Vámonos a Marte. Ese es el
mensaje principal que me gustaría que les quedase de mi artículo de hoy.
Retrasar ese viaje una y otra vez por excusas que, en el fondo, esconden falta
de ambición y presupuesto, es un engaño. Cada vez conocemos más de nuestro
vecino y resulta evidente que la caja de sorpresas que supone, como todos lo
que orbita ahí fuera, es inmensa y apasionante. Y por si fuera poco, cada
descubrimiento nos acerca más y más al momento en el que, ojalá llegue pronto,
se descubran trazas de vida (microbiana, escala molecular) que ahora mismo
pueda existir en el planeta, o que existió en el pasado. Como
siempre, Daniel Marín se lo cuenta millones de veces mejor que yo.
El agua en Marte es un elemento
que lleva tiempo dando vueltas y de cuya presencia en el pasado ya no hay
dudas. Muchas de las formaciones geológicas que hoy vemos en la superficie del
planeta son producto de años de erosión causada por flujos de agua, constantes
o periódicos. El por qué Marte perdió esa agua en superficie y cómo se dio ese
proceso es una de las preguntas más importantes que debemos responder. También
se sabía desde hace tiempo que en los polos de Marte, en esos blancos
casquetes, casi todos ellos conformados por CO2 congelado, hay trazas de hielo
de agua, y que no puede haber agua en la superficie porque las condiciones
atmosféricas de bajísima presión harían que hirviera y se evaporase al
instante. ¿Qué es, entonces, lo que ha anunciado la NASA? Algo muy importante,
y es el afloramiento a la superficie de salmueras procedentes del interior del
planeta. La salmuera no es sino una sal con un componente de agua, o un agua
muy muy muy salada. Quizás les suene el nombre por ser uno de los residuos que
generan las depuradoras de agua marina, que vierten nuevamente al mar. En este
caso se trata de sales minerales no tan habituales como las que usamos para dar
sabor a la comida, pero que hacen que, combinadas con el agua, ésta pueda
mantenerse en la superficie de Marte el tiempo suficiente como para que genere
surcos, trazas, escorrentías, que poseen un carácter estacional, y duran pocos
meses, pero que surgen de manera periódica en distintas zonas del planeta. Este
descubrimiento implica, sobre todo, que bajo la superficie de Marte sí existe
agua líquida, que hay depósitos, acuíferos, lagos o ríos subterráneos, no se
sabe de qué dimensión, cuantía o profundidad, pero que resguardada de un
exterior que es insoportable, se mantiene a cubierto. Y de vez en cuando aflora
en esas disoluciones, que en semanas se frenan porque el agua que, de una
manera u otra, asome a la superficie de Marte, se evaporará tarde o temprano.
En salmuera muy tarde, pero lo hará. Y claro, si existe constancia de agua
subterránea en Marte, recordemos que a resguardo de temperaturas y presiones
extremas y del bombardeo de la radiación solar, la imaginación puede dispararse
sobre si en esos “pozos” de agua pueden existir formas de vida, que o bien
provengan de un pasado antiquísimo y se hayan adaptado a ese entorno o se hayan
ido surgiendo y desarrollando en él. Esto no es sino una especulación, o quizás
mejor, un deseo, y recordemos que no tenemos nada claro si quiere cómo se
produjo el surgimiento de la vida en la Tierra, pero es obvio que para empezar
a soñar con la posibilidad de que “algo” pueda existir en Marte el escenario de
un lago subterráneo resulta mucho más atractivo que cualquiera de los áridos e insoportables
parajes de la torturada superficie. Elimina muchos problemas previos, algunos
de ellos insalvables en apariencia y ofrece una nueva oportunidad.
Recordemos que, en el fondo, conocemos muy poco
de Marte. Lo tenemos cartografiado a una resolución alta, pero hay valles y
zonas en las que nada vemos más allá de su planta, si saber si esconden cuevas
o recovecos de otro tipo. Y nada sabemos de lo que hay bajo su superficie. Por
eso el descubrimiento de la NASA resulta importante, y la mera idea de que perforando
Marte podamos lograr extraer agua allí enclaustrada resulta sugerente y
revolucionaria, tanto para esa búsqueda de vida mencionada como para el
abastecimiento de los astronautas que, algún día, puedan pisar su superficie.
En serio, ¿por qué no vamos?