En la semana en la que el
Príncipe de Asturias cumple 45, va
y abdica la reina de Holanda, enmascarando aún más de lo previsto la
celebración de Zarzuela y metiendo todavía más presión a Don Juan Carlos para
que se decida a seguir los pasos de Beatriz y se aparte del trono. Se ha
comentado en algunos medios que la tradición holandesa de abdicar viene de
lejos, lo han hecho Beatriz y sus dos antecesoras, cosa que yo desconocía, y
aquí exceptuando Yuste no se conocen muchos más casos. Cierto, pero argumento algo
insuficiente con la que está cayendo.
Me imagino al Rey todas las
mañanas cuando se levanta tratando de adivinar qué sapo va a tener que tragarse
por la pasada conducta de miembros de su familia o por otras causas. Cada vez
las noticias sobre el caso Urdangarín son más preocupantes, y la onda expansiva
judicial amenaza con derribar muros de protección que se creían sólidos y
resistentes. Ayer mismo, con la
imputación de Carlos García Revenga, secretario de las infantas, el riego
de que finalmente sea imputada la propia Cristina se disparó, y me imagino que
esta ha debido ser una noche compleja en Zarzuela, pensando en qué hacer. La
crisis Urdangarín además, con la profusión de correos que el socio Diego Torres
suelta en píldoras al juez, ha tomado un derrotero que más que institucional se
acerca a lo chusco y soez. El desvergonzado lenguaje usado por el Duque “empalmado”
no es sino un síntoma más de la impunidad absoluta con la que actuaba en sus
años de gloria y con la que se imaginaba a resguardo de cualquier tipo de
riesgo derivado de su irregular actuación. En fin, un asunto maravilloso para
los medios, tertulias y charlas de cafetería, en el que se junta poder,
intrigas, corrupción y sexo, al menos en su vertiente onanista. Sin embargo el
problema de fondo, que es la imagen del rey, de la institución monárquica, es
serio y no parece que nadie haga nada por restañar las heridas que, día sí y
día también, se infringen en su figura. Y el que más debiera actuar al respecto
es el propio Rey y su entorno, porque creo que su gestión de esta crisis está
siendo nefasta. Empiezo a pensar que Bankia no es sólo un modelo de
irracionalidad financiera y de gestión chapucera, sino una auténtica guía de cómo
actúan (de mal) los españoles ante los problemas que tienen enfrente. Negación,
ocultamiento, tácticas dilatorias, enjuagues, alargamiento de plazos, todo lo
que sea con tal de dilatar la solución a la espera de que las cosas mejoren,
cuando lo único que consigue esta táctica es aumentar el problema, pudrirlo del
todo y convertirlo en una situación inmanejable. ¿Qué hacen los americanos,
tipos prácticos y resolutivos? Atacan el problema de raíz, entran a fondo,
intervienen bancos y los inundan de capital, desde la primera semana, soportan
el golpe inicial y a partir de ahí todo va suavizándose. Aquí se pasan meses,
años de goteo, de camino a la quiebra, de rumores y dolores larvados, que
explotan en una catástrofe dolorosa y de muy difícil arreglo. Pues con Urdangarín
está pasando lo mismo. La necesidad de tapar el escándalo, de disimularlo, de
hacer como si no existiera sólo contribuye a alargarlo en el tiempo y en
dimensión. Torres suelta sus correos a cuentagotas y las decisiones que se
toman son lentas, dubitativas y sin afán de zanjar el problema. Y así el
deterioro es constante, y la solución final se lja en el tiempo.
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