La noticia conocida ayer de que Luís
Bárcenas, ex tesorero del PP e imputado en la trama corrupta Gürtel, era el titular
de una cuenta suiza en la que estaban depositados más de veinte millones de
euros ha vuelto a poner en primera plana la operación contra la corrupción
destapada hace ya algunos años en la que personajes como el bigotes, Correa y
demás sujetos se paseaban por los telediarios diciendo que eran inocentes y
exhalaban culpabilidad a manos llenas. Bárcenas dimitió de sus cargos pero
siempre negó haberse llevado un euro ilegalmente, ahora su declaración parece
valer lo mismo que la deuda griega y enfanga a todo el PP en un viejo caso de
nunca acabar.
Gürtel, los ERES andaluces, el
ático de Ignacio González, el clan de los Pujol, el caso campeón, Duran y
Lleida… corrupción sin fin. Se levanta uno por la mañana y se pregunta a ver
quién cae hoy, el nombre de que político más o menos famoso o de qué cargo
público vamos a ver encausado por lo de siempre, haberse llevado dinero para él
y su partido. La sensación de la opinión pública es que la corrupción política
es inmensa, como bien lo reflejan las diferentes encuestas de opinión, y que no
conoce límites ni entre partidos ni clases dirigentes, sean estos regidores de
pequeños municipios o altos cargos del estado. El que surjan noticias sobre la
corrupción tiene ese efecto de gota malaya que acaba por destruir la moral y paciencia
del ciudadano, pero también tiene un efecto positivo, y es que tarde o temprano
la corrupción aflora, se conoce, se denuncia y persigue. Puede parecer una
tontería o un efecto tan ridículo como despreciable, pero imaginémonos lo que
sucedería en un régimen en el que no existiera la justicia o la opinión
pública, en el que estos casos no se denunciaran y tampoco se persiguieran. Probablemente
la sensación del ciudadano, más bien súbdito en ese caso, sería más tranquila,
porque no tendría conciencia de que hechos así se produjeran, pero tengan por
seguro que el nivel de corrupción real que soportaría sería muchísimo más
elevado, y aunque pueda no creerlo es posible llegar a niveles de corrupción
mayores que el nuestro. Sin embargo para un ciudadano responsable y honrado
este es poco consuelo, y la sensación de que “tarde o temprano” se persigue la
corrupción acaba transformándose en “demasiado tarde”. Aquí los responsables,
en distinto grado, somos todos, desde la persona individual que consiente que
en su entorno cercano se practique una corrupción de juguete, que crecerá sin
límite, hasta el responsable público que, amparado en el poder que le otorga la
ley, lo utiliza para su propio beneficio y el de sus amigos. En el primer caso
la responsabilidad es menor que en el segundo, pero no tengamos dudas, muchas
minicorrupciones acabarán generando grandes corrupciones sí o sí. Como yo soy
de los que piensan que la inmensa mayoría de las personas tienen un precio y
que acabarán tentadas de una u otra manera, suelo abogar no tanto porque
aumenten los controles preventivos, que también, sino sobre todo para que la
administración de justicia sea eficiente, muy rápida y dura, y que al corrupto
se le juzgue rápido y con severidad por parte de un tribunal que esté lo más
alejado del partido político que, siempre, defenderá a “sus” corruptos y
atacará con saña a los de enfrente. Penas eficaces, rápidas y duras son el mejor
escarmiento posible para disuadir a futuros ladonzuelos. Una justicia lenta,
torpe y que dicta sentencias muchos años después de cometido el delito es el
mejor incentivo a seguir delinquiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario