viernes, enero 11, 2013

Derrumbe del Ayuntamiento de Madrid


Visto lo visto que un “botella” gobierne Madrid es sinónimo de desastre tanto para la ciudad como para el gobernante. La primera vez que esto sucedió, con José Bonaparte, apodado Pepe Botella, impuesto por Napoleón, la cosa acabó en guerra por la independencia en contra los franceses y el citado Pepe huyendo de la capital. En esta segunda ocasión es Ana, Botella de apellido, la que nominalmente gobierna en el remodelado y faraónico palacio de Cibeles, pero parece ser sólo una sombra que asiste, entre asustada y apenada, al derrumbe del poder que le fue cedido y que no está sabiendo ejercer.

La dimisión de Villanueva, el vicealcalde, producida el Miércoles por la tarde, es el último de los episodios, por ahora, del escándalo relacionado con el Madrid Arena, ese desgraciado suceso en el que nadie hizo lo que debía y que se saldó con cinco chicas muertas y millones de ciudadanos asombrados por la desidia y desvergüenza con la que son, somos, regidos por nuestras autoridades, en este caso municipales. Esta figura se chamuscó el primer día que compareció, con las víctimas aún en coma en diversos hospitales, para defender a capa y espada tanto al Ayuntamiento como al organizador de la fiesta, un sujeto apellidado flores que, por lo que se ha publicado, tenía en su ramillete de rosas más de relación intensa con el torno de Villanueva. Sin saber si será imputado por el juez que lleva el caso, probablemente sí, la marcha de Villanueva hace caer el último cordón de seguridad que le quedaba a Ana Botella en su entorno para protegerla de las llamas que amenazan con achicharrarla. A preguntas de los periodistas ayer, en su primera comparecencia tras la dimisión, la aún alcaldesa recalcó que en ningún momento se le ha pasado por la cabeza la idea de dimitir, y creo que no engañaba al expresarse de esta manera, porque dado que desde el primer momento ha sido incapaz de darse cuenta de la tragedia que tenía delante y la continua cascada de despropósitos, ilegalidades, fallos y chapuzas que afectaban a todos los departamentos municipales involucrados en el asunto, la dimisión era algo ajeno por completo a sus intenciones. ¿Por qué iba a dimitir, pensará Ana en sus ratos de soledad, si no he hecho nada malo? Mi opinión es que su dimisión, cuando esta se produzca, que llegará, lo hará tarde, muy tarde, demasiado tarde. En el cálculo político del PP en Madrid se cruzan varias intenciones, aviesas muchas ellas, y regidas por la batalla que se ha establecido entre varios clanes locales. Es probable que el entorno de Rajoy quiera que Botella no dimita porque la considera tan amortizada que le va a usar para “achicharrarla” ante los medios hasta que, a un año de las elecciones municipales, la reemplace por la persona que realmente sea el candidato electoral de verdad, y de mientras que Ana se coma todo el marrón del Arena y que su marcha se lleve el oprobio. Esta idea, no carente de lógica, choca con tres aspectos que la pueden desbaratar. Por un lado el PP alejado del entorno de Rajoy puede tener intereses distintos, y mucho, y puede que trata de organizar su propia sucesión a su estilo. Por otro lado está el proceso judicial abierto, que en función de las decisiones que de allí surjan puede alterar todos los calendarios posibles (por ejemplo, una imputación de la propia alcaldesa supondría su renuncia obligada al día siguiente) y el tercer aspecto, que es el más importante, y al que nadie hace caso, es el de la responsabilidad moral. La alcaldesa ha fallado a mucha gente, pero sobre todo a las familias de las cinco chicas fallecidas en aquella maldita fiesta. A ellas debía haberles entregado su dimisión hace tiempo, pero sí, pensar que eso fuera posible es tan ingenuo como irreal.

En fin, Ana Botella se encontró de rebote, no tengo nada claro si deseado o no, con el sillón de alcalde de la mayor y más compleja ciudad de España, y ha demostrado que es totalmente incapaz de desarrollar una gestión mínimamente profesional, y no les digo nada de lo relativo al liderazgo político o de masas. Acostumbrada a que los focos le adulen sin tener que estar involucrada en decisiones de ningún tipo, Botella ha descubierto que ser gestor es mucho, muchísimo más que cortar cintas de inauguración. Un fracaso absoluto, que será recordado por lo sucedido en la noche de Halloween de 2012, el día en el que el Ayuntamiento de Madrid se mostró tan sólido como la arena que da nombre al infausto recinto.

No hay comentarios: