La imagen lo dice todo. En medio
de una carrera de inmigrantes en un campo húngaro, que huyen de la policía que
los quiere retener, se encuentran varios equipos de periodistas que graban la
escena. Uno de ellos registra las carreras y a unos compañeros de profesión y,
de repente, una
de ellas, zancadillea a un padre que porta a su hijo en brazos, con una efectividad
absoluta. Padre e hijo caen al suelo de manera estrepitosa y se quedan un
rato ahí, sin saber muy bien qué ha pasado, mientras que la periodista se gira
y, por lo visto en otras imágenes, se encamina hacia su siguiente objetivo para
“ayudarle” en su camino.
Petra László, que así se llama la
persona en cuestión, se ha hecho famosa en medio mundo, ha sido despedida del
medio de comunicación en el que trabajaba y ha avergonzado a todos. Pero el
problema que refleja la actitud de Petra es que, debajo de la ola de
solidaridad ciudadana que está ayudando a la acogida de refugiados, de la que
todos debemos sentirnos orgullosos, se esconde un rumor de fondo, un grupo de
población mucho más numerosa de lo que parece, que se mantiene callada en medio
de la solidaridad del momento, pero que quizás pase a la acción cuando el tema
de los refugiados deje de estar en las portadas de los medios de comunicación.
Petra es la expresión cruda, bruta, salvaje, de ese nacionalismo que siempre ha
corroído Europa, de ese mensaje contra los “otros” sean quienes sean, que
vienen a destruir nuestras esencias y acabar con nuestros valores. Sin ir muy
lejos, lo vemos ahora en Cataluña, hemos visto como se ha matado en su nombre
en el País Vasco, y la historia de Europa está llena de agravios, pogromos y
desastres causados por el nacionalismo. En la crisis de los refugiados, ¿qué es
lo que está haciendo el primer ministro húngaro, Victor Orbán, sino
zancadillear al resto de la Unión? Orbán, un populista no muy famoso en nuestro
entorno, es lo más parecido que existe a una Le Pen como jefe de un país. Bajo
su mandato la calidad de las instituciones húngaras y sus estándares
democráticos han caído notablemente. Su intervencionismo, envuelto en la
bandera delo magiar, es de libro, y las instituciones de la UE, para evitar
problemas mayores, han decidido hacer la vista gorda y no montar escándalo.
Pero este drama que vivimos ahora ha puesto, por motivos geográficos, a Orbán
en primera línea de la noticia, y muchos lo han descubierto, y se han quedado
asombrados. Pero lo peor es que si ocupa ese puesto en el gobierno de Budapest
es porque le han votado los ciudadanos de su país. Eso es lo más deprimente.
Miles de “Petras” más o menos salvajes que con su elección han puesto a un
sujeto como Orbán al frente del gobierno. En Francia, presunto refugio de la
ilustración, la situación puede ser parecida. Marine Le Pen, aparentemente más
moderada que su defenestrado padre, en realidad mucho más lista, sigue
encabezando las encuestas de las presidenciales por encima del resto de candidatos,
y en esta crisis de inmigración sus palabras han sido las, tristemente,
esperadas. Nada de acogida, cierre de fronteras, ningún municipio gobernado por
el Frente Nacional será lugar de refugio, etc. Un discurso insoportable, una
expresión en palabras de la zancadilla de Petra que, lejos de restarle votos,
probablemente se los de. Apelando al discurso del miedo, al que viene de fuera
a quitar el trabajo, al rechazo a lo desconocido, a la comodidad de lo que ya
tenemos, Le Pen ha conseguido echar raíces en enormes caladeros de votos, antes
de izquierda, ahora suyos, que pueden llevarla a ser la gran Orbán de Europa.
Petra, con su zancadilla, ha hecho lo que muchos
de los votantes y dirigentes de esas formaciones expresan con palabras y
discursos cada día. Ha pasado del dicho al hecho, ha mostrado al mundo cómo
mensajes de odio y miedo se transforman en actitudes xenófobas que, sin ningún
pudor, se muestran ante las cámaras. Los que queman albergues en Alemania
amparados bajo el anonimato y la noche son unos aprendices en lo que hace al
racismo frente a la “valiente” Petra, que a buen seguro se convertirá en la
heroína de muchos de ellos. Y no duden que, aunque no se atreva a ello, Orbán
estaría dispuesto a recompensarla.
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