Visto lo visto que un “botella”
gobierne Madrid es sinónimo de desastre tanto para la ciudad como para el
gobernante. La primera vez que esto sucedió, con José Bonaparte, apodado Pepe
Botella, impuesto por Napoleón, la cosa acabó en guerra por la independencia en
contra los franceses y el citado Pepe huyendo de la capital. En esta segunda
ocasión es Ana, Botella de apellido, la que nominalmente gobierna en el remodelado
y faraónico palacio de Cibeles, pero parece ser sólo una sombra que asiste,
entre asustada y apenada, al derrumbe del poder que le fue cedido y que no está
sabiendo ejercer.
La
dimisión de Villanueva, el vicealcalde, producida el Miércoles por la tarde,
es el último de los episodios, por ahora, del escándalo relacionado con el
Madrid Arena, ese desgraciado suceso en el que nadie hizo lo que debía y que se
saldó con cinco chicas muertas y millones de ciudadanos asombrados por la
desidia y desvergüenza con la que son, somos, regidos por nuestras autoridades,
en este caso municipales. Esta figura se chamuscó el primer día que compareció,
con las víctimas aún en coma en diversos hospitales, para defender a capa y
espada tanto al Ayuntamiento como al organizador de la fiesta, un sujeto apellidado
flores que, por lo que se ha publicado, tenía en su ramillete de rosas más de relación
intensa con el torno de Villanueva. Sin saber si será imputado por el juez que
lleva el caso, probablemente sí, la marcha de Villanueva hace caer el último
cordón de seguridad que le quedaba a Ana Botella en su entorno para protegerla
de las llamas que amenazan con achicharrarla. A
preguntas de los periodistas ayer, en su primera comparecencia tras la
dimisión, la aún alcaldesa recalcó que en ningún momento se le ha pasado por la
cabeza la idea de dimitir, y creo que no engañaba al expresarse de esta
manera, porque dado que desde el primer momento ha sido incapaz de darse cuenta
de la tragedia que tenía delante y la continua cascada de despropósitos,
ilegalidades, fallos y chapuzas que afectaban a todos los departamentos
municipales involucrados en el asunto, la dimisión era algo ajeno por completo
a sus intenciones. ¿Por qué iba a dimitir, pensará Ana en sus ratos de soledad,
si no he hecho nada malo? Mi opinión es que su dimisión, cuando esta se
produzca, que llegará, lo hará tarde, muy tarde, demasiado tarde. En el cálculo
político del PP en Madrid se cruzan varias intenciones, aviesas muchas ellas, y
regidas por la batalla que se ha establecido entre varios clanes locales. Es
probable que el entorno de Rajoy quiera que Botella no dimita porque la
considera tan amortizada que le va a usar para “achicharrarla” ante los medios
hasta que, a un año de las elecciones municipales, la reemplace por la persona que
realmente sea el candidato electoral de verdad, y de mientras que Ana se coma
todo el marrón del Arena y que su marcha se lleve el oprobio. Esta idea, no
carente de lógica, choca con tres aspectos que la pueden desbaratar. Por un
lado el PP alejado del entorno de Rajoy puede tener intereses distintos, y
mucho, y puede que trata de organizar su propia sucesión a su estilo. Por otro
lado está el proceso judicial abierto, que en función de las decisiones que de
allí surjan puede alterar todos los calendarios posibles (por ejemplo, una
imputación de la propia alcaldesa supondría su renuncia obligada al día siguiente)
y el tercer aspecto, que es el más importante, y al que nadie hace caso, es el
de la responsabilidad moral. La alcaldesa ha fallado a mucha gente, pero sobre
todo a las familias de las cinco chicas fallecidas en aquella maldita fiesta. A
ellas debía haberles entregado su dimisión hace tiempo, pero sí, pensar que eso
fuera posible es tan ingenuo como irreal.
En fin, Ana Botella se encontró
de rebote, no tengo nada claro si deseado o no, con el sillón de alcalde de la
mayor y más compleja ciudad de España, y ha demostrado que es totalmente
incapaz de desarrollar una gestión mínimamente profesional, y no les digo nada
de lo relativo al liderazgo político o de masas. Acostumbrada a que los focos
le adulen sin tener que estar involucrada en decisiones de ningún tipo, Botella
ha descubierto que ser gestor es mucho, muchísimo más que cortar cintas de
inauguración. Un fracaso absoluto, que será recordado por lo sucedido en la
noche de Halloween de 2012, el día en el que el Ayuntamiento de Madrid se
mostró tan sólido como la arena que da nombre al infausto recinto.
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