Todos los días del año son días “de algo”. Nos suenan mucho el del SIDA, la paz, la lucha contra el cáncer y cosas así de sonoras, pero en todos conmemoramos algo, y tanta celebración y recuerdo sirve, paradójicamente, para apagar la conciencia y darle un cierto aire de repetición a todos esos esfuerzos de recuerdo. Al final pasan desapercibidos. Sin embargo ayer tuvo lugar, por primera vez, la celebración internacional del día de Nelson Mandela, y creo que es un hecho lo suficientemente curioso e importante como para recalcarlo.
Curioso porque Nelson Mandela es la única persona que tiene un día dedicado al año a su figura. En el resto conmemoramos ideas, causas, motivos para reflexionar, pero en un día como el de ayer elogiamos el papel de una persona, concreta, con nombres y apellidos, y de momento afortunadamente viva. Y es importante porque Mandela es una de esas personas que ha logrado lo que podríamos denominar como la santidad en vida. Personas de todas las clases sociales, creencias, estilos de vida y de pensamiento, coinciden en destacar su figura como activista a favor de los derechos humanos y, importantísimo, como beuna persona. La historia de Mandela está vinculada por completo a la de Sudáfrica, el régimen cruel del apartheid y de cómo este hombre, tras cerca de veinte años de encierro en una prisión, salió de la misma determinado no a exigir venganza, ni a levantar a los suyos contra los otros, ni a iniciar revueltas, ni a hundir el país, no. Podía haber hecho todo eso, y es lo que habitualmente vemos en la vida real. Líderes que se levantan en armas contra otros líderes, dirigentes que enarbolan la lucha y la batalla frente a otros dirigentes, y el resultado es el de siempre. Destrucción, guerra y bellos ideales pisoteados por la masa de infelices que es llevada al sacrifico. Recordemos, Mandela tenía la tentación de hacer eso, pero se negó. Vio en su época de cárcel lo que significa el abandono, la miseria y la tristeza de un país, su país. Y quiso remediarlo no mediante la lucha, sino el convencimiento, no con la confrontación, sino con el acuerdo, y no con la guerra, sino con la palabra y la democracia. Jugo muy fuerte por esa apuesta, corrió muchos riesgos, pero le salió bien. No nos engañemos, había muchos factores que jugaban en contra de Mandela y en varias ocasiones las cosas estuvieron a punto de descarrilar, lo que hubiera significado una guerra civil muy cruenta en el país, pero al final, con la perseverancia de su liderazgo y no pocas dosis de pragmatismo, ayuda internacional y, llamémoslo así, suerte, Mandela logró un éxito inmenso. Desmontó la estructura de segregación racial que dominaba el país y logró convertir a Sudáfrica en un ejemplo para el mundo. No negaré que en ese país aún hay muchísimas cosas para hacer. Los guetos siguen existiendo, y en ellos la población mayoritaria sigue siendo la negra, la violencia en las calles es muy elevada y para los patrones occidentales la desigualdad económica del país es insoportable, pero si miramos sólo unos años hacia atrás y vemos el precipicio por el que se podía haber despeñado no es una exageración decir que lo de Sudáfrica es un milagro, una historia de película, Invictus, por ejemplo, en la que el conjunto de la sociedad del país es merecedora de elogio, pero en la que una persona supo encauzar ese sentimiento y alentarlo y llevarlo a su meta. Ese es Nelson Mandela.
Otro líder negro, Martin Luther King, posee un día dedicado a su memoria, pero sólo en los Estados Unidos. Proclamó a los cuatro vientos su sueño de una nación, un mundo, de personas libres e iguales, pero la violencia fanática le impidió ver la caída de la segregación racial en Norteamérica y otros países. Mandela también tuvo un sueño, pero ha diferencia del reverendo King ha logrado verlo hecho realidad, ha luchado y trabajado por convertir sus sueños, los de muchas personas, en algo cierto, y ese es uno de los mayores éxitos que se pueden alcanzar en la vida de cualquier ciudadano. Como para no celebrarlo.
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