Hoy promete ser un día financieramente muy movido, para ser 6 de Julio. Al rojo sanferminero se le puede sumar el rojo de unos mercados sacudidos por la degradación de la deuda portuguesa al nivel de bono basura, cosa que decidió ayer moodys, y el desastroso resultado de la subasta del FROB, el instrumento financiero público para capitalizar las cajas de ahorro, que colocó menos dinero del esperado y a un interés muy alto. Si alguien pensaba que la tormenta había amainado se equivocaba. Pero no, hoy voy a relatarles un episodio personal de ayer por la tarde que demuestra, a mi corto entender, cómo se ha complicado el mundo en el que vivimos.
Y es que ayer me compré ropa. No me gusta comprar ropa. Me parece algo necesario, obviamente, pero no voy a las tiendas a mirar ni nada por el estilo, me parece una pérdida de tiempo, y no entiendo nada. La cosa es que, aprovechando una boda familiar que tengo a finales de Julio y la temporada de rebajas, me fui a la salida del trabajo al Corte Inglés a comprar dos trajes. Llegué a la planta de señor y allí, mirando los de mi talla de chaqueta, cogí uno que me gustaba y me lo probé. Hay que acortar las mangas (tengo brazos y piernas cortitos) y el pantalón, curiosamente, me quedaba bien de largo, pero me resultaba algo prieto de cadera y entrepierna, curiosamente. Se lo comenté al señor que estaba conmigo y, no muy convencido, accedió a anchar el pantalón en esos puntos en los que le dije que me tiraba. Una vez hecho esto, le comenté que iba a pillar otro traje, por lo que miré en el expositor donde estaban el resto de modelos de mi talla y escogí otro. Le comenté para probármelo y me dijo que sin problemas, pero que en principio tallas y fabricante de pantalón y americana eran idénticos, por lo que el comportamiento esperado era el mismo. Me quité el nuevo ya comprado y me puse el renuevo aún no adquirido. Efectivamente la americana me sobraba de mangas tanto como la anterior pero, sorpresa sorpresa, el pantalón era distinto, más ancho y largo, y por tanto cómodo en los puntos en los que el anterior apretaba. Sin saber muy bein que decir salí del probador y se lo comenté al señor. Cogió la manga de la americana igual que la anterior, pero efectivamente el pantalón se comportaba de una manera distinta. Pilló el bajo y al quitármelo estuvo mirando y remirando, y ambos comprobamos que la talla, especificaciones y demás cosas que vienen impresas en esas enormes etiquetas indescifrables que acompañan ahora a la ropa eran idénticas. Visto lo visto le comenté que el objetivo final era que el primer pantalón acabase siendo como el segundo, y así anotó las hechuras y demás dimensiones. Así que incluso con el mismo fabricante y en el mismo establecimiento una misma talla puede diferir completamente de dimensión respecto a otra, pensaba yo…. ¿Quién entiende esto? Por momentos me imaginaba la pesadilla de suponer que, como en el mundo de las cosas normales dos objetos iguales son iguales, y que si llego a actuar así y me cojo el traje sin probarlo la hubiera cagado, al menos en los bajos del pantalón holgado. Y luego pensaba en cómo las mujeres, ávidas compradoras de ropa según parece, se deben enfrentar a un mundo de pesadilla donde no hay dos tallas 40 iguales en el mundo, en el que las líneas paralelas de los cortes se juntan mucho antes que en el infinito y demás pesadillas euclídeas. Poco a poco empezaba a sentirme tan confuso y perdido como siempre me sucede en una tienda de ropa y opté por pagar lo más deprisa posible, con la idea de abandonar rápidamente ese mundo de fantasía y aberrante geometría.
De mientras pagaba, para no hablar de ropa y no pensar en triángulos de costura que seguro suman más de 180 grados, y movido por mi curiosidad económica, pregunté al señor que me había atendido sobre como iba a temporada de ventas, a lo que él me miró y me dijo “mal” con gran convencimiento, “al principio de la rebaja se anima la cosa, pero luego irá como el resto del año, mal”. Y septiembre será peor, le dije, a lo que me contestó “nos consta que así va a ser”. Vaya, la crisis a pie de mostrador, pensé, y después de pagar mi compra no igualitaria dejé el local y a los empleados, imaginándolos haciendo bisectrices que partían ángulos en dos fragmentos distintos, o baricentros descentrados, o cosas por el estilo.
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