Como
señaló ayer Carlos Alsina en su monólogo matutino en “Más de uno” sé que hablar
de la guerra de Siria va a suponer que la mayor parte de mis (tres o cuatro)
lectores salgan corriendo y hoy no sigan mucho más allá de esta línea. Sin
embargo, si queremos entender por qué estos miles de refugiados llegan hasta
nosotros, y lo van a seguir haciendo durante mucho más tiempo y cantidad,
debemos mirar hacia Damasco y sus alrededores, donde se vive uno de los
conflictos más crueles, enrevesados y miserables de los que ha habido en las últimas
décadas. Un conflicto del que lo único que desea la población europea es no
enterarse de lo que pasa. Y por eso pasa lo que pasa.
Para que vean hasta qué punto es amargo
lo que pasa en Siria, el mismo término “Siria” ha perdido mucho de su sentido,
porque Siria como país ha dejado de existir, y como zona geográfica va camino,
también, de extinguirse. Lo que empezó como una revuelta en Damasco de una
población con ansias de libertad, emocionada por las primaveras árabes, ha
derivado en una guerra absoluta de todos contra todos, en la que el dictador
Asad y su ejército controlan la mayor parte de la capital y algunos enclaves
estratégicos, pero poco más, mientras que las milicias que trataban de derrocar
al gobierno de Asad no se sabe muy bien qué es lo que controlan y las tropas
islamistas de DAESH son las que, de momento, van ganando en lo que hace a
posesión de ciudades, población civil y recursos. En la práctica en cualquier
ciudad siria tenemos combates a tres bandas entre estas fuerzas, con el
predominio de alguna de ellas, pero con una única cosa clara. Los civiles son
los grandes perjudicados, los que huyen, los que llegan a nosotros en forma de
refugiados. Estos tres bandos cuentan con apoyos, porque de lo contrario la
guerra se hubiera acabado por agotamiento. Asad posee el ejército oficial, ya
muy destruido, y sigue recibiendo suministros (aunque no se pueda decir) por
parte de Rusia e Irán, y apoyo diplomático de Putin y China, lo que impide que
el Consejo de Seguridad de la ONU pueda emitir resolución alguna (corolario, ¿para
qué sirve la ONU?). Los rebeldes anti Asad reciben suministros por parte de fuerzas
occidentales y apoyos indirectos (pesmergas kurdos y similar) y son la fuerza más
débil de las combatientes. DAESH no deja de crecer, tanto por la buena gestión que
hace para sus intereses de los recursos que se apropia como por el efecto de la
política de tierra quemada, que hace huir a todo aquel que oye que los fanáticos
se acercan a su población. Así mismo (tampoco se puede decir) recibe apoyos por
parte de las monarquías sunitas del golfo, tanto de material como financiero, y
se ha convertido en la gran fuerza sobre el terreno. Su califato incluye amplias
áreas de la antigua Siria e Irak, otra nación que en la práctica ha desaparecido,
y no deja de crecer en medio de la incomparecencia de quien pudiera derrotarle.
Hace dos años tuvimos una ventana de oportunidad para intervenir en la guerra,
cuando ya los frentes estaban muy desdibujados, que fue con el episodio del
ataque con armas químicas por parte de las tropas de Asad. EEUU se puso muy
serio, al flanquearse una de las “líneas rojas” autoimpuestas para determinar
si se intervenía o no, pero la astuta maniobra de escapismo de Asad, la chulería
de Putin apoyándole y la cobardía de Obama (y nuestra) acabó por desbaratar
aquella amenaza. Desde entonces nadie ha vuelto a mirar a Siria, salvo algunos
breves en los telediarios, puestos en las zonas donde se dan las noticias que
no interesan. Las partes en conflicto también se han encargado de asesinar a
cuantos periodistas han podido, y gracias a ello nade sabe muy bien que es lo
que sucede allí, aunque no hace falta ser un genio para suponer que nada bueno.
Uno de los niños refugiados decía, hace un par
de días, que ellos huyen por la guerra en su país, y que si paran la guerra no
tendrán que escapar. ¿Se puede parar la guerra siria? Es muy difícil, y desde
luego exigiría un esfuerzo militar (léase muertos) para separar a las partes (y
acabar con DAESH) que ningún gobierno occidental está dispuesto a realizar. Por
lo tanto, más allá de cosméticos vuelos y bombardeos que no sirven para nada,
es probable que la guerra siga, con mayor o menor virulencia, y que la única
alternativa para evitar una segura muerte por parte de los sirios sea al de huir
rumbo a la emigración, en la que la muerte también es probable, pero al menos
hay posibilidades de acabar vivo, cosa que resulta casi imposible en el maldito
infierno en que se ha convertido ese lugar al que llamábamos Siria.
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