miércoles, enero 30, 2013

La irreal situación del Rey


En la semana en la que el Príncipe de Asturias cumple 45, va y abdica la reina de Holanda, enmascarando aún más de lo previsto la celebración de Zarzuela y metiendo todavía más presión a Don Juan Carlos para que se decida a seguir los pasos de Beatriz y se aparte del trono. Se ha comentado en algunos medios que la tradición holandesa de abdicar viene de lejos, lo han hecho Beatriz y sus dos antecesoras, cosa que yo desconocía, y aquí exceptuando Yuste no se conocen muchos más casos. Cierto, pero argumento algo insuficiente con la que está cayendo.

Me imagino al Rey todas las mañanas cuando se levanta tratando de adivinar qué sapo va a tener que tragarse por la pasada conducta de miembros de su familia o por otras causas. Cada vez las noticias sobre el caso Urdangarín son más preocupantes, y la onda expansiva judicial amenaza con derribar muros de protección que se creían sólidos y resistentes. Ayer mismo, con la imputación de Carlos García Revenga, secretario de las infantas, el riego de que finalmente sea imputada la propia Cristina se disparó, y me imagino que esta ha debido ser una noche compleja en Zarzuela, pensando en qué hacer. La crisis Urdangarín además, con la profusión de correos que el socio Diego Torres suelta en píldoras al juez, ha tomado un derrotero que más que institucional se acerca a lo chusco y soez. El desvergonzado lenguaje usado por el Duque “empalmado” no es sino un síntoma más de la impunidad absoluta con la que actuaba en sus años de gloria y con la que se imaginaba a resguardo de cualquier tipo de riesgo derivado de su irregular actuación. En fin, un asunto maravilloso para los medios, tertulias y charlas de cafetería, en el que se junta poder, intrigas, corrupción y sexo, al menos en su vertiente onanista. Sin embargo el problema de fondo, que es la imagen del rey, de la institución monárquica, es serio y no parece que nadie haga nada por restañar las heridas que, día sí y día también, se infringen en su figura. Y el que más debiera actuar al respecto es el propio Rey y su entorno, porque creo que su gestión de esta crisis está siendo nefasta. Empiezo a pensar que Bankia no es sólo un modelo de irracionalidad financiera y de gestión chapucera, sino una auténtica guía de cómo actúan (de mal) los españoles ante los problemas que tienen enfrente. Negación, ocultamiento, tácticas dilatorias, enjuagues, alargamiento de plazos, todo lo que sea con tal de dilatar la solución a la espera de que las cosas mejoren, cuando lo único que consigue esta táctica es aumentar el problema, pudrirlo del todo y convertirlo en una situación inmanejable. ¿Qué hacen los americanos, tipos prácticos y resolutivos? Atacan el problema de raíz, entran a fondo, intervienen bancos y los inundan de capital, desde la primera semana, soportan el golpe inicial y a partir de ahí todo va suavizándose. Aquí se pasan meses, años de goteo, de camino a la quiebra, de rumores y dolores larvados, que explotan en una catástrofe dolorosa y de muy difícil arreglo. Pues con Urdangarín está pasando lo mismo. La necesidad de tapar el escándalo, de disimularlo, de hacer como si no existiera sólo contribuye a alargarlo en el tiempo y en dimensión. Torres suelta sus correos a cuentagotas y las decisiones que se toman son lentas, dubitativas y sin afán de zanjar el problema. Y así el deterioro es constante, y la solución final se lja en el tiempo.

¿Cómo puede Don juan Carlos arreglar esto en una mañana? Fácil y duro. Sea o no culpable, que yo creo que sí lo es, el comportamiento ético y personal de Urdangarín ha sido deleznable, por lo que bastaría con un comunicado del propio Rey repudiándole por ello, por sus actos y palabras, desposeyéndole de toda significación y relación con la monarquía, y considerándole como lo que es en el fondo, un traidor a su familia, a la institución y al erario público. A partir de ahí que Doña Cristina haga lo que le plazca, y que el juez le juzgue y, con casi seguridad, condene y envíe a la cárcel, pero Urdangarín ya no será nadie, y la polémica desaparecerá. Sí, la familia del Rey se irá a la porra, pero todo no se puede salvar. Las imprudencias, de una manera o de otra, se pagan.

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