jueves, enero 17, 2013

Bárcenas, Gürtel y la corrupción sin fin


La noticia conocida ayer de que Luís Bárcenas, ex tesorero del PP e imputado en la trama corrupta Gürtel, era el titular de una cuenta suiza en la que estaban depositados más de veinte millones de euros ha vuelto a poner en primera plana la operación contra la corrupción destapada hace ya algunos años en la que personajes como el bigotes, Correa y demás sujetos se paseaban por los telediarios diciendo que eran inocentes y exhalaban culpabilidad a manos llenas. Bárcenas dimitió de sus cargos pero siempre negó haberse llevado un euro ilegalmente, ahora su declaración parece valer lo mismo que la deuda griega y enfanga a todo el PP en un viejo caso de nunca acabar.

Gürtel, los ERES andaluces, el ático de Ignacio González, el clan de los Pujol, el caso campeón, Duran y Lleida… corrupción sin fin. Se levanta uno por la mañana y se pregunta a ver quién cae hoy, el nombre de que político más o menos famoso o de qué cargo público vamos a ver encausado por lo de siempre, haberse llevado dinero para él y su partido. La sensación de la opinión pública es que la corrupción política es inmensa, como bien lo reflejan las diferentes encuestas de opinión, y que no conoce límites ni entre partidos ni clases dirigentes, sean estos regidores de pequeños municipios o altos cargos del estado. El que surjan noticias sobre la corrupción tiene ese efecto de gota malaya que acaba por destruir la moral y paciencia del ciudadano, pero también tiene un efecto positivo, y es que tarde o temprano la corrupción aflora, se conoce, se denuncia y persigue. Puede parecer una tontería o un efecto tan ridículo como despreciable, pero imaginémonos lo que sucedería en un régimen en el que no existiera la justicia o la opinión pública, en el que estos casos no se denunciaran y tampoco se persiguieran. Probablemente la sensación del ciudadano, más bien súbdito en ese caso, sería más tranquila, porque no tendría conciencia de que hechos así se produjeran, pero tengan por seguro que el nivel de corrupción real que soportaría sería muchísimo más elevado, y aunque pueda no creerlo es posible llegar a niveles de corrupción mayores que el nuestro. Sin embargo para un ciudadano responsable y honrado este es poco consuelo, y la sensación de que “tarde o temprano” se persigue la corrupción acaba transformándose en “demasiado tarde”. Aquí los responsables, en distinto grado, somos todos, desde la persona individual que consiente que en su entorno cercano se practique una corrupción de juguete, que crecerá sin límite, hasta el responsable público que, amparado en el poder que le otorga la ley, lo utiliza para su propio beneficio y el de sus amigos. En el primer caso la responsabilidad es menor que en el segundo, pero no tengamos dudas, muchas minicorrupciones acabarán generando grandes corrupciones sí o sí. Como yo soy de los que piensan que la inmensa mayoría de las personas tienen un precio y que acabarán tentadas de una u otra manera, suelo abogar no tanto porque aumenten los controles preventivos, que también, sino sobre todo para que la administración de justicia sea eficiente, muy rápida y dura, y que al corrupto se le juzgue rápido y con severidad por parte de un tribunal que esté lo más alejado del partido político que, siempre, defenderá a “sus” corruptos y atacará con saña a los de enfrente. Penas eficaces, rápidas y duras son el mejor escarmiento posible para disuadir a futuros ladonzuelos. Una justicia lenta, torpe y que dicta sentencias muchos años después de cometido el delito es el mejor incentivo a seguir delinquiendo.

Y esto nos lo debemos de tomar muy en serio. En las sociedades modernas, aparentemente ajenas a guerras, conflictos violentos y apasionamientos políticos y de clase, la corrupción es el principal cáncer capaz de generar una desafección total del ciudadano respecto al sistema democrático, y provocar que lo abandonen para echarse en manos de regímenes más duros, autoritarios, que prometan limpieza y justicia, y que sólo sean, como siempre, tapaderas para enmascarar ambiciones perversas de poder y lucro sin freno. Tirar a la basura la democracia por el afán de robo de unos, muchos o pocos, sería el mayor error que podríamos cometer. No demos esa última satisfacción a los que nos desean ver como siervos atados a una “correa”…

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