En este mes de septiembre se va a
hablar mucho de Cataluña, muchísimo. Quizás, amable lector, esté usted
extrañado de que no me haya referido mucho a este asunto en el blog, y es
verdad. Apenas he escrito sobre ello, porque me da una pereza tremenda, es un
tema tan sobado, manido, circular y que no lleva a ninguna parte que me
exaspera, y supone una pérdida de fuerza y tiempo preciosa, habiendo como hay
problemas mucho más urgentes (y reales) que los alentados por un nacionalismo
que, como siempre, sólo ansía un par de cosas. Poder y dinero. Así fue en el
pasado y será en el futuro. Lo demás es decorado, tramoya.
Mi teoría fundamental es que,
habiendo como existe en Cataluña un bloque de voto nacionalista que desea la
independencia, y eso es real, Mas y las élites de Convergencia han decidido
unirse a este sector, minoritario, y alentarlo, para conseguir así mantenerse
en el poder, seguir controlando el presupuesto y que las corruptelas que
durante décadas han existido en Cataluña permanezcan y nadie las pueda aflorar,
denunciar y, desde luego, juzgar. Hay dos escenas que describen el pacto de
silencio que existe sobre la corrupción catalana, que ha sido respectado por
todos los partidos, nacionales y nacionalistas, y desde todos los gobiernos,
autonómicos y centrales. Una es la de Pasqual Maragall diciendo en alto lo del 3%
en el Parlament y escuchando el murmullo de los corderos, que balaban asustados
al ver que uno de ellos no guardaba el debido silencio. ¿Qué se investigó después
de aquella afirmación? Nada, y por parte de nadie. El segundo es la aparición
de Pujol en la comisión de investigación del Parlamento sobre su fortuna “heredada”
(pongo las comillas, y soy muy indulgente) cunado realizó una soberbia actuación
que, estéticamente, no hubiera encajado en “El Padrino” pero sí en fondo y
argumentación. Amenazó a todo el mundo, a sabiendas de que todos los que le oían
tenían miedo, y causa por la que sentirse amenazados, y dejó muy claro que nada
de remover el árbol porque todos nos podemos hacer daño. Sus herederos políticos,
y de otras cosas, callaban. Los independentistas de Esquerra y los radicales de
la CUP callaban igualmente, y el resto, más o menos lo mismo. Este es el
trasfondo del proceso soberanista catalán. Con una hacienda en la quiebra tras
años de gastos desorbitados, con la crisis, que ha golpeado duramente a la
economía catalana, con la histórica CiU, ahora partida, asediada por tramas
corruptas, todas ellas vinculadas a las fabulosas fortunas que recaudaba allá
donde metía la mano, Artur Mas se dio cuenta de que o se hacía con la recaudación
o su comunidad autónoma, y lo que es peor, sus cuentas políticas y privadas, se
iban a la quiebra. Comenzó, por tanto, su campaña por el pacto fiscal, para
hacerse con el presupuesto. Rajoy, de una manera indolente, y quizás
sospechando que la cosa se iba a acabar ahí, le dijo que no. Y Mas se asustó,
no tanto por el futuro de la estelada, sino por el de su patrimonio y el de las
amistades, tras largos años a la sombra de Pujol y sus “herencias”, y pensó “si
no me dejan gestionar la caja, ¿por qué no me hago un país para mi y me la quedo?”
Y dicho y hecho empezó la campaña soberanista, que desde entonces ha ido
creciendo en intensidad, emotividad, agravios y acusaciones. Pero recuerden,
con un único objetivo, que Convergencia, ya en solitario, gestione el
presupuesto en exclusiva y, obviamente, se quede una parte de él. Quizás
bastante más del 3%
¿Hay un problema en la relación de Cataluña con
el resto del país? Sí, y este lío en el que estamos metidos lo va a agrandar.
No existe una pulsión separatista plena en Cataluña ni un rechazo en el resto
de España hacia ellos, aunque es cierto que hay personas que así lo sienten,
pero no son mayoría. Sin embargo es evidente que todo lo que está pasando
genera heridas, mayores o menores, que requieren esfuerzo y trabajo de
cicatrización. Y que cuanto más enconemos el debate mayores serán esas heridas
y peores secuelas dejarán. Y todo, movido por un nacionalismo irracional y
destructivo, que es el gran mal de Europa, para esconder corruptelas y tapar
vergüenzas. ¿Comprenden por qué me da pereza escribir sobre ello?
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