vez en Elorrio sentencias como las de Uralita? Creo… confío en que sí.
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