Últimamente el gobierno de
Estados Unidos es una fuente de curiosas y hasta cierto punto lunáticas
noticias. Hemos estado entretenidos unos cuantos días con la historia de la
moneda del billón de dólares como posible escapatoria para el dilema del techo
de deuda, historia que es curiosa pero factible. Sin embargo la auténtica mina
de oro para los amantes del anecdotario es la obligación que otorga la ley de
que el gobierno federal conteste a todas aquellas peticiones que lleguen a un
determinado número de firmas, creo que son 30.000. Debe pronunciarse de manera
oficial, aunque lo solicitado sea ridículo o fantasioso.
Y pocas cosas son más fantasiosas
que esta. Resulta que 34.435 personas han solicitado a Obama que, como política
de estímulo ante la crisis y como herramienta defensiva de la nación, el
gobierno de EEUU construya una estrella de la muerte como la que aparece en las
películas antiguas de la Guerra de las Galaxias, si ya saben, ese planetoide
artificial, la joya del ejército imperial capaz de destruir mundos con su rayo
de la muerte. Como lo oyen. Pero no dejen de leer, porque
la contestación que ha elaborado la administración federal es, realmente,
insuperable, y el reto ante semejante cuestión era muy difícil. Pueden leerla
aquí. La negativa tiene tres argumentos principales. El primero es que su
coste estimado es de 850 billones europeos de dólares, una cifra inimaginable,
superior incluso a las pérdidas de Bankia o a todo lo que debe España (sí, hay
cifras aún más grandes que esas) y, señala jocoso el funcionario, el objetivo
de la actual administración es reducir el déficit, no aumentarlo aún más. El
segundo argumento es que no está dentro de las intenciones del gobierno norteamericano
i destruyendo planetas por ahí, cosa que tranquiliza mucho, al menos hasta que
los talibanes lleguen a hacerse con su propia estrella mortífera, y el tercer
argumento, decisivo, es que uno deduce, tras el visionado de las películas, que
semejante infraestructura bélica resulta ser muy vulnerable ante ataques de
pequeñas aeronaves, y lo cierto es que de dos enfrentamientos que se observan a
lo largo de las seis películas entre la Estrella y una flota de naves la
Estrella acaba destruida en ambos casos, por lo que no parece ser un arma tan
efectiva, sobre todo en relación a su astronómico coste, nunca mejor dicho. Tras
esta digresión la respuesta, ya en un tono menos lúdico, recuerda a los
peticionarios que el gobierno federal, junto con los gobiernos de otras naciones
del mundo, ya ha construido una estación espacial, la Estación
Espacial Internacional que, si no es tan espectacular ni molona como la de
las películas sí supone el fruto de años de esfuerzo inversor y cooperación
científica entre multitud de naciones, por lo que se le debe mostrar el respeto
y admiración debida. Pero a lo largo del texto el bueno de Paul Shawcross, que
así se llama el encargado de elaborarlo, desliza varios chistes muy buenos
sobre futuros desarrollos que acercarán bastante la posibilidad de tener algo
parecido a espadas láser, o alusiones al programa que desarrolla la NASA en la
actualidad con empresas privadas para la creación de nuevas naves de
aprovisionamiento y de uso tripulado en misiones espaciales para sustituir a
los transbordadores que, en su denominación anglosajona, NASA's Commercial Crew
and Cargo Program Office, denomina mediante el acrónimo C3PO, el mítico
androide de protocolo de la saga.. en fin, una colección de ironía, gracejo y
buen gusto a la hora de ofrecer una contestación lo más sincera y honesta
posible. Delicioso.
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