Desde hace bastante tiempo se libra
una guerra en Mali, uno de los países que comparten el desierto del Sahara,
ente los islamistas situados en las zonas áridas y el gobierno y resto del
país, sitos mucho más al sur. Los islamistas lograron una gran victoria al
final del verano de 2012 tras conquistar la mítica ciudad de Tombuctú y hacerse
con el control de todo el antiguo territorio tuareg, que en el fondo es más de
la mitad de la extensión conjunta del país. Desde entonces han seguido
avanzando, matando, destruyendo restos arqueológicos y monumentales y sembrando
el caos. Hoy ya son una amenaza para toda la región.
Tarde, como suele ser habitual,
ese esperpento que llamamos comunidad internacional se ha decidido a
intervenir, de una manera muy prosaica, ciertamente. En esencia el resto del
mundo deja que Francia, antigua potencia colonial, sea la que se involucre en la
guerra y ataque a los islamistas para defender el estatus quo del gobierno
vigente y la integridad del territorio. Así,
desde este fin de semana aviones del ejército galo bombardean posiciones de los
islamistas y tratan de impedir su avance hacia Bamako, capital del país,
por lo que la guerra de Mali se internacionaliza del todo y se convierte en
otro episodio, uno más, de la interminable lucha entre Al Queda y los países
occidentales, en este caso en un escenario africano, negro y mucho más cerca de
nuestras fronteras de lo que pudiéramos imaginar. De hecho creo que ha sido
esta proximidad física con Europa lo que ha acelerado la intervención militar
francesa, por encima de los vínculos coloniales, más o menos estrechos. En
principio el plan de ataque s sencillo. Se busca una intervención aérea
contundente que acabe con los puestos de mando, munición y aprovisionamiento de
los islamistas y que consiga desbaratar la infraestructura que ya tengan organizada
sobre el terreno conquistado, de manera que sea mucho más fácil para las tropas
del ejército regular de Mali reconquistar el territorio. Por así decirlo
Francia va a hacer de ejército del aire de Mali, dejando el trabajo a pie de
trinchera, mucho más arriesgado y peligroso, a los nacionales. Sin embargo no
está muy claro que esta táctica vaya a tener éxito. Operaciones militares muy
recientes contra la insurgencia islamista demuestran que ni siquiera con el
control del terreno es posible acabar del todo con las células islamistas, y no
vamos a engañarnos, el dominio que sobre sus países poseen los gobiernos de Centroáfrica
es, como mínimo, cuestionable. Amplias zonas de esas naciones siguen en
situación de absoluto descontrol, dominadas por facciones, señores de la guerra
y etnias locales que, a veces en frágil equilibrio, otras en abiertos enfrentamientos,
tratan de mantener sus espacio de poder más allá de lo que puedan dictar las en
muchos casos artificiales fronteras de las naciones en las que se encuentran. En
este terreno tan propicio es donde surgió AQMI, Al Queda en el Magreb Islámico,
una agrupación asociada a Al Queda y que lleva varios años combatiendo en la
zona, y que se ha convertido en el grupo más influyente y peligroso de los
muchos que allí operan. La intervención es probable que logre frenar el avance
de AQMI e impida lo que parecía ser un proceso de conquista total del país,
pero sospecho que erradicar a los grupos islamistas en Mali y su entorno va a
ser otra de esas tareas largas, complejas y difíciles que a los occidentales se
nos dan muy mal. Así, a un par de años de abandonar definitivamente Afganistán
y, me temo, dejar aquel país nuevamente a merced de los talibanes, nos vuelve a
estallar una crisis islamista a escasos mil kilómetros de las canarias, si no
me equivoco.
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