La pasada tarde de Domingo fui al cine a ver la última película de la serie de Harry Potter, la segunda parte de la séptima aventura, desdoblada para aumentar la recaudación en lo posible, y por lo visto ha logrado plenamente sus objetivos. Un aviso a los que vayan al cine. Como en ocasiones anteriores, estas películas, no muy buenas, son adaptaciones muy literales de los libros, por lo que aquellos que no los hayan leído no se enterarán de casi nada, y sólo apreciarán efectos especiales e interpretaciones bastante planas, y aunque poco, algo más hay en la pantalla.
El primer libro de la serie de Harry Potter se publicó en España hace catorce años, ¿no pensaban que tantos, verdad? Yo tampoco, y eso que en aquellos tiempos, como alumno de tercero de inglés de la escuela de idiomas de Bilbao me hicieron leer el primer libro, que contiene un vocabulario horrendo. Tras lo mucho que sufrí con el inglés decidí darle una oportunidad en castellano y, como no, he leído los siete, curiosamente el último también en inglés. Las novelas enganchan, no son obras magistrales ni pasarán a la historia por su calidad literaria, pero sí lo harán por el éxito logrado y por haber conseguido que miles, millones de niños se emocionen con un libro en la mano, y lo lean, y sueñen con sus personajes, y ansíen nuevas ediciones. Sólo por eso Harry Potter merece estar en los cielos, y es que ha hecho más por difundir la lectura en los críos que todas las campañas públicas que se hayan hecho desde cualquier gobierno del mundo. En el cine, al lado mío, estaba una chica joven, de comedido aspecto siniestro, y dos amigos, que antes de empezar la película se contaban cómo se habían iniciado en el mundo Potter. La chica conoció el fenómeno en el tercer libro, que le recomendaron en el instituto y se lo leyó, sin ganas, pero acabó convencida, y de ahí en adelante todos. De hecho en el quinto se encontró con problemas en casa, porque su madre no se lo había comprado pero un amigo de la chica se lo quería dejar. Como ese amigo el caía muy mal a la madre no le permitía que le dejase ni regalase cosas a su hija, pero al final ella se agenció el libro del amigo. Para evitar riesgos lo leía de noche en su cuarto, cuando su madre ya estaba dormida, y cada día lo escondía en un lugar distinto, y la noche se le pasaba volando en medio de las aventuras de Harry, Hermione, Ron y el resto de personajes. Al final, como no, la madre encontró el libro en el cuarto (las madres siempre lo encuentran todo) y le echó la bronca pero, según decía la chica, al final se puso contenta porque la travesura de su hija había consistido en leer a escondidas. A partir de ahí la madre le compró los libros pasados que le faltaban y los restantes que salieran, y le había pagado todas las entradas a las películas, pese a que ella ya disponía de ingresos para ello, y le había comprado los DVD de todas las películas, como muestra de solidaridad con la Pottermanía. No se, quizás la madre, mientras su hija estaba en el cine con los amigos viendo la película, estaba en casa releyendo los libros, o recordando el día en el que Harry Potter entró en su casa y se asentó bajo la particular escalera de su hogar, y su magia lo cambió para siempre.
Como esta seguro que hay miles de historias de fanáticos, admiradores y, en general, apasionados de Potter que han crecido con él a lo largo de esta década y media, sobre como lo descubrieron y se engancharon. Como los actores de las películas, los niños seguidores de las primeras novelas son hoy casi treintañeros, que luchan contra el Voldemort real del desempleo, pero que mantienen la ilusión de gritar “expelliarmus” cuando las facturas o las letras del piso amenazan con llevárselos por delante. Y es que Harry Potter ya es como de nuestra familia, lleva media vida con nosotros, y será imposible olvidar sus historias, hechizos y aventuras.
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