Sin irse a datos macroeconómicos farragosos y sin manejar estadísticas complejas, uno de los síntomas de la dureza y profundidad de la crisis que vivimos lo puede usted palpar si sale a dar un paseo por su barrio. Seguro que en él abundan los carteles de “Se traspasa”, “liquidación por cierres” o similares, junto a lonjas que antes eran tiendas, nuevas o de toda la vida, y que ahora permanecen cerradas sin visos de que vuelvan a abrirse en breve. El tejido comercial de barrio está sufriendo esta crisis como el que más, y tardará años en recuperarse.
Y dentro de esas tiendas que cierran, el caso de las librerías es de los más duros e irremplazables. Hace años en todos los barrios había una librería que hacía de papelería y de todo lo relacionado con el mundo de escribir. En ella los niños compraban bolígrafos, escuadras, cuadernos y demás utensilios y los adultos adquirían libros o papel de envoltorio. Eran comercios modestos, que poseían un escaso fondo de catálogo, y que vivían más del negocio papelero que del editorial. Junto a ellos surgían las librerías de verdad, locales también modestos en su mayoría, pero que se dedicaban en exclusiva al mundo editorial. Algunas de ellas eran temáticas, y otras generalistas, pero entre todas se generaba una red de librerías que permitía mantener vivo el espíritu de lectura del barrio, e incluso la ciudad. Muchas llevaban años abiertas, y eran regentadas en algunos casos por sagas familiares que desde hace décadas conocían a sus vecinos y residentes, y tenían una acervo sobre lo que se había publicado en tal o cual tema que era digno de elogio. ¿Por qué estoy usando en todas las frases verbos en pasado? Porque la mayor parte de esas pequeñas librerías ya no existen. Muchas cerraron cuando los centros comerciales y las grandes superficies especializadas empezaron a vender libros en grandes cantidades. Ante ellos, tanto por catálogo como por oferta, la tienda de barrio poco podía hacer, y muchas echaron la persiana. La crisis actual, que ha hecho caer las ventas en general, y que ha supuesto el final del crédito bancario para muchos comercios, haciéndoles imposible si quiera financiar el circulante diario, ha sido la puntilla para las librerías que sobrevivieron a la ola anterior. Incluso en una ciudad populosa como Madrid, en la que según las estadísticas se lee más que en la media de España, el derrumbe de las librerías es ostensible. Viendo el panorama y el futuro, ese libro electrónico que llega y no llega, algunas de ellas han optado por reciclarse y convertirse en librerías cafetería, tratando de que la barra y las copas les generen los ingresos necesarios para sostener las estanterías que decoran el local. Otras se han especializado aún más y, buscando la tendencia que más de moda se encuentre en el momento, organizan charlas, debates, monográficos y tratan de convertir su local en un club de lectura, en un lugar de encuentro entre apasionados del tema que se trate. La imaginación al poder, y que funcione, porque para muchas es su última oportunidad, si dado como parece la crisis, lejos de remitir, se extiende.
Estas y otras reflexiones surgieron el pasado viernes en una charla muy interesante que mantuve con el responsable de la librería ecobook, uno de esos pequeños negocios regentados por enamorados del libro, en este caso centrado en la economía, que ven como su amor no es del todo correspondido por las ventas y el gran público, pero que día a día levantan la persiana tratando de sobrevivir y llevar la pasión del libro a todo aquel que se acerque a su negocio. Por ello, si quieren hacerse con libros que les cuenten cosas interesantes sobre el turbulento mudo que estamos viviendo, pásense por su local, sito en un barrio muy bonito, revisen sus anaqueles y seguro que encuentran algo de interés que llevarse a casa.
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