Empiezo mal cuando establezco una
vinculación entre los EEUU y la monarquía, cuando aquel país es todo lo alejado
que uno se pueda imaginar de una institución como la realeza, pero no es menos
cierto que toda la pompa, boato y ceremonial del llamado Presidential Day, o
día en el que el presidente jura su cargo, recuerda mucho a una coronación, y
de las de antaño, de las que uno se imagina sucedían en los siglos XVIII y XIX,
con carruajes, alabarderos, trompetas y genuflexiones por todas partes.
Pues ayer se volvió a repetir el
rito y, por
segunda vez, Barack Obama fue entronizado en su puesto de Presidente de los
EEUU y comandante en jefe del mayor ejército del mundo, lo que le hace ser
en teoría la persona con más poder en la tierra. No quiero fijarme tanto en el
ceremonial de ayer, que da para mucho, ni en el tono y mensaje estrictamente
político del discurso de Obama, sino en la filosofía y al idea imperante que en
todo momento sobrevolaba el Mall de Washington, esa inmensa explanada alrededor
de la cual se sitúan los centros del poder y de la cultura de esa nación. Y es
que ver una ceremonia como la de ayer supone, nuevamente, darse cuenta de la
inmensa diferencia que existe entre EEUU y el resto del mundo, entre ese país y
todos los demás. Para resumirlo mucho, y tal como lo veo, EEUU es un ejemplo
único de país creado por rechazados de todos los demás países, que buscaron un
lugar en el que crear una arcadia feliz, una utopía, un espacio alejado de lo
que ya conocían, especialmente la decrépita, clasista e intolerante Europa de
su época. Así, EEUU se funda no como concepto geográfico, sino como idea, como
aspiración. Se asienta sobre un terreno, pero se constituye como filosofía de
vida. Esto es completamente revolucionario. Por ello, desde su fundación y
hasta ayer mismo, los mensajes que lanzan todos sus dirigentes se basan en el
teórico destino de la nación, en las aspiraciones de sus ciudadanos, libres e
iguales, y en la preponderancia de sus derechos civiles frente a la
colectividad de una nación, que debe ser querida, amada y protegida, pero nunca
debe hallarse por encima de la libertad individual de cada uno de las personas
que la componen. Independientemente de que una idea tan fascinante no haya
podido ser llevada a la realidad, y los múltiples y serios problemas que
existen en la sociedad norteamericana son una muestra de lo lejos que se está
de conseguir ese objetivo, la mera asunción de esta idea, el hecho de repetirla
constantemente desde hace tantos años, y el que los norteamericanos se la
crean, hace de ellos una nación especial, poseedora de una especie de pócima de
la eterna juventud, que ante las adversidades les otorga una fuerza nueva, que
ante los retos les impulsa a crecerse, que ante las dificultades les
proporciona una fuerza y capacidad de reinvención que sigue asombrando al
mundo. En un planeta cada vez más global, y en el que por fuerza de la realidad
EEUU cada vez pesará menos, sigue siendo asombroso como desde hace décadas se
proclama el hundimiento de su poder y, de una manera completamente
inimaginable, resurge y vuelve a demostrar su capacidad de liderazgo, y si en
los ochenta el declive industrial de la nación parecía inevitable hoy su
principal industria es el software que usamos en todos nuestros ordenadores,
pensados y desarrollados allí. Y así muchos más ejemplos de los que debiéramos
aprender.
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