Y de mientras en España seguimos
hundidos en nuestro particular lodazal de crisis y corrupción, echándonos a la
cara las miserias de unos y de otros, sin que se atisbe el más mínimo grado de
sensatez y altura de miras para afrontar nuestros retos, en Siria sigue al
guerra, una guerra que es como todas, cruel, atroz y miserable, salpicada de
momentos de épica y llena de miles de escenas de miseria y deshonor. Día tras día los combates prosiguen con saña
mientras cada vez su importancia en los medios de comunicación se ve más y más
relegada. Casi parece que allí ya no sucede nada.
Por
eso artículos de fotoperiodismo como este son necesarios, porque nos muestran
la realidad, sin edulcorantes, sin mentiras, sin ambages. El mérito hay que
atribuírselo al fotógrafo Goran Tomasevic que, en una secuencia de diez
imágenes consecutivas nos muestra la vida al límite, y la muerte que acude a su
encuentro. La escena es cruda, sin decoración alguna, real. Dos milicianos que
se enfrentan a tropas del ejército sirio se encuentran apoyados en cuclillas de
espaldas a un muro que les hace de protección, apuntando con sus armas al fondo
de lo que parece ser una calle o esquina, que queda a su izquierda. El hombre
más expuesto al teórico campo de tiro enemigo blande en sus manos un kalashnikov,
el emblema del combatiente armado, y a su lado derecho se agazapa un compañero.
La segunda imagen ya nos muestra al primero de los hombres alcanzado por un
proyectil enemigo. En una postura que denota dolor y falta de resistencia ya no
se recoge protegiéndose, sino que está sentado con las piernas estiradas, ofreciendo
un gran objetivo al enemigo, que sabe que le ha dado. En la tercera, aún vivo,
su cara muestra el dolor que le producen las heridas y, probablemente, el saber
que su vida se acabará en ese maldito callejón en el que está apostado. A su
lado permanece el compañero, con cara de no saber qué hacer, asustado,
conmocionado, con el miedo corriendo por sus venas sin freno alguno, con la
tensión a mil, deseando salvar la vida de su compañero y temiendo como nunca
por la suya propia. En las siguientes escenas vemos como otro miliciano, que se
situaba en el punto de observación desde el que el fotógrafo toma las
instantáneas, acude al relevo del compañero caído en batalla, mientras que el
cuerpo del herido es retirado rápidamente por parte del acompañante fiel, sin
que podamos adivinar hasta qué grado las heridas que tiene sin mortales o no. Esa
duda, esa esperanza, queda resuelta de la manera más cruda posible en las últimas
escenas, en las que, sin que se vean los rostros de las demás personas que conforman
los cuadros, observamos como el miliciano se ha convertido un cadáver que, o
bien yace arrinconado o es trasladado como un pesado fardo por sus compañeros
hacia un destino incierto, posiblemente una fosa común, u otra esquina en la
que pueda ser quemado o arrojado. Si inicialmente el cuerpo era arrastrado
usando para ello sus ropas, en la última escena el cadáver viste una simple
camiseta blanca, mostrando los brazos blancos y desnudos. Sus pantalones,
chaqueta, jersey y demás vestimenta le han sido desposeídos, seguramente para
ser utilizados por otros combatientes vivos que las necesiten, y su arma, que
en una de las imágenes finales aparece abandonada en el suelo junto al muerto
ya no se vuelve a ver. Probablemente sea la primera de las pertenencias que
haya sido distribuida entre los compañeros, para que vuelva al trabajo, sea
disparada de nuevo, vengue la muerte del amigo y produzca en el bando de
enfrente una escena similar.
Son sólo diez fotos, diez
escenas, que suceden ante el espectador a gran velocidad, pero que reflejan en
toda su crudeza el drama, el absurdo, el horror de la guerra. Seguro que ayer
en Siria se produjeron muchas escenas similares, causadas por disparos,
metralla, explosivo, o cualquier otro tipo de arma, y no nos enteramos de
ninguna de ellas. Gracias al trabajo de Goran, un fotoperiodista que a buen
seguro tendrá un contrato freelance mal pagado, usted y yo podemos ser
conscientes de lo que allí sucede, de lo que es la vida real más allá de la
absurda burbuja que nos hemos construido en nuestro mundo, y de que la guerra
no es algo que reside en los libros y en el pasado. Es real, y sucede hoy
mismo, aquí mismo.