Muchos pensarían que hoy hablaría
de la EPA que sale en aproximadamente una hora, y que será demencial, pero no,
quiero retraerme al pasado y hablar de las dos comparecencias parlamentarias
que tuvieron lugar ayer (¿dos? Sólo hubo una, no?) La más comentada tuvo lugar
en el Congreso por
parte de Cristóbal Montoro, en relación a la amnistía fiscal del gobierno y las
vinculaciones con el caso Bárcenas. Fue interesante, pero dejó bastantes
dudas en el aire. En lo que hace a los participantes, el
diputado de UPyD Álvaro Anchuelo le dio mil vueltas al resto de intervinientes,
Ministro incluido.
La otra comparecencia de
desarrolló en el Capitolio de Washington y el interrogado era la hasta hace
nada Secretaria de Estado Hillary Clinton, con motivo de lo sucedido en el
consulado de EEUU Bengasi en septiembre del año pasado, el asalto que allí se
produjo y la muerte de varios ciudadanos norteamericanos. Más que el contenido
de la declaración en sí, hay algunos aspectos formales que me gustaría destacar
que hacen que lo vivido por la mañana en Madrid y por la tarde en Washington,
visto desde el horario europeo, sea la representación de dos visiones
completamente opuestas de la política, aunque parezcan ser lo mismo. En las
formas todo es distinto, empezando por que el compareciente en EEUU lo hace
sólo, en una mesa, sin el apoyo de nadie a su lado. Se enfrenta a un examen
individual, y el tribunal que lo examine tiene un poder sobre él, y una forma
de reflejar ese poder es que los que preguntan son los que presiden la sala y
se encuentran por encima del resto, subidas sus sillas y mesas en una tarima
elevada. Así, el compareciente, que está en primera fila de la clase, dando la
espalda a los asistentes, debe mirar hacia arriba para escuchar y contestar a
las preguntas. Un simple vistazo sirve para darse cuenta, sin saber nada de
política ni de quienes son los que allí se encuentran, de quién es el que manda
y quién es el que obedece. Así mismo resulta apabullante la profesionalidad y
el conocimiento que presentan los que efectúan el interrogatorio al compareciente
que, de acuerdo o no con sus posturas, muestran que se han estudiado el tema, y
son capaces de poner en un brete muy serio a quién allí se presenta. En
contraste, en España, el nivel medio de los diputados que plantean las
cuestiones en las comparecencias es, como mínimo, mejorable. Se ve que hay
expertos en determinados asuntos, pero se echa en falta un mayor dominio de la
materia en muchas ocasiones, como ayer se vio claramente, y es que Anchuelo,
buen economista, sabía con gran propiedad de lo que estaba hablando, mientras
que el resto deambulaba en un terreno pantanoso. Y todo en una sala que, en su
diseño, plantea un escenario completamente opuesto al americano. En las comparecencias
españolas el que acude a dar explicaciones lo hace en posición de profesor,
acompañado de un séquito, y elevado sobre la audiencia, que le pregunta desde
abajo, preparada para recibir en muchos casos la admonición del que debiera ser
el cuestionado. Si ese efecto es palpable en las salas usadas para las
comisiones, como la de ayer, resulta escandaloso cuando se utilizan otras
estancias del congreso, como las diseñadas para las reuniones de los grupos
parlamentarios. Ese fue el caso de las comparecencias de los responsables de
las cajas rescatadas con motivo de la comisión abierta tras la nacionalización
de Bankia. En aquel caso la distancia física que existía entre la elevada
posición de Gayoso, Rato y demás intervinientes y entre los que les hacían
preguntas era, simplemente, insultante.
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