Opinar es lo que tiene. Uno se
informa, emite veredictos más o menos fundados, que pueden ser compartidos o
no, pero que se basan en la verdad que conoce. Y a veces se cometen errores,
algunos leves, inevitables y poco peligrosos, pero otros son relevantes, de
bulto y que condicionan en gran parte la opinión emitida y la impresión que de
ella haya obtenido el lector. Ayer, sin ir más lejos, al hablar de la guerra de
Mali, cometí un error de los de calibre grueso al afirmar que no había
resolución de la ONU que soportase la intervención militar francesa en el país,
cuando lo cierto es que sí que la hay.
Se
trata de la resolución 2085, de la ONU, del 20 de Diciembre del año pasado.
En ella se autoriza a que una fuerza militar internacional, con liderazgo
africano, se despliegue en el país y actúe contra las milicias islamistas de
AQMI, el mayor de los grupos terroristas que actualmente desarrollan su
actividad allí y que es el que lidera la revuelta que se ha hecho con medio
país. Por lo tanto la intervención francesa cuenta con el paraguas de la
legalidad internacional, o al menos con su sombra, porque resulta muy curioso
que Francia, ella sola, haya sido la nación que se haya lanzado al ataque sin
esperar a organizar una mínima estructura regional, ese liderazgo africano que
se menciona en la resolución, y sin contar con la opinión del resto de países
de la UE o de Estados Unidos, que una vez iniciados los ataques se han mostrado
solidarios y comprensivos con el gobierno de Hollande pero que no han expresado
en qué piensan apoyarle, quizás porque esta intervención les ha pillado tan de
sorpresa como al resto del mundo. Tal es así que si se fijan, en el documento
PDF que se puede obtener del enlace que les he incorporado al principio del texto,
el analista señala, en el párrafo resumen con el que se inicia el texto, que
Naciones Unidas no prevé el lanzamiento de la operación ofensiva antes de
Septiembre de 2013, y en las conclusiones se señala literalmente, tras apuntar
las dificultades a las que haría frente la misión, que “todo apunta a que
cualquier acción destinada a recuperar el norte del país, y a erradicar la
grave amenaza de las organizaciones terroristas que controlan la región, no
llegará de forma inmediata”. Pues bien, apenas tres semanas después de aprobado
el texto, y desmintiendo el análisis de los expertos, esa misión está en
marcha, aunque es evidente que no tal y como la había planteado la citada
resolución. Quizás compartiendo este análisis, y sabiendo que si esperaba a la
creación de esa fuerza africana las cosas nunca se pondrían en marcha, Francia
ha decidido actuar de manera unilateral y directa, sin intermediario alguno. Más
allá de su papel como antigua potencia colonial, y los vínculos afectivos,
sociales y estratégicos entre ambas naciones, la rapidez en la intervención me
hace pensar que Francia disponía información relevante que le hacía suponer que
quedaba poco tiempo para que las milicias islamistas ampliasen su territorio de
influencia, quien sabe si incluso mediante un asalto a Bamako, la capital.
Quizás el gobierno de Mali, sintiéndose derrotado y asustado ha corrido a
solicitar el auxilio de El Eliseo y lo ha obtenido. Lo cierto es que la
velocidad de reacción de París ante la oportunidad otorgada por la resolución
de la ONU ha sido fulgurante, indicativa en todo caso de la gravedad de la
situación que se está viviendo sobre el terreno.
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