A lo largo de este fin de semana,
un poco más largo de lo habitual para mi, se ha celebrado en Chile la reunión
de la Unión europea con los países de América Latina y el Caribe, para
estrechar los lazos comerciales, las ventas mutuas y el crecimiento a los dos
lados del charco. Con esa excusa se han producido muchas reuniones bilaterales
entre jefes de estado de distintos países que trataban de arreglar sus propios problemas.
Una
de esas reuniones, de apenas cinco minutos y en territorio neutral se dio entre
un cada vez más derrotado Rajoy y una Ángela Merkel que no ceja en su empeño de
austeridad.
Probablemente la cosa acabó en
tablas de cara al próximo encuentro, que mantendrán con motivo del consejo
europeo de principios de febrero en el que, entre otras cosas, también se tiene
que abordar el asunto de las perspectivas financieras de la Unión Europea,
ahora empantanadas y sin acuerdo. Lo que es seguro es que en ese nuevo
encuentro entre Rajoy y Merkel saltarán chispas, y creo que se quién saldrá más
chamuscado. Es interesante asistir a este viraje de la política española, ya que
cuando accedió al poder el PP y Rajoy tenían como uno de sus objetivos de
bandera engancharse al carro de Alemania, convertirse en el socio fiable del
sur de Europa, en la Alemania del sur, se llegó a decir, y contando con el
apoyo y beneplácito de Berlín lograr pasar lo que los estrategas del PP creían
que era un mero bache de confianza. Un año después las cosas han cambiado
mucho, aunque en la economía de cifras y realidades los movimientos hayan sido
escasos dentro del ambiente depresivo en el que nos encontramos. El gobierno ha
constatado que la economía está derrumbada, la deuda descontrolada y que el
hada de la confianza habita en los cuentos, pero no en la cancillería del Reich.
Así, poco a poco, los portavoces económicos, y últimamente el propio Mariano,
han ido elevando el tono de su queja hacia Alemania, reclamándole que, como líder
y economía saneada de la Unión, ejerza el papel de impulsor de la demanda que
los países sometidos a la crisis de deuda y a los ajustes no pueden realizar.
Desde una óptica en la que se ve a Europa como una economía agregada la
petición tiene bastante lógica, dado que Alemania es el tractor, la locomotora
que puede estimular la demanda agregada del conjunto de los países. Sin
embargo, desde una óptica política, que mantiene a cada uno de los países
sometido a ritmos de ajuste, elecciones, compromisos y obligaciones distintas,
la situación es muy distinta. Merkel tiene elecciones en septiembre y, aunque
está en máximos de popularidad, cada elección regional se cuenta por derrota en
las filas de su partido, y no le veo yo dispuesta a lanzar un programa de
estímulo económico para salvar a los países incumplidores del sur, estímulo que
deberán pagar sus votantes. Sólo en el caso de que las recientes cifras de
desaceleración alemana de finales de año se conviertan en recesión a la altura
de Semana Santa Merkel actuará para presentarse en septiembre con una economía
relanzada. ¿Qué está sucediendo aquí? Que nuevamente la visión cortoplacista,
localista y de corta mira de cada uno de los dirigentes europeos, centrados en
los votos y cifras de su terruño, es la que condiciona el devenir de la Unión
en su conjunto, llevándola cada día a un nivel de irrelevancia superior. Ganar
elecciones nacionales está bien, pero no es lo único, ni quizás lo más
importante. Si el continente sigue desangrándose poco a poco en el camino de la
depresión poco importará si se hacen estímulos o recortes, dado que habrá un
momento en el que no haya una Europa unida que los contemple, avale o respalde.
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