Hoy estaba previsto que tuviera
lugar en Caracas la ceremonia de jura del cargo de presidente de la República
de Venezuela, título que obtuvo Hugo Chávez tras su victoria electoral de hace
escasos dos meses. Sin embargo, como
ya es oficial, no va a haber acto institucional alguno, ni se espera que Chávez
vuelva a Caracas hoy, mañana ni en un futuro cercano. El mero hecho de
titular el artículo de hoy como lo he hecho muestra hasta qué punto no se tiene
ni la más remota idea del estado real de salud del hasta hoy presidente de y a partir
de mañana se supone que “regente”. Todo son rumores y especulaciones.
La ceremonia de la confusión
desatada tras la marcha de Hugo a Cuba para volver a tratarse del cáncer que
padece, por cuarta vez si no me falla la memoria, es total. Los agoreros
señalan que si no ha muerto está terminal, entubado y enchufado a un montón de
máquinas que lo mantienen artificialmente con vida, mientras que los muy fieles
al régimen hablan de complicaciones, cada vez más complejas, pero siguen manteniendo
que la vida y futuro del presidente no peligra. Entre tanto oscurantismo y
ocultamiento es más fácil creer a los agoreros que a los voceros. De hecho está
situación cada vez me recuerda más a lo que pasó con Franco en los setenta,
cuando el dictador agonizaba en su cama, enchufado a todo lo que fuera
necesario y posible para mantenerle en vida mientras que el régimen proclamaba
su salud uno y otro día. Lo más curioso es que cuarenta años después, con los
avances registrados en los medios de comunicación, los regímenes políticos
sigan tratando de hacer creer al mundo una verdad sesgada y engañosa sobre la
salud de sus dirigentes, cosa que no hace sino contribuir a aumentar el
descrédito del propio régimen y las especulaciones. ¿A qué se debe este
comportamiento? A que todos estos regímenes personalistas, sea el franquismo,
chavismo, castrismo o cualquier otro apellido con el sufijo –ismo asociado, son
inseparables de la figura de su líder, y la desaparición de éste suele
conllevar, habitualmente, el derrumbe de la estructura de poder que se había
organizado en torno a su figura. De hecho es algo que ya estamos viendo en
Venezuela, cierto que aún en sus primeros estadios, pero con el cuerpo del
líder encerrado en un hospital de La Habana la disputa sorda que mantienen su
actual vicepresidente, Nicolás Maduro, nombrado como sucesor por el propio
Chávez en un acto tan ilegítimo como psicodélico, y Diosdado Cabello,
presidente del parlamento venezolano y, en ausencia del presidente, la figura
con más poder según la constitución del país, empieza a adquirir proporciones
de auténtica batalla sucesoria. Ambos representan distintas facciones de un
chavismo unido como una piña en torno a su mesiánico líder, orgulloso y dueño
de todo el poder en el país, pero que amenaza con fracturarse rápidamente si la
figura del caudillo cae y el poder, vaciado de su dueño, es reclamado por
otros. Por eso el régimen, antaño ya hora, trata de mantener a su líder vivo el
mayor tiempo posible, para que esa estructura de poder no se colapse. De fondo
está el ejército de Venezuela, de dónde provino, no lo olvidemos, el golpista
comandante Chávez, que espera a ver cómo se desarrollan los acontecimientos y,
supongo, estará haciendo sus propios cálculo de qué es lo que puede pasar y a
quién le conviene apoyar en caso de disputa.
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