Menos mal que en el mundo de la incertidumbre y tensión continua en el que vivimos hay cosas que se mantienen fieles a la tradición y nos relajan con su carácter previsible y seguro. Algo así es lo que sucede con la candidatura olímpica de Madrid, siempre rechazada y nuevamente presentada para cada nueva ocasión. ¿Había dudas de que Gallardón lo volviera a intentar? Pues ya están despejadas, volvemos a la carga, y la cabezonada del alcalde esta vez tiene una fecha muy redonda. 2020.
Ante esta noticia hay dos visiones. La optimista es que puede servir como revulsivo para una ciudad y, por extensión, un país abatido, sumido en la crisis y desesperanzado. El hecho de competir en sí es positivo y estimula las ganas de superación de la ciudad frente a sus teóricos rivales (se habla de Roma y Estambul, ya veremos). Como se ha intentado varias veces ya se sabe como hacer la candidatura de una manera automática, con menores costes, y se pueden aprovechar las infraestructuras creadas en su momento para impresionar al COI y que ahora viven sin pena ni gloria, pero ahí están. La visión contrariada es, sobre todo, económica. Madrid es el Ayuntamiento más endeudado de España, con unos 7.000 millones de euros de deuda, y en medio de la crisis tan profunda que vivimos lo que debiera hacer el consistorio es reducir gastos, recortar y tratar de pagar las facturas para no caer en la bancarrota. ¿Nos podemos permitir un dispendio como el de la candidatura olímpica en esta coyuntura? Para tratar de contrarrestar estas críticas, las más duras y consistentes, el Ayuntamiento ha afirmado que no ejecutará ninguna obra hasta que sepa si realmente es la ciudad escogida. Es decir, hacemos la campaña de propaganda, los anuncios, logotipos, carteles, agasajos y demás prebendas a los miembros del COI (los coitos, que decía Alsina) y, si todo eso funciona y nos escogen, empezamos a mover las grúas y excavadoras. Hay que reconocer que no es mal planteamiento para vender una candidatura austera, pero al sufrido habitante de esta ciudad, habituado a que los impuestos de todo tipo le agobien como mosquitos en verano, le queda la sensación de que esa campaña de promoción olímpica pueda ser financiada con una tasa adicional a la querida tasa de la basura, o con otro impuesto que Gallardón y su equipo se saquen de la manga. Además, tras dos intentos serios, rechazados por argumentos más políticos que técnicos y deportivos, hay una cierta sensación de hastío. Proclama Gallardón que tiene el sentimiento de que esta vez sí, que las anteriores no pudieron ser pero esta sí que sí, que está convencido. No se, a mi me pasa algo parecido con las chicas. Tras un estrepitoso (y enésimo) fracaso creo que no hay nada que hacer ya, pero acabo “ilusionándome” con otra bella mujer, y elaboro mi particular campaña de promoción, que los que me conocen en estos aspectos saben que es MUY particular. Y presiento que esta vez puede ser que sí, que esa chica sí mirará, sonreirá y dirá que también me quiere…. pero vuelve a ser que no. Y yo y mi particular comité olímpico acabamos hechos polvo. Qué opinas, Gallardón, ¿merece la pena seguir intentándolo?
Ha hecho furor transformar el lema de la corazonada de la candidatura anterior en la cabezonada del alcalde por los juegos. No dudo que Madrid los tendrá, porque visto lo visto nos vamos a presentar hasta que nos los den, al menos mientras Alberto tenga influencias. Sin embargo creo que esta vez el horno financiero no está para ningún bollo. Me parece que lo urgente (eludir la quiebra y pagar la deuda) está por delante de lo importante (la proyección de Madrid como capital mundial). Me da pena, pero no creo que podamos permitirnos una nueva candidatura actualmente, aunque puede que, como con las chicas, también esté equivocado en este aspecto.
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